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Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett

Por David Acebes , 21 agosto, 2014
Lo que no tiene nombre

Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett

a Valle, a Laura, a Eva.

Hace escasos días, en la biblioteca Rosa Chacel, descubrí un librito, poco más de cien páginas, titulado Lo que no tiene nombre. Su autora, la colombiana Piedad Bonnett.

Pese a haber ganado el prestigioso premio Casa de América de Madrid de Poesía Americana, he de reconocer que hasta el momento no había leído nada de esta autora. No obstante, guiado por mi intuición poética, decidí que por una vez me iba a dejar embaucar por las seductoras palabras con las que acreditados escritores lo avalaban desde el pedestal de su contraportada y acometí, de buen grado, su lectura. No me equivoqué. Ha resultado un grato descubrimiento y no me pesa decir en público que es, por su sensibilidad y exquisita prosa, uno de los mejores relatos que he tenido la suerte de leer, circunstancia esta que confirma una de mis intuiciones literarias más atávicas: cuanto mejor el poeta, mejor el relato que se escribe.

En Lo que no tiene nombre, Piedad Bonnett nos narra, a golpe de sentimiento, los últimos años de la vida de su hijo, Daniel Segura Bonnett, quien se suicidó, lanzándose al vacío, poco después de cumplir los 28.

Hasta hace nada, cuando un lector leía un libro de poemas, un ensayo o una novela, su lectura concluía cuando alcanzaba la última página y leía la palabra «fin». Con Internet, en esta época deliciosa del conocimiento desmedido, de la crítica en nube, un libro no termina necesariamente con su última página, sino que, como veremos a continuación, puede prorrogarse ad infinitum.

[Inciso retórico: esta idea, claro está, no es del todo mía. ¿Quién no ha leído el relato El libro de arena de Jorge Luis Borges?]

En efecto, terminada mi lectura «al uso» del libro de Piedad Bonnett, busqué en google más información sobre Daniel Segura y encontré un blog, confeccionado por su madre, cuyo propósito no era otro que el de divulgar la obra pictórica de su hijo, rindiéndole de esta manera un pequeño homenaje póstumo. ¿Qué puede decir? Si el libro de Piedad Bonnett me gustó, reconozco que la obra de su hijo me ha deslumbrado. Pasen y vean ustedes mismos:

www.danielsegurabonnett.blogspot.com

Decía André Breton que «la belleza será convulsiva o no será». ¿Y qué mejor que este apotegma del padre del surrealismo para definir la obra pictórica de Daniel Segura Bonnett? ¿Se han fijado en el fantástico autorretrato a lápiz en el que Daniel intenta arrancarse la máscara que todos llevamos puesta? ¿En esos perros embozados que aluden de una forma inequívoca a ese ser humano al que cada día le cuesta más abrir la boca? ¿En ese hombre desnudo que no nos concede ni la más mínima brizna de ternura?

Quien quiera entender que entienda. Por mi parte, me quedo con el óleo titulado Muñeca, donde Daniel pintó la imagen de una muñeca diabólica, abandonándose al placer de la masturbación. ¿No les parece de una belleza perturbadora? A Dalí seguro que sí. ¿Cómo no recordar su inquietante e inmor[t]al cuadro El gran masturbador?

Yo no sé si existe el cielo o, mejor aún, el infierno. Lo que doy por cierto es que existe un lugar, un no-lugar, donde Daniel y Dalí están juntos. Algo así como un locus amoenus donde el maestro puede charlar tranquilamente con Daniel y decirle cuanto menos: -No te preocupes, chaval. Aquí podemos pintar lo que queramos.


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