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Lenguaje poético para las ciencias

Por Eduardo Zeind Palafox , 11 octubre, 2017

 

Por Eduardo Zeind Palafox

La palabra «problema» significa una cosa en las ciencias naturales y otra en las sociales. Los problemas de las ciencias naturales son intrincamientos, es decir, falsas continuidades, revolturas, fenómenos sin causa visible, matizaciones. Los problemas de las ciencias sociales, contrariamente, son aislamientos, es decir, rupturas, cuasi perogrulladas, casuística obvia, saturación.

Las ciencias naturales trabajan objetos, cosas que «están ahí o allá», y las sociales trabajan existencias, cosas que «nos afectan» estén o no estén presentes. Las ciencias naturales analizan sustancias que ostentan formas, como las flores, y las sociales formas que simulan esconder sustancias, como las familias. Las primeras andan sobre la idea de «evolución», de cambio progresivo, y las segundas sobre la idea de «revolución», de cambio aleatorio.

Las preguntas de las ciencias naturales, con todo, son como las preguntas de las sociales, que se hacen para comprender «funcionamientos». Conocer cómo funciona algo, sea un animal o una sociedad, nos lleva allende la apariencia. Allende la apariencia nacen los «qué» (quid), los «cómo» (descripciones), los «cuándo» (condiciones). La sapiencia, la ciencia, se dice, no acata ni se distrae con lo presente porque sabe descifrar lo pasado y lo que vendrá.

Las respuestas para las preguntas que se hacen allende la apariencia producen respuestas dinámicas, es decir, que hablan de asuntos que no se ven. Por eso se dice que los discursos, con los que se reconstruye lo acaecido, sirven para señalar relaciones temporales. Temporales, esto es, no presentes totalmente.

Uno de los objetivos principales del lenguaje consiste en evitar arengas sin fin. Las palabras que son conceptos, que sintetizan saberes, son aglomeraciones de datos guiados por una idea. En los conceptos está la creencia en eso que en lógica se llama «abstracción» y eso que en estética se llama «sensibilidad». Los lógicos y los estetas, sean filólogos o críticos de pinturas, sostienen que las obras de arte poéticas y de colores son «inagotables». Y sí lo son, pues toda palabra, por ser parte de un lenguaje, que es tradición, y toda imagen, también parte de un lenguaje tradicional, abarca la desmesurada experiencia acumulada por la humanidad.

Dicha desmesura impide el formulismo axiológico, como el matemático, e invita al uso de jergas poéticas, que enlazan sin exprimir hasta matar. Lo que no puede contabilizarse, por ejemplo, en la Biblia toma la forma de arena, de estrellas, etc. De aquí nace la esperanza en la infinita divisibilidad de las cosas. El lenguaje poético, en suma, no es formulismo ni larga discursividad, sino el punto medio entre el rígido conceptuar y el oscilante intuir.–


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