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La monstruosidad del amor

Por Redacción , 8 mayo, 2014

amours-2aAmour Fou
Autor: Marta Sanz
Editorial: La Pereza Ediciones

Hace poco tiempo leí por primera vez un libro de Marta Sanz. Andaba en busca de Daniela Astor y la Caja Negra y, al no poder encontrarla acá en Estados Unidos (o, al menos, no inmediatamente, no fácilmente, y soy bastante impaciente cuando se trata de querer leer algo a alguien) me tuve que conformar con leer La Lección de Anatomía. Digo “me tuve que conformar” solo porque yo esperaba leer otra cosa, y no por la calidad de la obra que es, francamente, impresionante. Una de las primeras cosas que una lee en esa novela es “No existe una imagen más siniestra que la de una niña con la aguja y el hilo en la mano, concentrada, acercando los ojos a su retalillo, fingiendo ser otra persona, adoptando el escorzo de una anciana corta de vista”. Frase que se me ha quedado pegada en los ojos, que me acompaña a todas partes y probablemente alguna vez esa como sutil perversión que se esconde en ella acabe por permear alguno de mis propios cuentos.

En La Lección de Anatomía la infancia está rodeada por un halo perturbador. Cada una de las descripciones queda pesando en el corazón. Sanz tiene un talento implacable cuando se trata de ofrecernos escenarios inquietantes y Amour Fou, la novela que quiero reseñar en esta ocasión, brilla también precisamente por sus oscuridades.

En el universo de Sanz lo terrible se oculta entre los pliegues más inofensivos de lo cotidiano. En un cuaderno escrito a dos manos, en una nota dejada al pasar en el bolsillo de una niña. La historia cuenta los destinos entrelazados de los mienbros de dos extrañas parejas. Por una parte, está Adrián y Lala, matrimonio relativamente bien avenido que sufre de la persecusión y vigilancia por parte de la pareja conformada por Raymond y Elisa. Los vigilan porque los odian, porque los aman, o una curiosa mezcla de ambas. Raymond amó alguna vez a Lala y fue abandonado por ella para correr a los brazos de Adrián quien parecía ofrecer más seguridad; Elisa se ilusionó con las atenciones que alguna vez le diera Adrián y usa el desencanto y la frustración como combustible para sus acciones.

La novela entrelaza también dos tipos de texto: tenemos la narración de la historia desde el punto de vista de Lala (nada de inocente, bastante fulminante) que va avanzando hacia un final preocupante y también tenemos las páginas (algunas) del diario de los perseguidores, quienes anotan todo lo que observan, todo lo que creen que observan. Así, por ejemplo, en el tercer día del diario, Raymond anota: “Las cicatrices de Lala y Adrián son hermosas y pueden lucirse como un tatuaje en la rabadilla o como una bolita metálica en la ceja. Las que a mí me quedaron, sin embargo, me han convertido en un monstruo. En un fantasma de la ópera”. Para luego cerrar con un tajante: “No todos dañamos con los mismos filos ni tenemos la misma encarnadura”.

A través de ambos relatos nos enteramos de los recovecos de las relaciones e intimidades de los personajes; palabras que apenas logran contener el desborde, la catástrofe. Dice en otro momento Raymond: “Lala quería ser muy normal y era como si no pudiese; por el contrario, yo quería ser un maldito y, en el fondo, era demasiado normal.” Y también: “Lala me recordaba lo que yo no podía ser y me abría la puerta para serlo. Lala quería ser como el yo al que yo pretendía renunciar. Lo más curioso es que nos queríamos mucho. Los dos. Ella me quería tanto que yo no lo podía creer.” Lala por su parte, en el relato que nos entrega, también analiza su vida y el acoso de Raymond con la paciencia y minuciosidad de un entomólogo. Dice ella “Vivimos una vida incómoda, feliz y necesaria.” Y también: “Los celos verdaderos son los que no se manifiestan en voz alta.” Lala desprecia a Raymond y su obsesión galopante pero tampoco se ciega a la mediocridad que guarda a veces su vida, o a la

brutalidad que se esconde en la existencia. Así, por ejemplo, reflexiona que: “El mundo está lleno de dientes. La dulzura de las musiquitas para dormir a los niños es una trampa. Cada objeto de la casa corta.”

Perseguidores y perseguidos se miran y, al hacerlo, observan todo a su alrededor entergando un relato que es perturbador, preocupante pero también imposiblemente adictivo. Sanz tademás trae una niña a la mezcla, Esther, la gorda hija de Elisa, quien funciona a ratos a manera de zombie, a ratos Lolita, a ratos figura inocente, a ratos pequeño demonio. La niña refleja a la vez que refracta todas las perversiones y pulsiones del mundo de los adultos que la rodean.

Más que Amor Loco, como indica el título en francés, acá el amor impacta por su carácter monstruoso. Lo monstruoso que viene no tanto de ideas acerca de lo deforme o lo abyecto sino que del acto mismo de mostrar (la palabra monstruo viene del latín monstrare) aquello que se esconde en nosotros y que, de no tener cuidado, puede ensuciarlo todo con la potencia de las llamas.

María José Navia

 

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