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La intolerancia gana la partida

Por José Luis Muñoz , 13 mayo, 2014

MARINE LE PENDe aquí a unos días tendrán lugar las elecciones europeas, que provocan bastante escepticismo entre los ciudadanos comunitarios, en en las que se prevé un fuerte abstencionismo en casi todos los países miembros. El que un alto porcentaje de votantes no acuda a las urnas es un dato preocupante, más teniendo en cuenta que con el invento de la Comunidad Europea los países que la integran han perdido buena parte de sus competencias en política económica—nuestro gobierno actúa al dictado—y lo que allí se cocina afecta directamente al bolsillo y a nuestra vida diaria. Al menos deberíamos elegir quién nos va a cortar en pedazos en Bruselas, porque sus hachazos son los que nos desmiembran.

Según los estudios demoscópicos la alternativa en estos comicios estará entre lo malo y lo peor. Lo malo, esa derecha que ya se ha salido con la suya y nos ha esquilmado el estado de bienestar instaurado por la socialdemocracia y que tanto les jorobaba—porque se lo permitimos, dicho sea de paso, ya que les votamos o les dejamos gobernar desentendiéndonos—, y lo peor, la ultraderecha que en su discurso culpa a los extracomunitarios que llegan huyendo de la miseria y de las guerras de los males de Europa. El auge de los partidos xenófobos en toda el continente, desde Grecia, con Amanecer Dorado, a Holanda, pasando por Austria, Finlandia, Suecia o Noruega y, sobre todo,  Francia en donde Marine Le Pen ha moderado el discurso estridente de su padre y gana cada vez más adeptos a su causa euroescéptica de más Francia y menos extranjeros, puede situar en muy buena posición en el parlamento europeo a los nostálgicos de la esvástica y el fascio.

Pero el panorama no es mucho más alentador en el resto del mundo, fuera de nuestra burbuja civilizada, en la que lo civilizado es que nos vayan descuartizando sin que opongamos una resistencia numantina a ello, quizá porque emplean anestesia para hacerlo.

Mucho se está hablando estos días de una salvaje acción en Nigeria protagonizada por un grupo de musulmanes criminales y fanáticos que pertenecen a la organización Boko Haram, la cultura occidental es pecado, simplista enunciado, capitaneada por un líder local llamado Abubakar Shekau,  que tiene aspecto de psicópata de muy pocas luces y adicto a los alucinógenos, y que cumplen los preceptos islámicos cubriendo a las pobres muchachas que han secuestrado con estrictos tocados después, eso sí, de violarlas en grupo, cosa que el profeta Mahoma condenaría. Abubakar Shekau alardea de que le gusta más matar personas que pollos, y le creo: es hijo directo de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.

Quizá la maldad de ese acto infame, que no sabemos cómo acabará—lo mediático del caso ha obligado a la comunidad internacional a reaccionar—, nos haga olvidar otras situaciones desastrosas que está viviendo el mundo sin que nos apercibamos de ellas, porque no producen mucho revuelo, y que son un claro retroceso en todas las conquistas que ha hecho el hombre en pro de los derechos humanos tantas veces olvidados y violados en esta lucha entre avances y retrocesos que conforma la historia de la humanidad, y ahora parece que estamos en la temporada de ir hacia atrás. En el reino de Brunei su multimillonario sultán, que se baña en petróleo y se ducha con dólares, ha decidido imponer la ley islámica, la sharia, en su acepción más rigorista, que se irá aplicando gradualmente: primero con latigazos, luego con las consabidas mutilaciones de manos y pies a los ladrones, para terminar con la lapidación de las adúlteras. Y no olvidemos Irán en donde ser homosexual—aunque allí no tienen esos problemas, como decía el anterior presidente Mahmud Ahmadineyad, porque no hay, y de ello se encarga el sistema político religioso—supone acabar en la horca—en Rusia los linchan por la calle porque los rusos son todos tan machos como Vladimir Putin—y tener relaciones sexuales consentidas con un/a iraní fuera del matrimonio supone también subir al cadalso. En Egipto han sido condenados a muerte nada menos que 600 integrantes de los Hermanos Musulmanes que, aunque no gocen en absoluto de mis simpatías, fueron desalojados del poder mediante un golpe de estado militar, y ésa puede ser la puntilla a toda la primavera árabe, que tanto interés suscitaba porque parecía que iba a cambiar el panorama político y cultural del norte de África, y que se ha ido al garete siguiendo los principios lampedusianos de que todo cambie para que todo siga siendo igual.

Frente a la isla de Lampedusa se sigue ahogando la gente que no quieren en Europa los que votan a Marine Le Pen y compañía, y a nuestras fronteras llegan de África los escogidos después de haber saltado un sinfín de vallas por el camino para trabajar como esclavos entre nosotros. Para ellos esta Europa es un salvavidas mientras que para nosotros es cada vez más una soga.

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