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La feminización de la pobreza

Por Rosario Fernández , 15 abril, 2014

En estos últimos días se ha dado a conocer un interesante estudio sobre la situación de las mujeres en el mundo laboral llevado a cabo por IESE y VIDACAIXA, que  demuestra el mayor impacto de la pobreza femenina en la sociedad y las causas de esto. Y vemos como la mayor dificultad para incorporarse al mercado de trabajo o la precariedad de este, son algunas de sus causas.

Uno de los fenómenos más importantes de la segunda mitad del s. XX es la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral. Y esta presencia prácticamente se duplica entre 1980 y 2013. Los avances en la formación de las mujeres y su interés por el trabajo, podían hacernos pensar en un futuro prometedor para las mujeres. Sin embargo esto no es así. Según se desprende de este estudio, la pensión de las mujeres en la vejez es sensiblemente inferior a la de los hombres, con el consiguiente mayor riesgo de pobreza. Las principales causas de esto son: salario inferior al de los hombres y sus bases de cotización a la Seguridad Social también lo son. Además, las mujeres tienen mayor peso en el trabajo temporal y a tiempo parcial, la tasa de paro es superior entre ellas y dedican más tiempo al cuidado de los hijos pequeños y mayores dependientes. Y por si fuera poco,  la mujer se concentra en las categorías profesionales más bajas y suelen acceder a profesiones consideradas femeninas. Todo esto se traduce en un menor bienestar social para ellas.

Y eso que desde hace ya tiempo los poderes públicos vienen promoviendo la igualdad de género. Así la Constitución española en su artículo 14 establece que “la población española es igual ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. La Organización Internacional del Trabajo (OIT),  reconoce que la igualdad entre hombres y mujeres es un “valor fundamental reconocido universalmente” y tiene como objetivo fundamental “eliminar la discriminación por razón de sexo en el trabajo y promover la igualdad de género”. La Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, en su artículo 1 cita que los poderes públicos adoptarán medidas específicas a favor de las mujeres para luchar contra situaciones patentes de desigualdad de hecho respecto a los hombres, con el fin de hacer efectivo el derecho constitucional de la igualdad. El Estatuto de los trabajadores en su artículo 4c dice que “los trabajadores tienen derecho a no ser discriminados por razones de sexo…”.

Y a todos estos buenos propósitos se quedan solo en papel mojado. Lo cierto es que la igualdad entre hombres y mujeres está muy lejos de ser efectiva. La tan nombrada conciliación laboral solo ha sido posible gracias a que las mujeres han renunciado a un trabajo remunerado durante un tiempo para hacerse cargo de la familia. Sin embargo, a pesar de que las mujeres prestan un servicio necesario para que la sociedad pueda funcionar, no tienen ninguna clase de compensación salarial y eso que su labor supone un gran ahorro para el estado. Una gran injusticia.

Pero es que  sigue siendo normal que sean las mujeres las que sacrifiquen su futuro. Porque una sociedad esencialmente es un conjunto de personas que poseen una mentalidad similar. Pertenecer a un grupo implica tener un modo de pensar homogéneo. Y la transformación de esta mentalidad colectiva es un proceso muy lento y casi imperceptible. Y desde esta perspectiva la situación de la mujer está muy lejos de mejorar. Un buen paso para paliar esto sería que el estado remunerase la labor de la mujer en el hogar y le permitiera cotizar a la seguridad social para aumentar su pensión. Esto es muy necesario teniendo en cuenta la mayor esperanza de vida de la mujer.

Y es que el futuro es fundamentalmente de las mujeres y no solo porque vivan más, sino porque contribuyen, con su participación familiar y social, a construir la sociedad que viene.


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