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La feminista radical

Por Paula Campo , 17 octubre, 2016

 

Hoy quiero compartir con vosotros y vosotras una experiencia que como feminista estaba deseando que me ocurriera y no a partes iguales: me han llamado radical. Siempre me había debatido qué haría llegado el momento de que redujeran toda una tesis a un simple «te estás pasando de la línea». Mar de Plata hoy ha ido de luto. Una chica de dieciséis años es violada y asesinada con un empalamiento. España hoy ha sido testigo de la apología a la violación en MYHYV («Si me das a entender una cosa luego no me pidas que pare porque yo ya no razono»). Por eso he decidido que lo que haré hoy, día en el que por fin me han llamado radical es escribir.

Para empezar pienso que ser radical dentro del feminismo no es una posibilidad, y básicamente porque ser radical significa llevar al extremo una ideología, en este caso, una ideología que aboga por la igualdad de las mujeres y los hombres no puede ser radical porque no existe algo así como una «igualdad radical». Otra cosa es hablar de hembrismo, pero eso es otro tema. Cuando alguien te llama radical, extremista, e incluso feminazi, a lo que hace alusión es a que «ves machismo donde no lo hay»: yo veo machismo en que la educación y la caballerosidad provengan de una tradición en la que se incentivaba la protección y la pasividad de la mujer y no viceversa, veo machismo en que lo normal sea una sexualización por defecto del cuerpo femenino (ya me diréis vosotros qué tiene de sexual una mama que sirve para alimentar a las crías), y por supuesto, veo machismo en que los pequeños mensajes que se nos envían desde pequeños y pequeñas acabe por definir una personalidad mucho más indefensa para unas, y mucho más violenta para otros.

Parece que a día de hoy todos estamos de acuerdo en que pegar a una mujer está mal (gracias a Dios), pero ser feminista es ser consciente de que pegar a una mujer está tan mal como pegar a un hombre. Ser feminista en cierto sentido es problematizar la biología, conquistar los cuerpos y hacer nuestro lo que por naturaleza es nuestro. Ser feminista es darse cuenta de que incluso ser, como dijo mi compañera Beatriz en otro artículo, «una mala feminista» no es posible. Ser feminista sólo ocurre cuando te das cuenta de que nos maten es terrible, pero que solo es resultado de algo mucho más grande y asumido por todos y todas. Si ser radical es darse cuenta de que hay que extirpar ciertos vicios y manías con las que estábamos muy cómodos y cómodas (claro, entrar gratis a una discoteca es un gustazo) que, por pequeños que sean en un comienzo, generan las premisas sociales básicas que desencadenan en violaciones, en maltratos y asesinatos, pues entonces me autodeclaro radical. Si ser extremista es pelear con tu propia conciencia, es darte cuenta de que eres tan víctima y culpable como cualquier otro, entonces me declaro extremista. Porque al fin y al cabo, todos y todas somos machistas por defecto pero solo algunos y algunas somos feministas por decisión: lo que buscamos es que quien quiera ser machista lo elija partiendo de una base justa para todos, la igualdad.

El machismo es agua. Agua que se cuela en las fracturas de una roca y cuando se congela la quiebra. Que nos maten sólo es el final de una tensión que hemos vivido entre la teoría y la práctica, una dualidad que no consigue articularse y que estalla. Cuando decidí hacerme feminista fue cuando entendí que merecía la pena dejar de entrar gratis a las discotecas a cambio de que en un futuro, a lo mejor, posiblemente, ojalá una mujer menos deje de morir a manos de su marido. Por eso ser radical solo es mi manera de buscar las dobles intenciones de cualquier elemento de mi vida cotidiana, encontrar las fracturas, analizarlas y no ser cómplice del femicidio en el que han vivido nuestras madres y nuestras abuelas desde que el mundo es mundo. Ser radical es decir «yo no quiero ser partícipe de esto».

Porque no quiero formar parte de un bando en el que el concepto de ciudadanía en vez de garantizar la no-desigualdad, la explique. Ni un bando en el que se nos exija alejarnos de la biología a través del progreso y no dejen de reducirnos a un pedazo de carne. Dentro de un siglo, cuando la sociedad sea lo suficientemente equitativa, pensarán en los machistas como víctimas inconscientes que debido a su coyuntura no veían lo injusta que era la situación en nuestra actualidad, como con la esclavitud, el apartheid o el nazismo hace unos años; yo prefiero intentar adelantarme, y hacer de mi día a día, con lo poco que puedo aportar, con mis fallos y mis carencias, un sitio un poco mejor. Porque yo nunca viviré en un mundo así, yo no veré con mis ojos una sociedad feminista de base. Pero me basta con saber que si nunca llega a ser así, no será porque yo no lo intentara.


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