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La dicotomía del rojo y el azul

Por Jordi Junca , 22 octubre, 2015

Si alguna vez creímos que el fútbol era una verde llanura en la que veintidós hombres se jugaban el honor y la gloria. Si alguna vez pensamos que podía ser una vía de escape de aquel mundo de ahí fuera corrupto y estéril, donde ya no existía ni el compañerismo, ni el pundonor, ni siquiera la honestidad. Si hubo un tiempo en el que creímos que a pesar de todo, esos valores seguían vigentes dentro del campo, y que no pensaban rendirse, zafándose, sin importar el precio, de las garras de aquel infierno que nos esperaba al otro lado de las gradas.

Pero el guardián de las estrellas ya nos lo decía. Detrás de aquella boina que conectaba con unas largas y pobladas patillas. Sí, también detrás de aquella camiseta de Metallica. Ahí se escondía una verdad que de tan dolorosa que era costaba de creer. Aunque a su manera, él ya nos había advertido: vivíamos y parece que seguimos viviendo en Matrix. Y nosotros, en lugar de hacerle caso y tomar la píldora roja, decidimos mirarlo con la condescendencia con la que se mira a los locos, para después tragarnos de nuevo la azul y seguir así bajo el embriagador influjo de las máquinas.

Aquellos escándalos de apuestas de los propios jugadores en Italia. Maletines que viajaban de un lado al otro y que, como si de la pócima de Panorámix se trataran, lo hacían a uno mucho más fuerte y competitivo. Ahí estaban las evidencias, y sin embargo, no queríamos aceptarlo. No eran más que casos puntuales, que en ningún caso representaban al fútbol en si mismo. Con todo, y aunque por momentos consiguieran vendarnos los ojos, las pistas eran cada vez más concluyentes. Altos cargos que se agarraban a sus puestos como lo hacen los murciélagos en las ramas donde dormitan. Aquel hombre que pasaba de los setenta y que sin embargo todavía no quería descansar, o aquel otro que se mantuvo al frente de una federación cerca de treinta largos años. Por qué harían eso. Por qué no echarse a un lado y que pase el siguiente. Ahora, si uno lo piensa, la respuesta era obvia, además de una cuestión de tiempo. Ya son demasiados los casos. La hermosa y cristalina burbuja que era el fútbol acabó estallando.

Blatter, Villar, Beckenbauer, Platini. Nombres ilustres en su día. Pero también Chung Mong Joon, Jack Warner, M. bin Hammam, Chuck Blazer y un largo etcétera, tal vez no tan ilustres, pero que sin embargo pertenecían, igual que los otros, a la más alta cúpula de los estamentos gubernamentales de ese mundo que habíamos creído transparente. Hace un tiempo hubiera sido una locura nombrar a Bárcenas al tiempo que se hacía lo propio con el gran (o quién sabe si ex gran) Beckenbauer. Pero parece que ya nadie está a salvo. Cuando hay una bolsa, sea donde sea, todos quieren meter la mano.

Y eso por no mencionar el último de los escándalos, aunque a día de hoy los hechos todavía no puedan confirmarse. En cualquier caso, un linier anónimo de la Liga BBVA afirma que el máximo organismo del arbitraje español le “propuso” que favoreciera al Real Madrid en el clásico del próximo 21 de noviembre. La pregunta, suponiendo que dicha información sea cierta, es desde cuándo. Desde cuándo el azar, o el talento, dejaron de ser determinantes en el devenir de los partidos. Desde cuándo, como ocurre por ejemplo en el Wrestling, los resultados se conocen a priori. Cuándo se escribió el guion y, sobre todo, quién lo escribió. Y en definitiva, quiénes son las máquinas y quiénes los seres humanos sedados.

Lo cierto es que hubo un tiempo en el que las cosas iban bien, o por lo menos mejor. Entonces no hacía falta mirar con lupa, pues para qué íbamos a tomar la píldora roja, si con la azul uno ya iba tirando. Pero el hombre, al igual que el niño, ha demostrado que no es capaz de andar solo. No importa dónde. Ya sea política, televisión, fútbol, o incluso en casa del vecino. El agua siempre será turbia. Y quién sabe. Quizás haya llegado el momento de tirar definitivamente de la manta que cubre, ya no solo los campos de fútbol, sino el globo entero. Construir de nuevo un mundo en el que no existan las bolas de nieve camufladas en la ladera blanca, cuya fuerza y alcance solo se perciban cuando ya sea demasiado tarde. Ahora más que nunca, se trata de decidirse entre la píldora roja o la azul. Pero el problema quizás resida en que simplemente no somos capaces.


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