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La cara pública del Alzheimer

Por María J. Pérez , 24 marzo, 2014

1335358814_208191_1335359385_noticia_normalLa primera vez que oí hablar de la enfermedad del Alzheimer, en aquel entonces desconocida, fue a través de la actriz Rita Hayworth. Sufría un extraño padecimiento, una especie de atrofia en el cerebro, me explicaron, que afectaba a las capacidades del habla, de la memoria y del pensamiento. Y así vivió la intérprete de “Gilda” durante más de dos décadas hasta su muerte.

Desafortunadamente desde aquel suceso aislado hasta la actualidad los casos se han multiplicado aceleradamente y personajes de la vida pública salen a la luz continuamente víctimas de ese terrible padecimiento de nuestro tiempo que afecta a millones de personas en todo el mundo.

El último de ellos, del que es obligado hablar, es el de Adolfo Suárez que falleció ayer a consecuencia del mal del Alzheimer, enfermedad que daña las neuronas hasta convertir a las personas en un cuerpo sin mente, sin huella de su pasado, sin personalidad.

Suárez, primer presidente democrático del gobierno español, comenzó a sufrir esta afección en 2003, aunque hasta 2005 no se hizo público por parte de su hijo mayor Adolfo Suárez Illana, que por no recordar ni se acordaba que había sido presidente.

En la política española tenemos otro caso que es bien conocido, incluso se ha rodado un documental titulado: “Bicicleta, cuchara, manzana”, que recoge el proceso vital y la lucha de Pasqual Maragall y su familia contra este tipo de demencia senil.

Maragall, que fue alcalde de Barcelona y presidente de la Generalitat de Cataluña, declaró estar afectado por el mal en 2007 creando la Fundación Pasqual Maragall para la Investigación sobre el Alzhéimer.

Otros casos de políticos en diferentes países han sido Ronald Reagan, que ya comenzó a notar los primeros síntomas del padecimiento en su época final como presidente de los Estados Unidos, o Margaret Thatcher, primera ministra británica.

Parece increíble suponer siquiera que personajes tan insignes que han regido durante años la política de una nación puedan haber mermado sus facultades hasta el punto de no conocer quiénes son y lo que han representado para su pueblo.

Y es que la enfermedad del olvido no perdona ni anónimos ni a célebres.


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