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La belleza del accidente

Por Javier Moreno , 28 mayo, 2014

Es cierto que Occidente, y España en particular, vive instalado desde hace tiempo en una huelga de acontecimientos. Hubo sus excepciones. Un atentado terrorista, una crisis económica y un movimiento popular (el 15M) que parecía condenado, como el resto de consecuencias de la crisis económica, al agostamiento y al desgaste del tiempo. Mientras el mundo (esa cosa más o menos distante que comienza al otro lado de un muro o una valla) se convulsiona, Europa parecía destinada a cumplir la profecía de Francis Fukuyama del fin de la historia, precisamente por esa muerte térmica de los acontecimientos (políticos y sociales) que supone la apoteosis y consumación del liberalismo económico.

Si hay algo que molesta al estatus quo es que algo fuera de lo previsto acontezca. El mundo, nuestro mundo occidental, se asimila al gestell heideggeriano, a esa (pre)disposición de las cosas y los actos (el supermercado y lo políticamente correcto) que inmuniza contra el acontecimiento. Al ciudadano solo le queda transitar resignado por este universo sin una verdadera posibilidad de intervención, consolado tan solo (para quien esto sirva de consuelo) por la posibilidad de elección entre aquello ya (pre)dispuesto. La libertad no consiste por tanto sino en la apuesta (condenada al agotamiento) de una combinatoria ya calculada con antelación, normalizada, en la consumación de una opción estadística. La novedad, mientras tanto, parece reservada tan solo para el último dispositivo tecnológico, única epifanía legitimada por el capitalismo, como si el tiempo solo pudiese reverdecer y mostrar sus retoños bajo la apariencia de una pantalla que prometiese más definición, más aplicaciones, mejor cuanto más rápido. Y sin embargo basta que ocurra algo en apariencia tan normal como que una formación política (hablo de Podemos) obtenga un millón y pico de votos para que todo esto se tambalee. La savia joven acaba aflorando y resulta fácilmente reconocible. La población se polariza en torno a dos extremos, los que se asustan ante la posibilidad de que algo pueda cambiar y los que sienten la fascinación ante la ocurrencia del accidente. Porque, como todo lo que no ha sido previsto, el éxito electoral de Podemos, acontece bajo la apariencia de un accidente. De ahí la aversión de unos y la ilusión de los otros.

Heráclito decía –más o menos- que el tiempo se asemejaba a un niño jugando a los dados. Pues bien, el niño-tiempo ha arrojado sus dados y aquí estamos, atónitos ante el resultado. A veces la política (quién lo iba a decir) se acaba pareciendo muchísimo a la metafísica.

 

 

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