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Jóvenes, nuevos seres de irrealidades

Por Eduardo Zeind Palafox , 1 mayo, 2017

 

 

 

Por Eduardo Zeind Palafox 

Investigador de mercados 

Distingamos, para comprender la actualidad, dos palabras que andan demasiado juntas: situación y circunstancia. Las circunstancias, que se inteligen moviendo la cabeza, están formadas de materiales del mundo inteligible, ideal, y del mundo sensible, sustancial. Las situaciones, además de ser sustanciales e ideales, son fenoménicas. Fenómeno, aquí, es combinación de lo que hay, de lo que se desea y de lo que se cree.

Un fenómeno, dígase con términos modestos, es la sincronización de los pensamientos y los objetos, de los que jamás podemos decir algo último.

Hay quienes viven para las ideas, es decir, quienes transforman las circunstancias y las situaciones en probabilidades ficticias, y hay quienes viven para las sustancias, quienes entierran en las cosas toda probabilidad y toda ficción. Unos jamás comprenden el entorno y otros jamás barruntan que existe un entorno.

Para sincronizar pensamientos propios, espontáneos, con las leyes de la física, por ejemplo, necesitamos naturalizar, discurrir y adoptar los estímulos, creencias y conocimientos que recibimos.

Naturalizar es pasar de la sorpresa a la serenidad («el sol no gira alrededor de nuestro planeta»). Discurrir es volver movimiento lo sabido serenamente («¿qué nuevo modelo puede explicar el movimiento del planeta?»). Adoptar es transformar en causa constante el movimiento («¿qué efectos no sólo físicos, sino lingüísticos, provoca tal descubrimiento?»).

Para acometer lo anterior es menester usar no sólo la imaginación, sino además el entendimiento. El deseo principal de la imaginación es la simplicidad, y el del entendimiento la complejidad. Entender es desbrozar lo imperioso, lo inevitable, e imaginar es tejer lo accidental, lo que puede no ser.

La imaginación sin entendimiento acostumbra a clausurar lo abierto, a retener sólo lo asequible y a perfeccionar lo defectuoso, esto es, a acabar la línea que a medias constituye un círculo, a representar los círculos con breves curvas y a instaurar ejemplares círculos sin yerro.

Apliquemos el largo y teórico exordio a juveniles cuestiones. Los jóvenes que desatienden el entorno y que ni siquiera lo vislumbran por gastar la vida en virtuales vanidades todo lo encierran, reducen y perfeccionan con la geometría de los ordenadores. Dicha geometría regala intuiciones, pero puras, no reales.

Lo que en las redes sociales se percibe no es «ni materia ni espíritu», pero realmente se intuye. Lo intuido en las redes sociales no puede naturalizarse, discurrirse y adoptarse porque no conforma ni una circunstancia ni una situación, sino sólo un falso paraje móvil y colorido. En ese paraje son inservibles tanto el entendimiento, que analiza, separa, como la imaginación, que simplifica y unifica.

El geómetra que fragmenta círculos no fragmenta algo material y eficiente, sino algo formal y final. Pero lo formal y lo final, que siempre han sido conceptos, en las redes sociales son cuasi experiencias.

¿Adónde van, entonces, los jóvenes desnaturalizados, sin discursos y sin propias creencias? Hacia la «clase vulnerable», es decir, hacia la incertidumbre del que ignora la ciencia, la técnica y la vida. El 49% de las empresas mexicanas, leemos en «El Universal», no encuentra el personal que necesita, gente capaz de vivir entre hipótesis, en el espacio y en el hoy barajando lo probable y los objetos. Los jóvenes se transforman lentamente en animales de irrealidades (el hombre se había definido como animal de realidades) que por himno tendrán los siguientes versos de Dámaso Alonso:

 

No era de ritmo, no era de armonía

ni de color. El corazón la sabe,

pero decir cómo era no podría

porque no es forma ni en la forma cabe.–


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