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J. D. Salinger: el enigma y lo fugaz

Por José de María Romero Barea , 17 marzo, 2017

 

Holden Caulfield, el protagonista de la novela El guardián en el centeno (1951), sigue siendo la voz inolvidable de la adolescencia en conflicto con un mundo inquietante. O eso afirma el escritor, crítico literario y traductor Ernesto Calabuig (Madrid, 1966) en el ensayo “El enigma y lo fugaz”, aparecido en el tercer número de la revista Tales Literary. La de Holden, según el madrileño, es una batalla por llegar a un acuerdo consigo mismo, con su pequeña hermana Febe, con su hermano muerto Allie. Al igual que muchos adolescentes, siente que el mundo es un lugar extraño, hostil y sin consuelo, donde habitan, “soledad; aislamiento; desvalimiento; inteligencia; lucidez”.

Que el autor de la novela, Jerome David Salinger (Nueva York, 1919 – Cornish, Nuevo Hampshire, 2010), en su ya famosa reclusión autoimpuesta, estaba comprometido en la búsqueda permanente de sí mismo, ya fuera a través de su escritura, largamente postergada, o de su (peculiar) relación con las mujeres, parece ser la principal aportación de un ensayo que, como si de una biopic se tratase, nos permite llegar al corazón del autor de Nueve cuentos (1953). De la mano del traductor de Siegfried Lenz, calibramos la condición kamikaze de una literatura, que, a pesar de su brillantez misteriosa y su capacidad para el oído coloquial, sigue siendo el caso más desgarrador de trabajo interrumpido de la literatura norteamericana.

No en vano, Salinger había luchado en Europa como soldado de infantería, después de aterrizar en la playa de Utah en el día D, y más tarde participó en la batalla de las Ardenas. Muchas de las escenas de El guardián (una noche en un hotel de lujo; una cita con una antigua novia; un encuentro con una prostituta; un atraco a manos de un proxeneta) no parecen las peripecias propias de un chico de 16 años, sino las pesadillas de un joven soldado. Una experiencia “curiosa”, en cualquier caso, la del novelista de Expuestos (2010), “acercarse de nuevo” a Salinger, “encaminarse – o reencaminarse – al mito, cuando uno está a punto de cumplir los cincuenta años y lo leyó, más o menos, a los veinticinco”.

El narrador de Franny y Zooey (1961) se nos muestra en “El enigma …” como el genio de la inmadurez que fue, atrapado en la fantasía de su inocencia. No en vano, El guardián sigue siendo el espejo convexo en el que generaciones de adolescentes de todo el mundo se examinan a sí mismos. Esa visión distorsionada les impele, al mismo tiempo, a distanciarse de los farsantes que arruinan sus vidas. De ahí que el propio Salinger permaneciera secuestrado, de forma voluntaria, en New Hampshire. “Hay una maravillosa paz en no publicar”, declaró, unos 20 años después de quedarse en silencio.

El retrato que nos ofrece el cuentista de Caminos anfibios (2014), con toda la idiosincrasia del autor norteamericano, nos resulta terriblemente familiar. No hace falta una guerra mundial para explicar la incesante pérdida de amigos y familiares. Un genio literario es un rayo que cae con tal fuerza que acaba chamuscando todo lo que encuentra a su alrededor (aunque sea de dominio público que la famosa retirada de Salinger del fragor estridente del mundillo literario, para internarse en la pureza zen de escribir para sí mismo, resultara, a la postre, una impostación más).


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