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Investidura.

Por Carlos Almira , 29 octubre, 2016

Esta tarde va a ser investido en segunda votación, con el apoyo de Ciudadanos y Coalicción Canaria y la abstención de una parte del PSOE, el señor Mariano Rajoy. Es curioso que, el mismo día, tras superar, recurriendo a toda clase de presiones y chantajes, la oposición del Parlamento Valón, la Comisión Europea (que no representa a ningún ciudadano), va a permitir la firma del Tratado Comercial con Canadá, que permitirá, entre otras cosas, a cualquier multinacional canadiense, europea, o de cualquier otro país que tenga su razón social residente en los países firmantes, denunciar ante tribunales de arbitraje privados, internacionales, la legislación de cualquier Parlamento, si considera que atenta contra sus intereses empresariales, imponiendo multas y la retirada de los textos legislativos en litigio. Por último, esta tarde habrá una manifestación contra la investidura fraudulenta del señor Mariano Rajoy en Madrid, a la que se ha llamado impropiamente «rodea el Congreso», y que para todos los voceros y los medios de este régimen parlamentario de élites, constituye un acto de violencia y un atentado contra la democracia en España.

Los diputados del PSOE y los de Ciudadanos, que se presentaron a las dos últimas convocatorias electorales con Programas Políticos incompatibles con la continuidad de un gobierno del PP y del señor Mariano Rajoy, al que ahora van a apoyar o a hacer posible, ya no representan a una parte importante de quienes los votaron. Aunque formalmente siguen teniendo el mandato popular que recibieron, desde el punto de vista de la legitimidad democrática, han perdido esta condición, y de facto pueden y deben no ser reconocidos ya como diputados, y por lo tanto sus votos hoy son, en mi modesta opinión, nulos y sin ningún valor, como si fueran efectuados por cualquier particular. Y ello no sólo por razones morales y éticas, sino sobre todo por razones políticas (no confundir con las legales, pues legales también eran las Leyes de Nuremberg). Puesto que, como ya reflexionara hace unos cuantos siglos Jhon Locke, nada sospechoso de anarquista o de chavista, la sociedad civil, como depositaria de la soberanía encarnada en el Estado, puede y está obligada en todo momento, ante un acto de tiranía, exigir, revocar y obtener por todos los medios a su alcance la reversión de esta soberanía, cuando le es usurpada desde el poder de facto, aun encarnado en las instituciones.

Si en lo anterior hay algo de verdad, es posible y acaso razonable, considerar en adelante que todas las Leyes salidas del Parlamento de España, son de facto, nulas, y sin ningún efecto y valor. La única razón para acatarlas, si esto es así, será, desde este momento, la sola y pura fuerza de la coacción. Ahora bien, como existe una desproporción evidente de fuerzas entre el Estado, ocupado fraudulentamente ad origem (por el fraude cometido en las urnas), y siempre al servicio de las mismas élites, y el depositario legal de la soberanía, que es el pueblo, hoy por hoy no cabe otro remedio que acatarlas externamente (como se acata las leyes necesarias de la Naturaleza). Pues en los regímenes parlamentarios, en el «Estado de Partidos», al no reconocerse ni permitirse una democracia participativa real, el pueblo o la nación a la que sin embargo se reconoce, a los solos efectos de la autolegitimación, constitucionalmente como depositaria de la soberanía, carece de cualquier poder real, salvo el de la manifestación y el tumulto, la huelga general indefinida, etcétera. Tal Estado es, en el fondo, pues, un Estado de Naturaleza o de guerra. En estos regímenes el pueblo es un rey desnudo.

Ahora bien. Si la democracia es el único régimen político compatible con la Razón y la verdadera libertad, positiva y negativa, (Spinoza…), y si la esencia de lo humano es precisamente, la Razón y la libertad como deber en la sociedad (Aristóteles, Kant…), todos y cada uno de nosotros, en tanto que humanos, tenemos la obligación ética de empezar a construir, desde hoy, un espacio de resistencia contra la tiranía. Una tiranía tanto más dañina y venenosa cuanto que aparece revestida públicamente bajo el ropaje de la libertad. Tenemos el deber ético de construir un espacio de resistencia, primero en la intimidad de nuestra conciencia («debajo de mi manto, al Rey mato», Cervantes), y luego, cuando empiece a cambiar la relación de fuerzas, si es que esto ocurre alguna vez, en la Sociedad Civil de la que hablaba Jhon Locke (Primer Tratado del Gobierno Civil).

Por último: quienes van a rodear el Congreso de los Diputados en Madrid esta tarde, pero no sólo hoy (los que se manifiestan hoy, no van a hacerlo salvo sorpresas), sino efectivamente y a partir de ahora, todos los días, cada día y cada noche, no van a ser los manifestantes, ni menos aún el pueblo soberano, sino las multinacionales soberanas.


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