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Ingenuidad, redes sociales y empleo

Por Silvia Pato , 19 noviembre, 2014

Los últimos estudios lo confirman. El 93% de las empresas estudia los perfiles sociales de los aspirantes a un puesto de trabajo antes de decidirse a contratarlos.

Si alguno piensa que hablamos exclusivamente de una red social como LinkdIn, creada al efecto, se equivoca. Facebook y Twitter tienen tanta importancia como aquella a la hora de valorar al futuro trabajador. Podremos pensar lo que queramos de esta utilización de las nuevas tecnologías, pero no podemos negar ni su existencia ni que, con toda probabilidad, estas consultas alcanzarán el 100% en los próximos años. De todas formas, tampoco deberíamos ser demasiado radicales en nuestras opiniones al respecto si tenemos en cuenta que, por ejemplo, para contratar a una niñera o a un profesor para nuestros hijos, la mayoría actuaría de igual forma, suponiendo que no lo haga ya.

keyboard-417090_1280Quienes controlan la privacidad de sus cuentas o quienes son más cuidadosos a la hora de moverse por las redes no suelen mostrarse preocupados por este tipo de revisiones. Sin embargo, resulta curioso que aquellos que tienen sus muros en abierto, con todos sus datos personales, aceptan la amistad de cualquiera y comparten instantes de su intimidad más absoluta, sean los que se rasgan las vestiduras ante estas cuestiones, como si la posibilidad de mantener sus cuentas personales de forma privada no existiera.

El exhibicionismo al que muchos sucumben en estos tiempos que corren siempre tiene un precio. Cada una de nuestras decisiones y cada uno de nuestros actos dan lugar a una serie de consecuencias, e ignorar eso, que puede ser comprensible en los más jóvenes, fomenta una infantilización de la sociedad adulta que no tiene excusa alguna.

Si seguimos reflexionando sobre este tema e intentamos ir un poco más allá, repararemos en que, tanto los más jóvenes como algunos adultos, viven en la falsa creencia de que las empresas no realizan esas búsquedas. Resulta asombrosa la ingenuidad que demuestran al creer que nadie va a mirar sus perfiles, y que mantengan conversaciones por Twitter, en abierto, con sus nombres y apellidos, al igual que lo harían por Whatsapp o hablando por teléfono, creyendo que nadie va a descubrirlas, ya sean familiares, posibles empleadores o personas que no desearían que supieran nada de su vida.

Desde luego, todo ello podría ser objeto de estudio y de muchísimos matices. ¿A qué se debe este incremento de un ansia exhibicionista que puede afectar tanto al entorno personal como al profesional? ¿A qué se debe que, aún conociendo que eso pueda suceder, no sean más cuidadosos o comedidos a la hora de cuidar su imagen en Internet y utilicen otras formas más privadas para comunicarse a través de las redes sociales? ¿O es que precisamente lo que les gusta es saber que todo el mundo lo ve?

Asemeja que se produce una especie de extrapolación de la seguridad que uno siente entre las cuatro paredes de su casa a la que cree que mantiene dentro del ordenador que tiene delante. Uno puede creer que ese universo virtual configura una extensión del lugar donde se encuentra sentado, creyéndose falsamente seguro y protegido.

Es fácil expresarse a través de las redes. Es fácil sucumbir a los instintos o al egocentrismo de creer que al mundo le importa que acabas de beber un vaso de agua. Y aunque parezca que ese trato no resulte revelador de nuestras personalidades, tampoco es verdad. Hoy por hoy, es posible que las empresas adivinen tanto o más de la personalidad, contención, educación y respeto de un futuro trabajador a través de sus perfiles en las redes sociales que durante una entrevista de trabajo.

La realidad es inevitable. En todos los aspectos, el hecho de poder consultar sobre la vida de cada uno de nosotros, para bien y para mal, con todo lo que ello conlleva, es sin duda un arma de doble filo que, según su utilización, puede estar repleta de ventajas o ser una fuente inagotable de inconvenientes. Sea como fuere, no quita que este es el mundo en el que vivimos, y que lo único que hace falta es un poco de lógica y de sentido común para desenvolverse en él, porque nadie nos obliga a colgar lo que colgamos ni a decir lo que decimos en Internet. Somos adultos y nosotros decidimos cómo comportarnos en nuestra vida online. Seamos consecuentes con nuestros comportamientos.

Así que, antes de colgar ese tuit o esas fotos comprometedoras en el Facebook o en Instagram, piénsenlo dos veces. ¿Le gustaría que viera eso su padre? ¿Le gustaría que viera eso su hijo? ¿Se avergonzarían de ustedes mismos si vieran sus cuentas dentro de diez años?


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