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Historia, cuna y estampa de nuestro ser

Por Eduardo Zeind Palafox , 4 septiembre, 2014

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El objeto de estudio de la filosofía es, siempre lo he creído, la historia. La historia nos habla, cuando es elocuente, cuando ha sido escrita por hombres prudentes, es decir, por filósofos aficionados al pasado, excelsos palpadores de la nostalgia, que siempre es de oro, de cómo se forjó nuestro lenguaje, nuestra cosmovisión, los conceptos con los que trabajamos y explicamos lo que nos rodea, ya lejano y culturalmente ajeno, ya cercano y por lo mismo invisible. 
 
Quevedo, autor prestigioso, prosista claro, divertido, ingenioso, que es decir verdadero escritor, en uno de sus sonantes sonetos, si no es necedad juntar tales términos, nos enseña de modo indirecto que la imprenta es docta, que es «docta la imprenta». La imprenta es una institución, un vehículo de creencias, de costumbres, donde sólo se ve, pensó Marx, lo que al culto hombre le parece digno de ser leído y pregonado. 
 
¿De qué están hechas las instituciones? ¿Cuál será el origen de sus raíces? ¿Cabe esgrimir metáforas e imágenes naturalistas para razonar el producto más humano de todos, que es el pasado? Sí, porque sólo el hombre tiene pasado y se atiene a los acontecimientos pretéritos, que ensalzados se llaman tradiciones. El naturalismo, se verá, sólo sirve provisionalmente y a guisa de colorante para explicitar lo social. 
 
¿Qué es una tradición? Es un concepto de cariz apriorístico. Filosofemos. Xavier Zubiri, analizando el pensamiento de Hegel, harto histórico, ha escrito en un libro que mucho he citado que el ser es anterior a la esencia, que asida se llama concepto. El ser es anterior al concepto, decir que significa lo siguiente: que el árbol, según ejemplo zubiriano, es primero semilla, luego árbol y después fruto, o sea, siempre árbol. La semilla, apúntese, ya es árbol siendo semilla. ¿Qué sacamos en limpio de tan peculiar pensamiento? Que la historia debe ser estudiada como se estudia el ser, al modo naturalista, eterno. 
 
Los pueblos son, así, pueblos desde su forma seminal. La historia, para regresar a lo meditado por Quevedo, está en los libros, en la imprenta, que es una institución, algo que aspira a la eternidad. ¿Qué instituciones, luego, se relacionan con la imprenta y la modifican? Las instituciones políticas, que juntas son la epistemología que permite ver, como al biólogo le permite ver la biología la epistemología biológica, lo humano. 
 
El hombre es hombre porque es político, porque se ayuda de la palabra para ser. ¿Luego la palabra es el ente político más importante que hay? Sí. La política siempre ha sido una colección de ideas traducidas a lenguaje visible y audible. Los pueblos se mueven, progresan, digamos, y al hacerlo se topan con obstáculos, con otros pueblos. ¿Cómo se concilian? Usando la política. ¿Y qué da credibilidad a la política? La historia. 
 
Sancho Panza, en el capítulo XXX de la segunda parte del «Quijote», sospecha que su «cuna», su sangre de «cristiano viejo», su semilla, pudo haber sido cambiada, trocada, por la «estampa», esto es, por la imprenta. La imprenta hace que todos los pueblos aparezcan en el escenario mundial en forma de fruto, nunca seminalmente.  Acontece así porque los historiadores, que son pensadores, poetas, fraguadores, sólo ven lo acabado, lo pulimentado, lo definido, lo que es loable. Zubiri, para remediar tales exageraciones, propone que distingamos entre los conceptos finitos, discernibles, y los provisionales, a veces indiscernibles, cierto, pero siempre con existencia, con presencia. 
 
Los conceptos de tal cepa, estrictamente y según piensa Zubiri, no son, no pueden conformar conocimiento. Allanemos: la verdad, que dice la tradición filosófica se forma a través de la concordancia entre objeto y concepto, entre sujeto y cosa, no es garante de la verdad, flaqueza que se comprueba porque existe el error. No podemos, aceptando lo comentado, conocer a un pueblo cualquiera leyendo su historia, pues resulta que en ella siempre habrá invenciones, inexistencias con visos de existencia, labradoras tenidas por princesas. 
 
¿Qué parámetro usar para no caer en quimeras? El salmo 26 enseña que los caminos se hacen con lágrimas, que quien anda llorando cosechará alegrías. El dolor de los pueblos, su catastrófica vida, siempre existe, siempre es real. Américo Castro, atrevido historiador, rompedor de mitos, de tradiciones irreales o sustentadas en humo y no en tierra, explica que España se forjó en negaciones y en conceptos provisionales. Francia, Inglaterra y Estados Unidos, por ejemplo, son naciones que han creado sus propios libros, su ciencia, el contenido de sus libros, la sangre de sus imprentas; España, muy por el contrario, dependió de otros para estamparse en la historia. 
 
En «La realidad histórica de España» de Américo Castro se lee: «Según expongo en otro lugar de esta obra y en «De la edad conflictiva: El drama de la honra», el interés por las cosas pensables y usuales [de los españoles] quedó fuera del área de la conducta, puesto que las más de esas actividades acostumbraban a ser ocupación de moros y judíos. Resultó preferible y menos peligroso ahincarse en la conciencia de ser quien se era –cristiano viejo». Toda ciencia ajena, extranjera, es provisional, y todo lo provisional, si me permite el lector jugar vulgarmente con el lenguaje, dispensa visiones. Mientras judíos y moros enarbolaban su saber, sus libros, su sapiencia, el español, mucho duele decirlo, hacía lo de Sancho, que según el Quijote «mejor desata la lengua para decir malicias que ata y cincha una silla para que esté firme». 
 
¿Y no es malicia la de Sancho, que aunque no cree en las locuras de su señor no hace nada para componerlas? ¿No es malicia la del español, que viendo que España no escribe ni imprime cosas propias no se cura de remediar sus carencias, y todo por no desmentir su falsa «cuna»? Ardua «ethopeia» y no otra cosa necesita nuestra queridísima y heroica España, patria la más cabalística, patria que cree, como leemos en el «Zohar», que en «toda la extensión del cielo hay signos, figuras y letras grabadas y puestas las unas sobre las otras»,  «letras con que Dios ha creado el cielo y la tierra»; o por mejor decir, patria que todavía apuesta más por la inspiración, por la visión histórica que por el tesón filosófico.  
 
Profesor Edvard Zeind Palafox  
http://donpalafox.blogspot.mx/


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