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Folie à deux

Por Eduardo Silva , 4 febrero, 2014

Parece que empieza a oscurecer, al menos en términos de legislatura. Es hora de acabar la cena, cepillarse los dientes, ponerse el pijama favorito (el de los personajes  Disney) e ir metiéndose en cama. Puede que todavía no tengamos sueño, que nos apetezca seguir viendo los dibujos animados de cualquier canal de pago, o que mañana no madruguemos  porque no es día de cole pero  a papá parece que le está dando otro de sus ataques de “crisis” nerviosa. No sabemos qué le pasa pero sí qué es lo que nos puede llegar a pasar a nosotros si nos diera por ponernos rebeldes en este momento. Así que toca obedecer  aunque poniendo condiciones, que no lo tenga demasiado fácil.

¡Si os portáis bien, mañana os bajaré los impuestos!

Papá cree que todavía somos unos críos y que durante el sueño los hombres de negro se instalan en nuestra imaginación y nos rocían con su neutralizador de memoria para hacernos olvidar sus promesas (y puede que tenga razón),  pero algunos todavía recordamos la pasada noche en la que nos aseguró que nos compraría la consola nueva, que nos llevaría a Eurodisney, que merendaríamos en la Pizzería Mc King, …, y todavía esperamos a que algo de eso se haga realidad.

¡La realidad no me permitió cumplir vuestros deseos!

Por eso  ahora solo pedimos quedarnos como estamos; que no nos esconda el monopatín en el desván, que nos permita reponer el calzado cuando la suela se despega, que no nos corte el gas cuando nos queremos freír un huevo,… Solo que ya no lo solicitamos tímidamente, lo exigimos de manera firme y enérgica porque creemos que nos lo debe, que es su responsabilidad  y que es lo justo, al menos mientras conserve su tribuna en el Bernabéu y en casa nos siga apestando con su olor a puro cubano.

¡Hemos superado las dificultades y os lo vamos a agradecer!

Papá confunde realidad y fantasía de manera selectiva. Por la mañana, recién duchado tras la resaca electoral, no perdió un minuto en ponernos en nuestro sitio. Nos dice qué podemos hacer y qué no, nos echa en cara nuestro mal comportamiento y nos asegura que si no tenemos más es porque no nos lo merecemos y que si reclamamos nos podemos llevar un guantazo (a papá le gusta la gente que le da la razón no protestando). A la hora de comer no quiere ni oírnos respirar. Todo le molesta y lo único que le preocupa es que le dejemos llenar el estómago en paz. Se echa la siesta hasta bien entrada la tarde para no tener que soportarnos y no le importa que salgamos a deambular por la calle siempre que no lo hagamos al unísono y de forma organizada. Pero ahora que  se acerca la noche se vuelve cariñoso y optimista, saca a pasear su imaginación y nos narra relatos maravillosos de mundos en los que no existe la enfermedad  ni el hambre, mundos que están al alcance de nuestra mano. Solo tenemos que volver a confiar en él, actuar como si no fuésemos conscientes de ese comportamiento que unas horas antes nos hizo sentir  tan humillados  y hará que nos transportemos allí. Cuando oscurece, la única realidad de papá es la urna.

¡O te callas o reconoces los méritos!

Parece que papá no se encuentra bien. Vuelve a escuchar voces de manera selectiva. No se inmuta cuando le decimos que tenemos hambre o que queremos seguir estudiando. Se tumba en el sillón y no parecen inquietarle ni nuestra tos ni los estornudos. Solo se levanta para celebrar los goles de Cristiano aunque sabe que no tenemos ni para el jarabe y cuando sospecha que queremos pedirle explicaciones por su actitud, manda callar al único que todavía no ha abierto la boca (al no tener motivos para quejarse). Empiezo a pensar que papá no nos quiere y que nos hace caso solo cuando nos necesita. El psiquiatra nos dice que se ha pasado demasiado tiempo mezclando  fantasía y realidad, tanto que ahora no es capaz de discernir entre ambas. Nos aconseja no importunarlo demasiado y nos anima a que confiemos en los neurolépticos. Le pido al doctor si me los puede recetar a mí también.

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