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Farmacéuticas y el aumento de trastornos mentales

Por Rafael García del Valle , 17 abril, 2014

Según un estudio  aparecido en el último número del Journal of Psychotherapy and Psycosomatics, la última edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, conocida por las siglas DSM-V, presenta un conflicto de intereses al existir una conexión financiera entre algunos miembros del Grupo de Trabajo de la presente edición y la industria farmacéutica.

El DSM es una publicación de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, (American Psychiatric Association, APA). Se trata del sistema de diagnóstico más utilizado por los profesionales de la psiquiatría y la psicología clínica en todo el mundo, junto a la Clasificación Internacional de Enfermedades, o CIE-10, que es el sistema de acceso libre recomendado por la Organización Mundial de la Salud.

Según se explica en un artículo de 2013 firmado por un grupo de especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria dirigidos por María Leon-Sanromà: “En España está muy extendido el uso del DSM IV-TR [la edición anterior] a diferencia de la mayoría de países europeos en los que se usa de modo generalizado la clasificación de la OMS, CIE 10”.

El estudio, dirigido por Lisa Cosgrove, psicóloga de la Universidad de Massachussetts Boston, describe una conexión tripartita que relaciona a las compañías de medicamentos con el panel editorial del manual y con los responsables de las investigaciones y ensayos clínicos en que se apoya el libro.

El conflicto alcanza al 61% de la plantilla editorial y al 27% de los miembros de grupos de trabajo. En cinco de los trece ensayos (38%), los responsables de los mismos tenían lazos ajenos a la investigación con los productores del fármaco. En tres de los ensayos clínicos (23%), un investigador principal tenía relaciones con la empresa fabricante del fármaco y era también miembro del DSM con capacidad de decisión sobre el proceso de revisión.

Las últimas ediciones del DSM han generado  polémicas como la actual, pero también han estado acompañadas de numerosas críticas desde una perspectiva exclusivamente médica. Uno de los aspectos más criticados es el notable incremento de trastornos tipificados como tales edición tras edición, “hasta casi cuadruplicarlos”, según el artículo de Leon-Sanromà: “Es lo que se ha denominado ‘el frenesí de los diagnósticos psiquiátricos’ con consecuencias clínicas, sociales y económicas, un aspecto más de lo que Moynihan en 2006 denominó ‘disease mongering o mercantilización de las enfermedades”.

Entre otros, citan los autores al propio Allen Frances, jefe del Grupo de Trabajo del DSM-IV, quien cree que este manual ejerce demasiada influencia “con consecuencias socioeconómicas no deseables”.

La defensa del DSM se basa en que se trata de una publicación meramente descriptiva, por lo que no se la puede hacer responsable de un “mal uso” como guía de tratamiento terapéutico o farmacológico.

Según otro estudio sobre el DSM-V elaborado por investigadores de la Universidad del País Vasco, (UPV): “El motivo más importante de controversia es el aumento de diagnósticos psiquiátricos, así como una exigencia menos estricta para los criterios diagnósticos en las categorías antiguamente existentes”.

Los autores subrayan, además, que hay un problema añadido, y es el aumento de la demanda terapéutica por parte de la población, que ha generalizado las consultas sobre problemas que no pertenecen a los cuadros clínicos “tradicionales”, sino que se deben a una intolerancia al sufrimiento: “Estos problemas, que no constituyen propiamente trastornos mentales, reflejan una patología del sufrimiento o de la infelicidad, es decir, una situación de insatisfacción personal que no tiene en muchos casos una significación clínica”.

Se refieren a situaciones como la pérdida de un ser querido, los conflictos de pareja, problemas de convivencia, estrés laboral, cambios en la vida, etc.; todas ellas pertenecientes hasta hace poco al ámbito personal de las estrategias emocionales, y que, debido a la creciente incapacidad para afrontar los retos de la vida, han comenzado a ser consideradas por la sociedad como responsabilidades médicas.

Es en este contexto en el que se sitúa la polémica con el DSM-V, el cual, lejos de solucionar el problema, lo alimenta al incluir trastornos antes considerados “problemas menores”. Al menos, esa es la crítica de sus opositores.

Siguiendo con el artículo de la UPV: “En concreto, hay nuevos trastornos diagnosticados en el DSM-5 que no cuentan con un apoyo empírico sólido y que pueden implicar una medicalización de conductas normales, con el consiguiente riesgo de medicación innecesaria”.

Estamos, pues, ante una tendencia a la “psicopatologización” de los problemas de la vida cotidiana. Y en ella, según se ve, intervienen dos corrientes opuestas que se terminan encontrando.

Por un lado, existe la influencia de las compañías farmacéuticas, cuya rentabilidad depende de que no se pierdan clientes, es decir, enfermos, tal y como han denunciado muchos, incluyendo premios Nobel como Thomas Steitz, quien acusó a las compañías de falta de interés en investigar la cura de enfermedades crónicas.

Por el otro lado, estamos ante una sociedad que ha sido educada en la evasión del dolor como única arma de supervivencia, y cada día que pasa dispone de menos recursos esenciales para afrontar la vida en su complejidad, de ahí que lo que antes era “normal” esté perdiendo terreno ante la falsa comodidad del diagnóstico psiquiátrico.

“Es decir, muchos personas normales con problemas de duelo, comida excesiva, distraibilidad, reacciones al estrés, olvidos en la vejez o rabietas infantiles pueden quedar atrapadas en la red de este manual diagnóstico”, dice el estudio del UPV. Y esto afecta tanto al médico que diagnostica y receta como al paciente que acepta ser etiquetado.

El DSM-V es el síntoma de una sociedad que está reduciendo la existencia a un promedio y ha eliminado la capacidad de experimentar los fundamentos de la personalidad. Según concluye el estudio de la UPV: “Parece olvidarse de que existen muchos modos y maneras de ser normal. La tolerancia hacia comportamientos diferentes y hacia la diversidad cultural es importante, así como lo es tener en cuenta que el sufrimiento es inherente a la vida. Ningún comportamiento, sentimiento o actividad mental puede calificarse de patológico sin examinar su posible utilidad adaptativa y estratégica y las condiciones contextuales en las que aparece”.


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