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Escribir no es imaginar

Por Eduardo Zeind Palafox , 15 mayo, 2014

Borges_casares

En un extremo del saber humano está la teología, que es amor, y en el otro el periodismo, que es aborrecer. El lector erudito habrá notado que he usado una imagen de Lope de Vega. ¡Omitid mi plagio! En el primero, sigamos diciendo, al que considero sitio de la ciencia, hay inspiración, soplo, movimiento, algo que nos empuja y eleva, mientras que en el segundo hay imágenes, colores, olores, un paraíso de impresiones que median y regulan o dirigen el movimiento que luego de leer la `Vulgata´ hemos iniciado. 
 
Recuerdo que la fenomenología, instaurada por Husserl, procuró encontrar relaciones entre las imágenes y vivencias que en la faena que es la vida el hombre va adquiriendo; y recuerdo, además, que es la lingüística la que ha encontrado las leyes que permiten tales relaciones. Hay relaciones categóricas, como las económicas; las hay, además, hipotéticas, como las ideológicas, y las hay disyuntivas, que son las que causan coyunturas históricas, si nos atenemos a la filosofía de Kant, autor fundamental para entender qué es la fenomenología. 
 
¿Son las ideas teológicas, fundamentales en todo pueblo civilizado, las que allegan la materia para la imaginería humana o es el día a día, con sus avatares y óbices, el pozo de donde la teología saca sus argumentos? ¿Se escribe más y mejor en épocas de misticismo que en épocas ateas? ¿Hay más riqueza vivencial en una sociedad en la que impera la masa o en una imperada por las élites? Leo en el `Eclesiástico´ que el escribano responsable, serio, «dedica su ocio a estudiar las profecías», frase que me recuerda la gran obra de Ortega y Gasset, `La rebelión de las masas´, texto que afirma que hoy el pueblo tiene gustos aristocráticos, mas no la capacidad espiritual, la virtud, digamos, para sobreponerse al embeleco que suponen tales gustos. 
 
¿Qué es el gusto? Es la proyección de nuestra alma, movimiento veleidoso de nuestra psique. Nos gusta cierta mujer de blanco porque se contonea frente a nosotros como «peregrina paloma», porque su inocencia recuérdanos que estamos en la edad de los «últimos amores», a palabras de Freyre, así como nos place el sombrero del escaparate que nos ofrecen porque da forma viril a nuestro rostro; nos gusta Rachmaninov porque hace alegre nuestra inquietud, y nos gusta leer la Sagrada Escritura porque nos incita a imaginar que Dios nos mira desde su trono. Nos gusta, medítese, lo que da forma a lo informe que llevamos dentro, el espíritu; y éste, si hemos de invertir las reflexiones hegelianas, que todavía explican algunas cosas, está hecho de historia. La historia nos surte de imágenes, de representaciones; y éstas, a la hora de la acción, nos dirigen, nos hacen elegir tal o cual entidad, ora la retórica dama madrileña versada en Quevedo, ora la erótica dama argentina versada en el `Martín Fierro´.
 
Que las cosas sean así nos lleva a reflexionar sobre el tema eterno de la filosofía: la libertad. Empezamos a perder libertad, si podemos creer en tal entelequia, cuando pretendemos imaginarla, cuando nos figuramos que ser libres es hacer lo que nos dicte el humor, sea tomar café y leer a Virgilio al medio día, sea poder cortejar españolas y argentinas sin correr el riesgo de un celoso bolsazo. Los oros y mármoles de Quevedo, más substanciosos que las bolas y maniadores de José Hernández, advirtamos, harán más temible el bolsazo español. 
 
San Agustín trivializa la imaginación en sus `Confesiones´, que enseñan que a Dios no hay que imaginarlo, sino sentirlo; y Santo Tomás, en el Libro I de su `Suma contra los gentiles´, dice: «es necesario prescindir de la imaginación cuando se trata de meditar en seres incorpóreos». Dos santos, dos pensadores de magna inteligencia acuerdan en no darle forma a lo único que podría darnos libertad, es decir, a Dios. «No hay otro dios, sino Alá», dicen los mahometanos, que prohiben toda representación de Dios; véase que primero niegan, borran toda imagen, y que luego afirman la existencia de la divinidad, que es abstracta, de acuerdo con las exégesis hechas por el insigne Asín Palacios. Y los judíos también nos aleccionan, pues buscan en la letra y no en imágenes el quid de su fe, y por tal son grandes glosadores, grandes manipuladores de sutilezas, rasgo que el lector podrá corroborar leyendo a un Maimónides o a un Scholem. 
 
Después de somero recorrido preguntemos: ¿escribe mejor el autor que ha aprendido a escamotear las imágenes? Parece que sí. Eliseo Álvarez Arenas, que era militar y escritor, denostaba a la gran cantidad de escritores que hay en la era moderna, los culpaba por atreverse a escribir sin haber aprendido el oficio. ¿Por qué cualquiera se atreve a escribir? Porque en el día se cree que escribir es simplemente traducir a la letra las imágenes que tenemos en el magín. Recuerdo que Aldous Huxley decía que su imaginación era muy pobre e incapaz de construir imágenes sofisticadas, llenas de color, dinámicas; recuerdo también que Borges sostenía que su memoria era más rica que su imaginación, y que por dicha razón prefería el cuento erudito al novelón fabuloso. 
 
Cuando a un pueblo le matan sus ídolos, le queman las sacras pinturas y le prohiben la mitología, dice Ezra Pound, deviene la parábola, o el rodeo, o la alegoría, o la sátira o la ironía, esto es, devienen las grandes literaturas, que son ficciones circunscritas a leyes físicas, o dicho con las palabras de Borges, son versos latinos o sajones hechos «hábito». De los «hábitos», de lo «dado», los clásicos sacaron las imágenes para construir sus mundos literarios; Dante extractó de la Biblia las imágenes necesarias para hacer su `Comedia´; Shakespeare sacó de Montaigne y de los clásicos antiguos los argumentos adecuados para dar voz a las personalidades ingentes que animó; Cervantes, que leyó infinitos libros de caballerías, absorbió de ellos escenas útiles para redactar su `Quijote´, y Goethe se imbuyó de poesía helénica para darle rostro a sus personajes, que por ser sajones carecían de gestos amables, según él mismo declara en sus `Conversaciones´. 
 
A guisa de atrevido resumen digamos lo que todos saben: que el alma del gran escritor es más receptiva que imaginativa, más paciente que activa, más hecha para la contemplación que para la acción. 
 
E. Z. P. 
http://donpalafox.blogspot.mx/
 
 


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