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Elle de Paul Verhoeven

Por Francisco Collado , 5 febrero, 2019

 

Con «Elle«, el holandés Paul Verhoeven, consiguió otra de sus habituales polémicas. Con una retorcida carga de profundidad que; a tenor de las opiniones leídas; o no hemos visto la misma película; o no se han enterado de nada. A partir de aquí quienes no hayan visionado la última obra de Verhoeven, no deberían seguir leyendo. “Elle” llega con los torpedos agitadores de conciencias, habituales en el director, que despliega todos sus estilemas morales, toda su parafernalia destroyer y su poética ponzoñosa para adaptar la novela “Oh…” de Philippe Djian; el fenómeno “incotournable” de su generación. Verhoeven tiene una querencia particular por la provocación, por las psiques retorcidas, por atmósferas mórbidas.

Además posee un corrosivo sentido del humor subversivo, para derrumbar las arquitecturas de lo políticamente correcto. En “Elle”, las sombras de Jung y de Freud son alargadas. Ya en la obra original no existía un propósito de moralizar, objetivo que toma el director con gusto del controvertido escritor cuyas obras nunca dejan indiferente, recolectando pasiones y animadversiones. Para Verhoeven este personaje amoral; de pasajes subterráneos y rincones oscuros en la mente; es un regalo para desplegar toda su artillería sediciosa. El escritor Philippe Djian ya fue adaptado al cine por el director Jean-Jacques Beineix, cuando su novela “37º2 le Matin”, se convirtió en la exitosa “Betty Blue”, con una extraordinaria partitura de Gabriel Yared.

En 1986, de la mano de Yves Boisset llegó a la pantalla “Bleu Comme L´enfer”, otra negra adaptación de su universo. En “Betty Blue” ya encontrábamos el acercamiento una perturbación límite de la protagonista, que evoluciona hacia esquizofrenia catatónica. El personaje de Betty (cautivadora Beatrice Dalle) presenta síntomas de manual: agitación psicomotriz, tristeza, indiferencia, escaso control de los impulsos, que la convierten en un trastorno histriónico de la personalidad.

 

Para filmar “Elle”, Verhoeven se mimetiza con el estilo fílmico francés y utiliza París como decorado de la enfermiza trama. Cámara en mano se convierte en escriba del devenir enfermizo de los personajes. El lenguaje crudo, sin rodeos del escritor galo, es un reflejo de las vivencias de sus personajes, basados en datos reales.

Philippe Djian utiliza un habla vulgar, cotidiana, coloquial. Hay reminiscencias de la novela norteamericana y el “hard boiled,” en su escritura, sus climas oníricos, anegados en océanos de alcohol, sus desiertos urbanos al modo de Wenders, (absorbiendo a James Cain y su negrura) envueltos en un clima de existencialismo desesperanzado y trufado de diversas referencias literarias o míticas. El uso de coloquialismos dificulta la traducción. También la obstaculizan el uso de contrasentidos o frases hechas, las paronimias (palabras similares fonéticamente), los “falsos amigos” y las expresiones idiomáticas.

Estos escollos; junto a la utilización por parte del traductor de eufemismos castellanos para velar la dureza del vocablo galo original; constituyen el “corpus” para las traslaciones a nuestro idioma de la obra del escritor gabacho. El film no refleja léxicamente su estilo; que alcanza su límite de vulgaridad en “Por qué no un Porno?, con descripciones de literatura pulp o explotaition o narraciones sin capítulos (en el caso de “Oh…”). En ocasiones se precisa de un diccionario especializado en argot para comprender los textos. Por otro lado el personaje de Michèle (formidable Isabelle Huppert) es pintado con rasgos mucho más patológicos, que la reivindicativa propuesta de rechazo del status quo e independencia que escribiera para la protagonista original literaria.

El guión nos adentra en tierra prohibida. Lo que en “Betty Blue” constituía una intensa carga erótica, en “Elle” es una dependencia patológica. El juego cromático de tonos azulados y rosáceos de la historia de “amor fou” que se utilizaba en aquella, se transforma en una paleta apagada y ocre en este desquiciado universo habitado por Isabelle Huppert. Y es que la hembra fatal de “Elle”, mantis religiosa y desestabilizadora, es la más intensa de las protagonistas de Philippe Djian.

“Blue Comme L´Enfer” se ha convertido con el tiempo en un título de culto, de atmósfera oscura. Una road movie perversa bajo un cielo azul. Básicamente la paleta filmográfica de Verhoeven maneja el tornasol del exceso, la deshumanización de personajes y la pincelada de la controversia moral. Incluso en productos aparentemente más comerciales como “Desafío Total” o “Robocop” el rosario de traiciones, inmoralidades y sevicias, es la denominación de origen.

En el “El Libro Negro” (por otra parte mi obra favorita del autor) gravita la posibilidad de que no todos sean lo que parecen. Una vez más la ambigüedad, la vuelta de tuerca que derrumba lo políticamente correcto, mixturada con todas las señas de identidad de su etapa holandesa y añadiendo el conocimiento adquirido sobre el espectáculo en EEUU,

 

En “Los señores del Acero” el holandés se pasea de la mano de la ultraviolencia por una Edad Media oscura, bizarra, amoral y obscena, donde uno de los mercenarios ofrece a una dama un alimento que no se encuentra en los estantes de ninguna tienda. En este film, el personaje más miserable resulta ser la; aparentemente ingenua víctima; recreada “cum laude” por la actriz J. Jason Leigh. Algo impensable en producciones teñidas de romanticismo naif como “Ivanhoe”, “El Talismán” o “El Príncipe Valiente, pongo por caso. Con la destroyer “Showgirl”, el director da carpetazo al sueño americano con un esforzado ejercicio sobre la vulgaridad, la tosquedad y el inframundo del “lap dance” que supuso la debacle para Elizabeth Berkley (después recuperada en CSI Miami), y para todo el elenco que protagonizó esta versión explotaition de “Eva al Desnudo” en clave de erotismo kitsch, hoy convertida (misteriosamente) en obra de culto.

En “El Cuarto Hombre”, el neerlandés y su guionista alteraron algunos pasajes de la novela de de Gerard Reve. Deudora de la visión hitchcokiana del sexo, y llena de símbolos e imaginería inteligentemente dispuestos para despistar al espectador. Una narración en clave onírica y rocambolesca, con paleta de vivos colores y aires de pesadilla feérica, que constituye el culmen de las obsesiones lúbricas y místicas del autor. Tal vez su mejor aportación al cine.

Hupper nos regala la interpretación ambigua, majestuosa e incendiaria de una psicópata de manual. Escucharla en el idioma de Sade (pongo por caso), Sartre o el trasgresor Bataille, aparte de ser una delicia, no deja de tener cierta ironía. “Elle” es un catálogo antropológico, en clave pulp, de taras mentales y conductas asociales. Verhoeven realiza una maniqueísta división entre bobos y alienados. Un padre que parece no ser consciente de que su hijo es de raza negra (en la novela es hijo de un traficante que cumple condena), una esposa (Josie), interpretada con soltura por Alice Isaaz (Doce Veneno, Rosalie Blue), que padece trastorno límite de la personalidad. Una abuela recreada por Anne Consigny (La Escafandra y la Mariposa) que padece paradoxia, experimentando deseo por efebos a los que cuadruplica la edad. Un narcisista diseñador de videojuegos hentai. Michèle carece de empatía, actúa casi sin conciencia y con frialdad afectiva. Es una depredadora que le da a todos los palos de la baraja parafílica. Observa con prismáticos al vecino mientras se consuela, fantasea con ser golpeada y humillada (y lo lleva a la práctica), comparte el fetichismo de la máscara. Quizás sobra la excusa sicoanalítica de introducir un padre que es un serial killer, para justificar freudianamente las andanzas de Michèle. En este particular el guión hace aguas, ya que el psicópata no necesita ninguna excusa para su conducta. Aunque sirve de coartada argumental para explicar porqué no llama a la policía. Incluso su presunto arrepentimiento es tan turbio, que no parece otra cosa que una forma de continuar el juego y forzar a Patrick (Lauren Lafitte) a continuar con la violencia. Verhoeven juguetea con quienes buscan una coartada intelectual de “qualité” y deja clavado al cultureta de salón con la escena final donde el personaje (desaprovechada Virginia Efira) de la esposa que solicita ver la misa del gallo en Navidad y levanta risas entre un sector del público (todavía no entiendo el motivo), le suelta una frase a Michèle que desmonta todo el andamiaje de este “grand guignol”. Una bomba atómica que explota en la cara del espectador, manipulado como un títere.

El único personaje con empatía y capacidad de afecto, es el que un sector ideológico desearía ver vapuleado y cierra este círculo de insania con una frase soberbia, majestuosa, icónica que da un poco de sentido a ese mundo soterrado, enfermizo de diván de psicoanalista en que habitan. ¿Humor negro?. Las películas de la Ealing, “Arsénico por Compasión”, “Fargo” o “Sweeney Todd” son humor negro en estado puro. Que entre en coma tu madre el día de Navidad tiene la misma gracia que una subida de tensión. ¿Crítica a la familia tradicional? Lo difícil es encontrar en el guión algo semejante a una familia para criticar. ¿Azote subversivo de la moral tradicional? Si para revindicar un cambio de moral burguesa es necesario toquetearse espiando al vecino y dejarse violar repetidamente, prefiero quedarme con Buñuel y Polansky. ¿Canto a la libertad de la mujer? Michèle, anclada en su patología es el paradigma de la esclavitud ante los abismos de la mente. Quizás toda la explicación moral se encuentre anclada en los ojos de ese lindo gatito voyeur, que contempla frío, impasible, sin empatía, como violan a su dueña.

 

Banda Sonora:

Anne Dudley ya había colaborado con Verhoeven en “El Libro Negro”. El soundtrack además utiliza obras como Piano Concerto No. 2, II. Adagio Sostenuto by Sergei Rachmaninoff, Symphony No. 6 ‘Pastorale’ – 1st Movement by Berliner Philharmoniker. Jugando con un tema principal cálido con elementos de thriller e incluso psicológicos para mostrar paulatinamente la mente de la protagonista capaz de sonar romántica, thrilleriana, plena de aflicción o morbosa según se precise. Excelente complemento expresivo para los recovecos de la mente de Michèle, ajustando la partitura en cada momento al servicio del desarrollo. La música dibuja el personaje y se adapta como un guante a las exigencias del director. No en vano su anterior trabajo devino en resultados excelentes. Hay un uso nostálgico (e inquietante) de cuerda y teclado. Temas deudores del thriller más clásico como “Little Psycho”, absolutamente turbadores y atmosféricos como las notas al piano de “A Tortured Soul”, los acordes de melodrama clásico de “A Different Ending”, o los inquietantes efectos sonoros de “A Prowler”. Destacar el título principal, absorbente, misterioso que avanza redondeando la melodía y columpiando las notas, en un emocionante ritornello. Anne juega con la contextualización, evocando musicalmente la profundidad abisal del personaje y sus diversas vivencias

Lo mejor: Tener la conciencia de estar ante una inmensa película con una interpretación de una fascinación enfermiza, incómoda, nihilista, poliédrica y morbosa. De las que hacen época.

Lo peor: Que tratándose de un mundo personal e intransferible de obsesiones y estilemas del autor, el cultureta tenga que buscar una coartada intelectual para justificar su adoctrinamiento. O que los árboles le impidan ver el bosque.

Que se desaproveche una actriz como Virginie Efira. Si desean visionar otras películas de esta actriz recuerden “Pastel de Pera con Lavanda”, donde la relación sentimental con un autista permite una interpretación plena de registros.

 

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