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El triunfo del perdedor

Por José Luis Muñoz , 22 mayo, 2017

No voté en el pasado a Pedro Sánchez y difícilmente lo haré en el futuro, lo que no me impide tener una cierta simpatía personal por el personaje. Cuando ayer leí un twit de Odón Elorza, uno de sus principales valedores que se puso a su lado desde el primer momento cuando los suyos abandonaron a su suerte al defenestrado secretario general del PSOE, en donde decía que ha ganado la épica, lo tomé por un error, épica por ética, pero creo que el ex alcalde de San Sebastián, verso libre desde siempre en el partido fundado por Pablo Iglesias, se refería en su twit a esa lucha titánica que ha llevado de nuevo a Pedro Sánchez a la secretaría general que hubo de abandonar tras sufrir ese golpe de estado urdido por los barones de su partido, la vieja guardia del PSOE, los poderes mediáticos, encabezados por El País, y el Ibex 35 para que pudiera gobernar Mariano Rajoy.

Los barones que ahora guardan silencio ominoso (ahí está el beligerante Emiliano García Page, el presidente de Castilla La Mancha, del que se espera siga fiel a la palabra dada y se largue a su casa) y la casposa vieja guardia del PSOE (Felipe González, Alfonso Guerra, José Luis Corcuera, José Bono, Rodríguez Ibarra, Joaquín Leguina y compañía, que parecen militar en el PP) dieron por sentado que Pedro Sánchez, elegido secretario general por la militancia y destituido por ellos, era un cadáver político y se afanaron  a echar paletadas sobre su tumba y prensar la tierra con los pies para que no saliera de ese fondo abismal al que le habían condenado. Sus fieles, los que como él se habían empecinado en el No es no a Rajoy, se pasaron en 24 horas al enemigo para defender en el Parlamento exactamente todo lo contrario. Si unos y otros, bendecidos por los poderes económicos de este país y el grupo Prisa, creyeron que la militancia iba a pasar por alto esa trapacería, se equivocaron de plano.

De gesta épica cabe calificar el que el maltrecho Pedro Sánchez resucitara de sus cenizas, iniciara su periplo por toda España, y, ante el pavor de la gestora, posicionada desde el minuto uno en su contra y demorando sine die las primarias (querían atrasarlas hasta el 2018) y de la candidata oficialista Susana Díaz, haya llegado hasta las elecciones y haya arrasado consiguiendo resultados notables hasta en el feudo de su rival político cuyos avales han sido notoriamente inferiores a sus votos (los avales fueron coaccionados; los votos, secretos, no).

No lo ha tenido nada fácil Pedro Sánchez con un Patxi López que se desmarcó de él entrando en la liza política para dispersar el voto de izquierdas del PSOE (ese 10 % conseguido por el ex lendakari habría ido sin lugar a dudas al madrileño) y ningún apoyo importante de los notables socialistas (el alineamiento de José Luis Rodríguez Zapatero con Susana Díaz me parece inexplicable) salvo la presidenta balear Francina Armengol y la ambigüedad calculada de Josep Iceta cuyo PSC ha sido determinante (el 80% le ha dado su apoyo) para la recuperación de la secretaría general.

El quijote del PSOE ha luchado con tesón contra una infinidad de molinos de viento y, pese a haber ganado con una holgura que hace incuestionable su victoria, tiene un futuro incierto como no haga una purga selectiva entre los dirigentes del partido que lo descabalgaron. Con la vieja guardia tendrá que hacer lo mismo que Mariano Rajoy ha hecho con José María Aznar, despreciarla con la ignorancia, y responder con contundencia cuando ladren en los medios (tendrá que atreverse a decir de una vez por todas que Felipe González ya no es referente de nada que no sea su propia fortuna); con alguno de sus barones, cortarles la cabeza sin más o forzarles al suicidio (Javier Lambán de Aragón,  Emiliano García-Page de Castilla-La Mancha y el gallego Abel Caballero deberían tener los días contados); a otros se los atraerá de nuevo (Ximo Puig de Valencia y Guillermo Fernández Vara de Extremadura). Susana Diaz, la peor candidata posible, la del aparato contra la militancia, cuya victoria habría supuesto la escisión del PSOE, se irá diluyendo por sí misma en el ácido de su resentimiento; la política sevillana, que no pudo ocultar su malestar y se resistía a salir en la foto, tendrá que revalidar su triunfo en su feudo andaluz para no convertirse en un cadáver a corto plazo. Pocos personajes han generado una animadversión tan general y transversal como la lideresa andaluza y la apuesta ciega del aparato por ella ha sido un desatino; con ella como candidata habría hecho buenos los malos resultados electorales de Pedro Sánchez.

Ha vencido teóricamente el PSOE del puño en alto, la Internacional (letra que ha olvidado toda la vieja guardia) y la bandera roja (que reivindica su secretario general y de la que se avergüenzan sus enemigos); el de la militancia contra la del aparato; el de los descamisados contra los trajeados que parecían formar parte de un consejo de administración. Deberá prepararse Pedro Sánchez a las andanadas de los medios de comunicación (ya ha empezado a abrir el fuego El País en un torpe artículo de opinión que podrían firmar al alimón Felipe González y Juan Luis Cebrián, rabiosos por el fracaso estrepitoso de su candidata) y si sigue haciendo de la centralidad de su discurso descabalgar al Partido Popular deberá entenderse en un momento u otro con Unidos Podemos.

Los enemigos los tiene Pedro Sánchez dentro del partido, los adversarios, fuera; los segundos quieren su derrota, pero los primeros no se conforman más que con su muerte. Mientras, resuena la Internacional en Ferraz.

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