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El peor presidente de Estados Unidos

Por José Luis Muñoz , 15 agosto, 2018

Viendo la campaña de descrédito que le cae a Donald Trump (con todo merecimiento) desde que ganó las elecciones contra todo pronóstico, el presidente más patán de la historia norteamericana, un auténtico iletrado incapaz de hilvanar un discurso inteligente y construir una frase más allá de los caracteres de un twitter, me propuse hacer un estudio de cuál podría ser el peor presidente de la historia de los Estados Unidos (de los que he ido conociendo a lo largo de mi vida) y la verdad es que me sobran candidatos.

Vaya por delante que el poder de un presidente en Estados Unidos es aún más limitado del que tiene cualquier presidente en un país europeo, que presidir el país más poderoso del planeta no conlleva, ni de lejos, tener el poder efectivo de las decisiones, que todos los presidentes que han gobernado el país se deben a los lobbies económicos que han contribuido en sus campañas, han invertido millones de dólares en ellas y, como contraprestación, exigen la devolución de ese dinero prestado más sus intereses correspondientes a cargo del erario público, algo que está perfectamente regulado en la primera democracia del mundo mientras en Europa es considerado corrupción.

Donald Trump, aparte de ser un patán maleducado y tener un gusto pésimo (las torres Trump son grandiosos monumentos a lo kitsch) no ha perpetrado, de momento, demasiadas barbaridades a nivel internacional, no ha invadido ningún país ni ha declarado ninguna guerra como sí han hecho algunos de sus predecesores. A regañadientes, y por compromiso, tiró unas cuantas bombas en Siria que pasaron inadvertidas en un país destrozado de norte a sur, y mantuvo un pulso tragicómico con el enloquecido dirigente de Corea del Norte Kim Jong-un con el que, finalmente, ha terminado llevándose bien y le une compartir estrafalarios cortes de pelo. Algo parecido le ha sucedido con el zar Putin (que debe tenerlo cogido con algún video comprometedor: según el dirigente ruso las prostitutas rusas son muy guapas y me jugaría cualquier cosa que Trump habrá caído en sus redes en sus  numerosas visitas a Moscú) que parece estar detrás de su victoria electoral. Sus bravuconadas con México son pura retórica (el muro ya está construido y ni siquiera Barack Obama le ha hecho ascos sino que lo ha prolongado) y las barbaridades que se hacen en la frontera (separar hijos menores de padres) son asuntos internos de los estados. Donald Trump repatría emigrantes ilegales, cierto, pero Barack Obama, el presidente con buena figura, bailarín como Fred Astaire y voz de predicador, expulsó a muchos más. En su relación con los socios de la NATO, pidiéndoles una mayor implicación, no anda nada desencaminado, y en cuanto a Europa sigue el camino de sus predecesores solo que pregonando a voz en grito lo que otros callaban con una cierta diplomacia: no le gusta nada el Viejo Continente, ni se fía de él. Y en cuanto a los aranceles a las importaciones está siendo fiel a lo que prometió, la defensa de la productividad norteamericana haciendo añicos el fantasma de la globalización que ha provocado incremento de las tasas de desempleo y precariedad laboral en los países afectados. Así es que, de momento, Donald Trump es un insigne bocazas, peligroso para algún sector de su país (la tiene tomada con la prensa) y bastante inofensivo para el resto del mundo hasta que encuentre su guerra, si la encuentra. Hasta ahora la barbaridad mayor que ha cometido es reconocer a Jerusalén como capital de Israel y trenzar una amistad con el peligroso Benjamín Netanyahu con el que sitúa en el eje del mal al Irán moderado de Hasán Rohaní.

Al lado de presidentes como el demócrata y católico John F. Kennedy, la vida sexual de Donald Trump del que se conocen relaciones con actrices del porno recauchutadas que están siendo silenciadas a golpe de talonario, es bastante miserable. El encantador presidente cocainómano (por dolores de espalda) de Estados Unidos demostró una voracidad sexual como ninguno de sus colegas hasta el punto de necesitar desahogos sexuales cada vez que debía pronunciar un discurso y por la Casa Blanca pasaron algunas de las actrices más deseadas de Hollywood además de Marilyn Monroe. John F. Kennedy, que llegó a la Casa Blanca seguramente con trampas (como George W. Bush), cometió la bisoñez de no devolver los favores a los lobbies que le auparon al poder (mafia, la industria armamentista y los cubanos de Miami) y pagó su osadía con dos disparos en la cabeza, una ejecución del sistema: ese presidente no entendía las reglas del juego.

Lindon B. Johnson, que siguió a Kennedy (y que probablemente estuvo detrás de su muerte) se distinguió por embarrar la política exterior norteamericana metiéndose de lleno en el avispero de Vietnam, la guerra más impopular librada por la primera potencia y que le arrebató todo el crédito que tenía como salvadores de Europa contra la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial. Vietnam, la guerra más sucia y televisada del mundo (los ataques se producían en prime time), fue asumida por el republicano Richard Nixon, un tipo nefasto y siniestro que metió además la zarpa en Latinoamérica, estuvo detrás de las asonadas militares que acabaron con regímenes democráticos de izquierdas y adiestró a torturadores a través de la Escuela de las Américas. Triky Dicky el mentiroso se retiró de Vietnam (la primera derrota militar sufrida por la gran potencia) y de la política cuando fue descubierto espiando la sede del partido demócrata en el caso Wattergate que le estalló en las narices. Como le sucediera a Al Capone, el siniestro político cayó por un caso menor y no por uno mayor (el golpe de estado en Chile, derrocamiento de Salvador Allende y apoyo a la dictadura de Augusto Pinochet).

Ni Gerald Ford ni Jimmy Carter dejaron mucha impronta en su paso por la Casa Blanca. Ronald Reagan, el actor mediocre y chistoso, se limitó a seguir el camino trazado por Richard Nixon, expandir el liberalismo económico por el orbe y estrechar los lazos fraternales con el Reino Unido de Margaret Thatcher, tanto que ante el dilema de apoyar a la dictadura militar argentina presidida por el dipsómano Leopoldo Fortunato Galtieri u ofrecer apoyo estratégico a la Royal Navy en la recuperación de las Malvinas, optó por lo segundo.

A Bill Clinton le salvaba su carácter campechano y extrovertido. Sus devaneos sexuales estuvieron a un paso de costarle la presidencia e histórica fue su defensa numantina negando que la felación de Monica Lewinsky, la becaria más famosa de la historia, la que no lavó esa inoportuna salpicadura de semen presidencial de su vestido, fuera hacer sexo. En algún momento álgido de su proceso de impeachmet, para desviar la atención, se apuntó literalmente a un bombardeo: tiró unas cuantas bombas a Sadam Hussein que, de amigo de Estados Unidos, iba convirtiéndose en demonio, más cuando tuvo la ocurrencia de tirarse al euro y no al dólar, decisión que fue su sentencia de muerte literal. Y, aunque se tiende a olvidar, Bill Clinton, el ahora conferenciante y hasta novelista, fue el que construyó ese muro de la vergüenza fronterizo.

Y llegamos, en opinión del que esto escribe, al presidente más nefasto de la reciente historia norteamericana, a George W Bush, que heredó de su padre la primera guerra de Irak, la terminó con la invasión, destruyó el país sirviéndose de una flagrante mentira (de la que no ha respondido judicialmente), normalizó la tortura y es el causante de la desestabilización de Oriente Medio y las consecuencias que tiene en Europa con la llegada masiva de emigrantes que huyen de países que ya no existen. George W. Busch dio un salto muy cualitativo con respecto a Johnson o Nixon al privatizar, sin disimulo, un conflicto bélico y repartirse entre los miembros de su gobierno (Dick Cheney y Donald Rumsfeld) los despojos de un país devastado. Bajo el mandato de ese presidente iletrado (leía los libros al revés) se produjo el más sospechoso atentado que sufrió los Estados Unidos: el 11S. Sobre ese atentado Bush junior, el dipsómano reconvertido en cristiano renacido y creacionista que rezaba con todos los miembros de su gobierno antes de mandar al infierno a cientos de miles de personas, mintió como un bellaco (echó las culpas a Sadam Hussein que nada tuvo que ver con las Torres Gemelas) y se inventó la existencia de armas de destrucción masiva en Irak (las que le vendió la industria armamentista norteamericana para que el sátrapa las gastara en la guerra contra Irán y con los kurdos), actuaciones que el pueblo norteamericano ha pasado por alto. Es mucho más grave, al parecer,  hacer una felación a un presidente que declarar una guerra ilegal, al margen de la ONU, devastar una zona del planeta (Oriente Medio), causar 400.000 muertos ajenos y 4.000 propios (marines) y mentir por sistema. Barack Obama, el cantor de jazz, lo perdonó todo, incluidas las torturas, y se ganó ese premio Nobel de la Paz asesinando con drones a presuntos islamistas, los que habían surgido (ISIS), precisamente, con la destrucción de Irak, Siria y Libia, el regalo emponzoñado con el que tiene que lidiar Europa.

¿Son todos estos desaguisados políticos cagadas personales de una serie de presidentes incompetentes o fruto de una estrategia programada a muy largo plazo que entra dentro de la doctrina del shock apuntada por Naomi Klein? Seguramente lo segundo. Hay un refrán español que dice Piensa mal y acertarás y yo aplico. Los presidentes de Estados Unidos pueden ser muy estúpidos, conviene que lo sean, pero los que mueven los hilos por detrás, no. Ellos saben lo que hacen y tienen una visión a muy largo plazo. Que sus decisiones causen cientos de miles de muertos, destrucción y dolor les importa un bledo.

 

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