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El nacimiento de la Música, de Heberto de Sysmo

Por David Acebes , 26 julio, 2014

El nacimiento de la Música, por Heberto de Sysmo

[Advertencia del autor: La reseña que leerán a continuación es una reseña especial. Que yo sepa, no es la primera reseña escrita por un poeta (léase, un servidor) sobre la plaquette de poemas de otro poeta (léase, un amigo). Lo que la hace especial es que tal circunstancia se hace constar de forma expresa y por adelantado. Decía Borges: «Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, que yo me jactaré de los que me ha sido dado leer». Pues digo yo: «Que otros se jacten de los libros que han escrito, que yo me jactaré de los que han escrito mis amigos»].

Empecemos…

«Y dijo Jehová: He aquí que el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.»
Génesis 3, 22

Para escribir esta reseña, prometo haber leído, previamente, los 64 prólogos que Jorge Luis Borges incluye en su Biblioteca personal, las 157 Lecturas no obligatorias de Wislawa Szymborska, premio Nóbel de Literatura en 1996, y las 82 críticas literarias que la poeta y erudita mexicana, Carmina Davis, publicó en su libro póstumo Leer o no leer: esa es la cuestión. Todo ello para reseñar, en menos de 1.000 palabras, 12 silvas y un soneto colofón que, a la postre, conforman la totalidad de El nacimiento de la Música, breve pero intenso poemario, que el poeta valenciano José Antonio Olmedo López-Amor, alias «Heberto de Sysmo», presenta en el Volumen XXI de la Colección Algo que decir, Ediciones Ateneo Blasco Ibáñez.

[Inciso pitagórico: Sucede que esta plaquette se compone de 322 versos, cifra de vital importancia para los Skull&Bones, sociedad secreta a la que pertenece, entre otros, George Bush Jr., y de la que, según modernas teorías de la conspiración, podría estar detrás de las «Piedras de Georgia», cuya novena regla en español propugna la “búsqueda de la (h)armonía con el infinito”. Lo curioso del caso es que estas piedras fueron erigidas el día 22 de marzo de 1980, esto es, mes 3, día 22, números que, como vemos, coinciden con los versículos de la cita bíblica que antecede mi reseña. Por tanto, no resulta descabellado argumentar que el nacimiento de la música tuvo lugar en ese preciso instante, cuando el hombre, desoyendo la conminación de Dios, alargó su mano y probó del fruto del árbol de la vida.]

Piedras de Georgia

Sigamos…

A mi entender, El nacimiento de la Música no tiene argumento. Parece que lo tiene, pero no lo tiene. Durante su odisea, Aban, el protagonista, viaja hacia un no-lugar. En manida metáfora, podríamos afirmar que Aban viaja hacia ninguna parte, reflexionando en cada uno de sus cantos acerca del alma humana y de las relaciones del Hombre [ese ser en mayúsculas] con dios [ese ser en minúsculas]. No es, como quiso Nietzsche, que «dios haya muerto». Lo que ocurre es que dios, como en una de esas clásicas miniaturas bizantinas, se ha vuelto diminuto. Oigamos al propio autor:

«El gran guerrero desencadenado,
al que nada ni nadie detendría,
atravesó los páramos oscuros,
en busca de la reliquia sonora,
en busca del color, que en lo sagrado
corusca levemente y diviniza.»

Hay quien dirá [la expresión es una libertad, no una certeza] que este viaje homérico podría hacer las veces de hilo argumental, pero, valga la redundancia, dicho argumento es del todo incierto, pues, en la pluma volátil de este joven y prometedor poeta, tal trayecto vital no es más que una excusa, un mero subterfugio para disertar acerca de aquellos temas que realmente le preocupan; el tiempo, la muerte o el silencio mismo.

[Enarratio poetarum: Esta opinión es compartida por la profesora Carmina Davis, quien en su artículo Profecía del adiós o el augurio de una bienvenida, dejó escrito que “toda la poesía de Heberto de Sysmo es una poesía decididamente original y valiente, pues trata de un tema, el Hombre y la Muerte, al que pocos poetas actuales se acercan o pueden acercarse.]

Un apunte final…

Los que hemos tenido la suerte de leer El nacimiento de la Música, hemos comprobado in situ que su autor se posiciona a favor de la reciente y novedosa teoría de las «esferas de valor».

Esta teoría declara que en nuestro interior se producen vibraciones imperceptibles que equilibran ciertos vectores de nuestro cuerpo, logrando que alcancemos lo que los Pitagóricos llamaron «Armonía». Por tal motivo, cuando vemos una obra de arte, cuando contemplamos una determinada creación artística, estos vectores se acoplan en nuestro cerebro, permitiendo que salte la «chispa» de la armonía. Esa misma chispa se produce, según Heberto De Sysmo, a un nivel etéreo. Los cuerpos celestes vibran en el espacio, chocando entre sí y dando origen a la armonía del Universo, al nacimiento de la Música, a la creación de ondas que, como músicas no escuchadas, componen lo que este joven poeta se ha atrevido a denominar «sinfonías de la naturaleza»… Ya lo dijo el gran orador Demóstenes:

en qué te has transformado, poeta,
sino en el silencio consumido,
en la música no escuchada,
en el grito de la última boca
agazapada, como un fauno,
entre el caos del universo…

Título: El nacimiento de la Música
Autor: Heberto de Sysmo
Género: Poesía
Editorial: Ateneo Blasco Ibáñez
ISBN: 978-84-941622-0-6
Páginas: 237 – 252
Precio: 15 €

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