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El Greco, Sigüenza y yo

Por Fermín Caballero Bojart , 3 mayo, 2014

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Demasiado joven para ser Lope, el Caballero de la mano en el pecho, me evocaba más a Cervantes. Fue mi primer contacto visual con la obra de Doménikos Theotokópoulos, al que todos llaman el Greco. Entonces, en la escuela, cuando no me apetecía estudiar pasaba las hojas de los libros de Historia y al menos me recreaba en ese juramento de respeto y honor que el cretense pintó entre 1578 y 1580.

Con la conmemoración del IV centenario de su muerte, emergieron ciertos temores de mi infancia seguntina que me he propuesto desentrañar muy brevemente.

Un maestro se empeñó en que aprendiéramos su vida y obra que, salvo el nombre, no parecía tarea complicada. Otra cosa era estudiar su técnica. No me aclaraba con sus explicaciones en esta faceta. Me parecía demasiado tener que saber de sus influencias, Tiziano o Tintoretto. Aunque confieso que cualquiera, mínimamente ingenioso, sucumbe ante la obra de Miguel Ángel, como le sucediera a Doménikos al llegar a Roma. Así que opté por olvidarme de los liosos apuntes y decidí preguntar a un compañero de un curso superior, donde ya tenían el arte como asignatura. Éste me dijo que aún no habían llegado al Renacimiento. Pero que conocía a un experto, alguien que me podía ayudar. Me dio la dirección de aquel hombre. Pero cuando llegué a la casa una mujer me dijo que a esas horas, si la catedral estaba abierta, podría encontrarle en la sacristía de las cabezas. Anochecía.

Las puertas del templo catedralicio, aún abiertas, dieron paso a la penumbra. Un frío descorazonador y el eco de su majestuosidad me hicieron correr y cuando me quise cerciorar si había alguien en la sacristía me encontré ante La Anunciación. Tomé asiento en una silla de madera, donde me colgaban los pies y a punto de vomitar el corazón saqué lápiz y papel. Con las manos sudadas traté de dibujar lo que estaba viendo. Destacan tres colores: rojo, azul y amarillo. La Virgen María se vuelve hacia un arcángel, San Gabriel. Una paloma sobrevuela desde una luz triangular, que con fuerza trata de invadir la escena. El arcángel flotando en una nube gris y la Virgen escuchando la Noticia. Parece que se esta incorporando de un rezo o una lectura sagrada. Por debajo y a ras de suelo una jarra con tres azucenas y a su lado un cesto con una sábana sobre la que descansan unas tijeras. Todo ello en conjunto, entonces me pareció horroroso, casi maléfico. Guardé el papel y en el momento de salir un monaguillo y el sacristán se dirigían hacia la sacristía de las cabezas con intención de cerrar. Corrí y pude salir a tiempo sin tener claro si aquello era o no una pillería.

Cuando llegó el examen, preguntó el maestro la vida y obra de El Greco. Saqué de la cajonera, a escondidas, el dibujo que había pintado un par de semanas atrás y me puse a colorearlo para disimular. Y justo debajo calqué la firma tal cual me había parecido verla en el óleo. En cuanto a su vida dejé correctamente escrito su nombre y apellido y los años de su nacimiento y muerte. Nunca supe quien era aquel experto, ni su nombre. Al compañero no volví a pedirle consejo. Y al curso siguiente me decanté por Ciencias Puras.

Durante todo el 2014 se celebran 400 años de su muerte y ya sé un poco más de El Greco. Universo místico, abundando en lo religioso, cuya técnica roza lo sublime. Nunca padeció de problemas de visión y manejó a su antojo los tres colores favoritos que dominan toda su obra. Colores mórbidos que le dan a sus altaneras figuras una atmósfera más allá de lo divino y de lo humano. Tan tenebrosa que no alcanzó a los gustos de su majestad Felipe II (según Fray Sigüenza, testigo de la desazón). Objetivo al que aspiraba el pintor. Quizás por ello arraigó en Toledo, donde fue padre de Jorge Manuel, que probablemente le ayudó a pintar en el taller en la última etapa de su vida. Etapa en la que fue pintada La Anunciación de María que hoy se puede contemplar, para sosegar el alma, en la capilla de La Concepción de la catedral de Sigüenza.

Menores detalles me han llegado en este IV centenario. De un estilo de pintura del que Alberti llegó a describir como:

Una gloria con trenos de ictericia, un biliar canto derramado
una etérea cueva de misteriosos bellos feos, de horribles hermosísimos.
 

De un centenario del que se recogen excelentes muestras por todo el territorio donde su obra permanece viva. Visitada. Principalmente Toledo, Madrid y Valladolid son y serán los escenarios. Desde el 14 de marzo hasta el 14 de junio: “El Griego de Toledo” con 80 cuadros llegados de todos los museos del mundo (museo de Santa Cruz y espacios Greco). Desde el 31 de marzo al 21 de junio “La Biblioteca de El Greco” y del 24 de junio al 5 de octubre “El Greco y la Pintura Moderna”, ambas en el Museo del Prado. “Entre el Cielo y la Tierra: 12 miradas al Greco 400 años después” (Museo Nacional de Escultura de Valladolid y Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid) y a finales de año (del 8 de septiembre al 9 de diciembre) “El Greco: Arte y Oficio” que brindará, en el museo de Santa Cruz (Toledo), una oportunidad única de contemplar las telas que se conservan del Apostolado de Almadrones, dispersas tras la Guerra Civil, junto a la serie completa del Apostolado del Marqués de San Feliz.

Y desde Sigüenza despido este artículo, confesando que suspendí el examen por que imité la firma del Greco asegurando al profesor que la había visto. Nada más lejos de la realidad, pues el óleo de La Anunciación fue restaurado en 2011 por el Instituto del Patrimonio Cultural de España recuperándose precisamente la firma.

Al menos eso es lo que me queda en el recuerdo a pesar de que cuando veo a algún retrato del manco de Lepanto me venga a la cabeza la mano del caballero en el pecho.


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