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El espejo

Por José Luis Muñoz , 5 septiembre, 2015

Viktor OrbanMiren esa cara. Retengan su gesto y, sobre todo, quédense con lo que dice. Viktor Orban es el primer ministro de un gobierno de un país democrático que se llama Hungría y que, muchos años atrás, formaba parte del imperio austrohúngaro. Viktor Orban, que debe de haber visto la foto del niño kurdo ahogado en la playa en su intento de alcanzar Europa, ha dicho que no quiere musulmanes en su país y ha dado orden a su policía que se emplee a fondo contra ellos. Y los musulmanes no quieren quedarse en su país que está demostrando tener muy poca sensibilidad con ellos. Los sirios, kurdos y afganos que llegan a Hungría están de paso, pero Viktor Orban, elegido por sus ciudadanos, les impide el paso, les pone alambradas, los amenaza con la cárcel, los deporta como ganado a campos de concentración después de sacarles el último céntimo con billetes de trenes que no van a ninguna parte. Viktor Orban, nadie sabe por qué, odia a esa gente que lo ha perdido todo y se interna en Europa para sobrevivir después de que sus países han volado por los aires por culpa de la política exterior nefasta de Occidente en toda la zona. Es el mismo Viktor Orban que limpiaba Budapest de gitanos y vagabundos, porque dañaban la imagen de la ciudad.

Hungría era, hasta hace pocos años, un país comunista, una dictadura de izquierdas bajo la órbita de la Unión Soviética, y ahora ha dado el bandazo hacia el otro lado. Viktor Orban se parece mucho a los dirigentes del Partido de la Cruz Flechada que fue un fiel colaborador del nazismo cuando Hitler se dedicó a destruir Europa. El primer ministro húngaro no oculta su odio al musulmán (como la Serbia que intentó aniquilar Bosnia en la última guerra de los Balcanes), su xenofobia brutal y su nulo respeto a los derechos humanos de los refugiados que están de paso por su país y a los que ha decidido hacer la vida imposible. Este tipo despreciable, por mucho que gobierne con los votos de sus ciudadanos, forma parte, con su país, cuyos ciudadanos no dan mantas, comida ni agua a los refugiados en tránsito (si lo hacen pueden ser castigados y la policía puede entrar en sus casas si sospechan que les dan cobijo en una ley exprés ad hoc que han cocido en dos días), de esa Europa que día a día se hunde en el más absoluto desprestigio y muestra su cara de perro, que le permite decir en foros públicos barbaridades sin llamarle al orden o corregirle quizá porque es nuestro poli malo. Y Centroeuropa, con Rumanía, Chequia, Eslovaquia y Serbia, se une a ese frente de intolerancia contra los parias de la tierra. Ahí tenemos a los nuevos judíos que marchan en columnas, toman trenes ratoneras y se resisten a que los enjaulen entre alambres de espino, los que huyen de las matanzas de Assad y el Estado Islámico y se topan con una Europa que les cierra las puertas.

Miren a este tipo, pero cuidado que no acabemos mirándonos todos en el espejo y reconociendo a Viktor Orban como lo peor de nosotros mismos.


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