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El cordero de la Transición y el lobo de hoy

Por Agustín Ramírez , 5 junio, 2014

Las elecciones del pasado 25 de mayo han puesto de manifiesto que la sociedad española está muy descontenta con la situación actual de la vida pública. Y a ese descontento que han mostrado las urnas hay que añadir lo convulsionada que está por toda una serie de sucesos que se repiten cotidianamente.
Políticamente, los españoles están diciendo no a unos partidos mayoritarios, reduciéndoles su apoyo de manera muy significativa, bien trasladando su voto a otros más minoritarios o, directamente, absteniéndose de ejercer su derecho al voto.
Al partido en el gobierno se le está diciendo que su política económica está llevando a los españoles a una situación cada vez peor y, aunque las cifras macroeconómicas apunten alguna mejoría, ésta solo se explica por los agresivos ajustes hechos contra los derechos laborales a través de la reforma laboral, por la devaluación de los salarios y por la baja y coyuntural calidad del empleo que se crea. En lo referido al ciudadano de a pie poco ha cambiado, a lo anterior hay que añadir la falta de crédito a familias, autónomos y pequeñas empresas –solo las grandes, como siempre, son capaces de renegociar sus deudas-, las modificaciones en política de hipotecas han sido tan insignificantes que el incremento de los desahucios continua y, como ponen de manifiesto todos los informes, nacionales e internacionales, la desigualdad social crece de manera exponencial. En otros ámbitos, la política del gobierno es cuestionada: la modificación restrictiva –a todas luces innecesaria- del aborto; el encarecimiento económico de los recursos judiciales para que la gente de a pie no reclame; la agresividad en política de orden público. Todos ellos son factores que soliviantan al ciudadano que sigue indignándose, y, aunque haya una parte de la ciudadanía que prefiere mantenerse dormida, la protesta está ahí, en la calle.

El proceso independentista de Cataluña al que solo se responde con un inmovilismo numantino desde el gobierno; la difusión de casos de corrupción “urbi et orbe” con decisiones que, no inocentemente, favorecen el que los ricos sigan en la calle demostrando que las fianzas impuestas no son un obstáculo, salvo muy escasas excepciones, para evitar su ingreso en prisión. La financiación irregular del partido en el gobierno; los recortes a tijeretazos al Estado del Bienestar; la proliferación de informaciones que avalan la idea de lo mucho que a los ricos les gusta Suiza y los paraísos fiscales como destino de los dineros, son fenómenos que alejan al ciudadano de la vida pública y propician su rechazo a esta forma de vivir la política.
El partido mayoritario de la oposición, liderado por un miembro del gobierno saliente, no solo es responsable de haber iniciado este camino sino que ante cualquier interpelación o queja siempre obtiene la misma e inevitable respuesta: ¿y donde estaban ustedes en los ocho años anteriores a nuestra llegada al gobierno? Y la respuesta debe ser la de callarse; por no hablar de los casos de corrupción que también vuelan a su alrededor.

Y estando así las cosas, la Corona ha ayudado lo suyo al descrédito de lo público gracias a la actuación, tanto del propio rey, como de su entorno familiar: no solo los elefantes y su cacería, no solo el caso Noos; también las informaciones, que ya ha sido imposible tapar, sobre el oscurantismo del patrimonio del rey aparecido en la prensa internacional, así como su precario estado de salud, son factores que explican la caída en picado de popularidad en todas las encuestas realizadas.
Y en este orden de cosas, el rey abdica, la maquinaria palaciega y cortesana despliega todas sus influencias mediáticas y políticas: los medios de comunicación comienzan a bombardear de informaciones acríticas y hagiográficas el papel del rey: que si trajo la democracia, que si nos dio la libertad…, ¿es que el pueblo no hizo nada?, ¿es que la ciudadanía se mantuvo al margen para ver cómo “nuestro Rey hacedor de todo” nos guiaba y conducía por el camino de la democracia?, nos mintieron, y nos siguen mintiendo. La democracia, la libertad que conseguimos con ella la hicimos entre todos, y, sobre todo, por esos ciudadanos a los que ahora se nos considera incompetentes de decidir qué Jefatura de Estado queremos para un pueblo que siempre ha luchado por las libertades, y que éstas, no se nos olvide, fueron conculcadas, arrebatadas y pisadas por una cruel dictadura que nos impuso a este Rey que ahora abdica en su hijo, que, por supuesto, también nos están imponiendo.
El partido líder de la oposición, tras recordar sus marchitas raíces republicanas, ¿qué diría Pablo Iglesias?, hace una defensa numantina del rey, pone mano dura en el propio partido y resucita a los viejos dinosaurios para que refrenden un valor monárquico, digno de mejor causa, ¿no recuerdan que Franco impuso al Rey a la ciudadanía?, sí, claro que lo recuerdan, pero para el PSOE, la ciudadanía ha pasado a tener otro “status”, hemos dejado de ser ciudadanos para pasar a la categoría de “súbditos de la democracia”
Pero, hete aquí, que hay unos pocos ciudadanos que disienten de ese espíritu monárquico ultramontano, que defienden el valor conceptual del espíritu republicano, que defienden la ventilación y la transparencia de la vida política, que defienden más participación –no solo respecto de la dicotomía monarquía versus república- , que defienden otra manera de hacer política, que orean todos los vicios que el sistema actual tiene y plantean su modificación; pues bien, a todos ellos se les responde golpeándoles con las tablas, no de la ley, sino de una constitución en su espíritu más inmovilista posible poniendo de manifiesto, ahora sí, que nuestra constitución se hizo así, nuestro sistema electoral se hizo así, para que su modificación por la vía legal y reglamentaria fuese poco menos que imposible.Quizá convendría a estos partidos que se creen garantes de nuestro orden constitucional repasar las palabras de Thomas Jefferson:“Algunos hombres ven las constituciones con sagrada reverencia y las consideran la clave de un pacto, demasiado sacras como para ser tocadas…ninguna sociedad puede hacer una constitución perpetua, ni tan siquiera una ley perpetua. La tierra pertenece siempre a la generación viviente: pueden, por tanto, administrarla, y administrar sus frutos…. Toda constitución, y toda ley, caducan naturalmente pasados los años…”Hoy, los hacedores de la transición, se han quitado la piel del cordero y muestran la pata del lobo que había dentro.

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