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Ecofanatismo misántropo

Por Jesús Cotta , 20 marzo, 2014

              

Un nuevo dogma es que los animales también tienen derechos. Empezó siendo un tópico buenista y se ha convertido en un dogma, como prueba el hecho de que, si niegas el dogma, suelen insultarte.

 

Se ha extendido en conversaciones, dibujos animados y libros una especie de ecofanatismo misántropo que va por ahí diciendo lo buenos que son los animales y lo malos que somos los hombres; que, por ejemplo, matar focas en el Ártico es un crimen abominable, pero que matar fetos humanos es un derecho inalienable; que la madre Gea solo soporta a cien millones de habitantes y que hay que reducir la población (nunca dicen de qué horrible manera).

Cuando me dicen que los animales tienen también derechos, les pregunto qué animales y qué derechos. Por ejemplo, ¿tiene el ciervo derecho a la libertad de expresión? ¿Y el topo?

En general, cuando defienden los derechos animales, los misántropos ecofanáticos se imaginan una foquita de ojos grandes y tiernos. Pero, si los animales tienen derechos, los tienen todos, también el piojo. El argumento de que el piojo y el hombre son incompatibles no vale, porque tan animal es el hombre como el piojo.

Los misántropos ecofanáticos no entienden el concepto de derecho, que va unido al de deber. Tu derecho es mi deber, porque, si no, acabas perdiendo tu derecho. ¿En qué quedaría tu derecho a la vida si no tengo el deber de respetarla? Por tanto, solo tienen derechos quienes pueden corresponder con deberes. Y eso solo lo pueden hacer los seres humanos, que tenemos esa grandeza.

Eso sí, los seres humanos tenemos la obligación moral, el gran deber, de tratar bien a los animales, pues están a nuestra merced. Pero no es un derecho que ellos puedan reclamar, sino un deber que nosotros debemos cumplir y para eso están las leyes y la educación. Es mejor, a mi juicio, perseguir la crueldad contra los animales que defender sus supuestos derechos, porque entonces nos veríamos abocados al dislate de tener que repartir, cuando escasea, la comida por igual entre niños y perros.

Una vez estaba yo en un restaurante de lujo y en la mesa de al lado había un chico bastante apuesto con cuatro chicas que lo escuchaban encantadas. Y él defendía cosas como las siguientes: «A mí me gustan más los animales que el ser humano» (pedazo de tópico cansino que además era para ellas un insulto, porque ellas eran, mira por dónde, de la especie humana que él tanto despreciaba), «Yo veo por la calle un perro y le hago cucamonas, pero a un niño no» (gracias, por favor, no toques a nuestros niños; a Hitler le pasaba igual: amaba más a su perro que a los niños judíos). «Cuando muere un torero, lo celebro» (puaj, ¿cómo se puede celebrar la muerte de un hombre?). «El ser humano se está cargando el planeta» (si no decimos que una rata destruye un árbol por abrir en él una madriguera, ¿por qué decimos que el hombre lo destruye para construirse una casa); en fin, que el muchacho era un manantial de tópicos ecofanáticos.

Pues hala, majo, esta noche no te lleves a la cama a ninguna de las cuatro, sino a tu perrito. Y no te bebas ese vino caro elaborado por el hombre y que te sirve un camarero atento y profesional al que valoras también menos que a los perros. Vete al bosque a vivir con las avutardas.

 

 

 

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