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Dos películas y un destino

Por Fernando J. López , 10 febrero, 2014

Anoche, además del merecido triunfo de la luminosa y esperanzadora Vivir es fácil con los ojos cerrados, otras dos películas muy diferentes y, a la vez, muy relacionadas entre sí ganaron un Goya. Dos títulos que, desde  sus propios ángulos, nos recuerdan la capacidad del cine para remover conciencias, avivar la memoria y favorecer el cambio.

Una de ellas es Azul y no tan rosa, el film venezolano que no solo ha pulverizado la taquilla con su historia de amor y tolerancia, sino que también ha conseguido algo mucho más complejo e importante: convertirse en el primer paso para derribar muchos de los muros homofóbofos que aún perviven dentro y fuera de nuestras fronteras. Solo por leer la cantidad de tuits de todos los países de Hispanoamérica que hoy reclamaban, tras su Goya, el matrimonio igualitario ya habría sido más que necesario rodar este film. Una película en la que imagen y palabra -ese español que nos une a millones de hablantes en nuestra forma de pensar y de sentir- son armas con las que defender la igualdad y conquistar, a través de la emoción de una gran historia (gracias, Miguel Ferrari), a quienes no entienden que el amor no admite diferencias de sexo ni de condición. El amor es, simplemente, la emoción que nos hace humanos. Igual que el cine cuando se hace, como en este caso, con tanta inteligencia y tanto corazón.

Ganadora también fue Las maestras de la República, magnífico y comprometido documental que devuelve a nuesro presente el recuerdo de las mujeres pioneras de un tiempo en el que no era fácil romper normas. Un tiempo en el que ellas decidieron, educaron, crearon y forjaron un camino que pudierámos transitar con libertad -y sin miedo- las siguientes generaciones. Un camino que hoy pisotean quienes no entienden el valor de la educación o, peor aún, quienes sí que son conscientes de ese inmenso poder y, por ese mismo motivo, intentan socavarlo y dejarnos desprotegidos en un lodazal de segregación e incultura.

Dos películas diferentes. Dos géneros, ficción y documental. Dos países, Venezuela y España. Y, bajo todas esas superficiales diferencias -etiquetas, al fin y al cabo-, laten dos grandes historias, dos necesarios trabajos, dos formas de narrar y un único destino: alentarnos a seguir luchando por la igualdad y la libertad. A derribar los muros que alzan el odio y la ignorancia. A soñar y construir mundos mejores donde cada cual -sea como sea y sienta como sienta- encuentre su lugar.

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