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Del Metropolitan a Chinatown

Por José Luis Muñoz , 8 marzo, 2015

IMG_9172En mi tercera visita a Nueva York no puede faltar el Metropolitan. Así es que a él me dirijo andando por la Quinta Avenida, que ya me conozco tan al dedillo como si hubiera nacido en ella, bordeando el nevado Central Park y con el estómago vacío: supongo que habrá una cafetería en el Museo. Llego poco antes de las diez y ya hay cola ante la puerta. A la hora en punto abren las puertas. El precio de la entrada es a voluntad, lo pone el usuario. Para adultos recomiendan 25 USD. Para adultos adineraros; yo dejo 5 dólares.

IMG_9182  No tengo mapa del museo así es que entro un poco aleatoriamente y  descubro salas que no había visto en mis anteriores visitas; en la primera planta hay habitaciones enteras de palacios franceses del siglo XVIII, con sus suelos, paredes, muebles y cortinas, que dan una idea de la magnificencia con la que vivían las clases altas en esa época y la extravagancia de algún prócer norteamericano que lo embaló todo e hizo que cruzara el charco. De las artes decorativas del siglo XVIII voy a la estatuaria de la misma época y retrocedo luego, en una de las salas más grandes del museo, hasta el arte grecorromano con piezas notables como un busto del emperador Marco Aurelio y esculturas dinámicas de Diana cazadora.

IMG_9195     Mi viaje por el arte que contiene la extraordinaria joya museística que es el Metropolitan, orgullo de la ciudad, uno de los más importantes del mundo, me lleva al primitivismo africano, a una portentosa colección de máscaras y esculturas antiguas. De la colección de objetos de Papúa Nueva Guinea que incluye, además de máscaras y esculturas, una enorme barcaza, fue responsable un hijo de Nelson Rockefeller que murió en el intento, devorado por una de las tribus caníbales del archipiélago que no repararon en su fortuna. Hay veces en que tener dinero no te sirve de nada.IMG_9201

El hambre me desarbola alrededor de las 11 AM, así es que busco de forma desesperada la cafetería del museo y la encuentro, tras preguntar a una amable empleada de origen oriental,  en una de sus salas espaciosas, conjugando mesas, cafés y pastas dulces con esculturas de porte clásico, como una Diana cazadora que literalmente vuela, de puntillas, mientras tensa su arco, una bailarina con el cuerpo echado hacia atrás, en una torsión violenta, una dama que se mira en un espejo de mano y cuadros vitrales. Los dos minúsculos cruasanes me saben a poco y el café a agua, y el precio, como todo en la ciudad de los rascacielos, desorbitado.IMG_9372

Repuesto del bajón exploro la pintura europea de la segunda planta del museo. Para disfrutar de las obras maestras pictóricas que alberga el Metropolitan habría que tener muchas vidas o disponer de un mes entero para dedicar cada día a un maestro. De Giovanni Battista Tiepolo, pintor veneciano, hay cuatro salas que recogen buena parte de su obra; de sus cuadros me llama la atención, por la belleza perfecta del trazo, la sensualidad y el colorido una alegoría de Venus jugando con Cupido, al que ésta le ha arrebatado su arco al travieso niño. Pero hay también cuadros venecianos, de la ciudad con sus canales y palacios,  y representaciones de su vistoso carnaval.IMG_9396

Uno de los alicientes de las visitas a los museos es descubrir cuadros de pintores desconocidos, que no tuvieron la suerte de no ser reconocidos, pero que le dicen mucho a uno. La comunicación esteta es personal e intransferible. Un pintor francés del siglo XVIII, un tal George de La Tour, me sorprende con el retrato de tres personajes en un mismo cuadro y la expresividad de las miradas que cruza una joven pareja ante una mujer mayor con aspecto de arpía que parece estar censurándolos. La sensualidad de otro pintor francés, este del XVIII, Jean Honoré Fragonard, está muy presente en El beso rechazado en donde un truhan intenta besar sin su consentimiento a una ruborizada dama en presencia de otra.IMG_9418

Deambular por los museos tiene el aliciente extra de ver cómo se enfrenta el visitante a la obra que se expone: las miradas sobre un cuadro. Hay quien se sienta ante un lienzo sencillamente porque está cansado, y ésa es una forma de disimular el agotamiento, pero hay quien lo estudia detenidamente, lo saborea en silencio, dejando pasar el tiempo, prescindiendo de otras obras y concentrándose en una. Están luego los profesores que guían a sus alumnos por los secretos del arte, los que llevan a los niños de corta edad y les invitan a que reproduzcan en sus láminas lo que están mirando y estudiando. La mirada hace el cuadro, de la misma forma que el lector hace también la novela.IMG_9439

Sigo con franceses: Jacques-Louis David y sus cuadros de aristócratas. Y me sorprende Élisabeth Lousi Viget-Le Brun, y su bellísimo retrato de Madame Gran, mirada al cielo y ropaje exquisito, por la extraordinaria perfección del óleo y por tratarse de una de las escasísimas mujeres pintoras de la época, en una profesión artística que parece vedada para ellas.

Podrá tachárseme de escaso patriotismo, pero lo que no tengo es tiempo, así es que prescindo de las salas de los pintores españoles, que paso rápidamente (Velázquez, El Greco y Goya), y también Rembrandt, un pintor que nunca me hizo el peso, para detenerme en Venus y el músico, de Tiziano. En la sala de los pintores italianos hay una Venus y Cupido, del pintor veneciano Lorenzo Lotto, muy transgresor: el infante alado orina sobre la diosa del amor y la belleza, juguetonamente.IMG_9442

Una escena de caza de Peter Paul Rubens, un óleo enorme de gran movimiento y violencia, con perros, cazadores a caballo y a pie empeñados en su sangrante matanza, me llama la atención, por desconocerlo, aparece junto a otro más típico del pintor holandés: una Venus entrada en carnes seduciendo a un hermoso Júpiter a cuya robusta pierna se agarra Cupido, persona mitológico que siempre me pareció que era un incordio, que sobraba.IMG_9515

De Thomas Gainsborough, uno de mis tres o cuatro pintores de cabecera, lamentablemente sólo tiene el Metropolitan el retrato de Grace Dalrymple Elliot, exquisitamente elegante y delicado como todos sus retratos. De Joshua Reynolds, otro pintor británico, el retrato del capitán George K. H. Coussmaker, un hermoso caballero en uniforme de gala que posa, desmontado, con su caballo; y el primoroso retrato de dos niñas jugando, seguramente hermanas.IMG_9518

Hay un Bosco, desbordante de imaginación, como toda su obra que parece ejecutada en estado lisérgico, y La era, de Peter Brueghel El Viejo, que recoge el descanso de los campesinos tras una jornada de trabajo.

A las 12 y media he quedado con Marc Emmerich en la puerta del museo de Ciencia Naturales, así es que a las 12 doy por concluida mi incompleta visita al Metropolitan y cruzo Central Park por caminos nevados y resbaladizos que serpentean el castillo de Belvedere y una de las carreteras que lo cruzan. Llega él cinco minutos más tarde y me felicita que no me haya perdido; yo también.IMG_9530

Bajamos hasta Chelsea y nos acercamos al río Hudson que separa Manhattan de New Jersey. A Chelsea, zona de fábricas, talleres y viviendas de escasa categoría, alguna de las cuales subsisten milagrosamente y con aspecto de que pronto van a ser derruidas, ha llegado el boom del ladrillo y en solares que miran al río se están alzando gigantescos rascacielos de una ciudad que crece, sobre todo, hacia el cielo. El Distrito de las Galerías de Arte, en Chelsea, un espacio de calles en descomposición, sucias  y llenas de baches, que parece que no fueron reparadas nunca, alberga una serie de interesantes salas de arte moderno, fotografía, pintura y videoarte, que se lleva bien con el entorno hostil de universo desindustrializado. Una antigua vía de tren elevado ha sido adaptada para paseantes, la High Line, y desde esa altura se tiene una vista inusual de Chelsea, de sus solares, de sus fábricas con las paredes decoradas con grafittis y casas de vecino a punto de derribo, de un campo de golf a orillas del Hudson, cubierto por una enorme tela metálica para que las pelotas no vayan a parar al río. Un puente metálico, que juraría haber visto en más de una película, une a media altura dos fábricas remodeladas en lofts. Sin mucho criterio de lo que debe de ser la armonía arquitectónica de una zona urbana como ésta, los modernos y altos edificios se entremezclan con los antiguos de ladrillo que tienen las horas contadas por culpa de la salvaje especulación (para los que resisten la tortura de las taladradoras gigantes, y el ruido incesante de los camiones, las piquetas y los martillos de los operarios de las obras cercanas debe de resultar sencillamente insoportable), y entre esa nube anárquica de edificios emerge, lejana, la silueta del Empire, el antaño gigante de Nueva York.IMG_9615

Queda mucha  nieve por la zona, pero la frialdad de ese manto blanco, que se endurece por el frío hasta convertirse en resbaladizo hielo, no arredra a un músico negro que percute con las palmas de sus manos un par de bongos y parece que no vaya a dejar de tocar en toda la tarde. Pasamos, en nuestro recorrido aéreo por el High Line, por un moderno edificio de fachada metálica ondulada, inspirado en las obras arquitectónicas de Frank Ghery; por encima de aparcamientos verticales en plataformas que se elevan con el coche y un hangar al que van a parar los vagones del metro que tienen que ser reparados, porque el metro en Nueva York, con todas las deficiencias en cuanto a su limpieza y conservación, funciona las veinticuatro horas y lleva al pasajero a los lugares más extremos de la ciudad.IMG_9643

Cuando bajamos del High Line, que sobrevuela una veintena de calles del Distrito de las Galerías de Arte, pasamos de largo Gasenvoort Market, a pesar de su excelente aspecto, y buscamos en donde comer porque ya son las 13 y media. En el Chelsea Market, muy cerca de la sede central de la empresa Geogle, hay un centro comercial, ubicado en una vieja fábrica remodelada de la zona, que engloba un sinfín de tiendas de artesanía, comida (con muchos productos españoles, por cierto, ibéricos incluidos), papelerías, librerías y una oferta de restaurantes de comida rápida y barata para trabajadores de la zona.IMG_9659

Es bastante habitual que los clientes compren la comida preparada en esos establecimientos y se los lleve en tápers para comer en el trabajo; otros, con más tiempo, se lo comen sentados en cualquier escalón; los hay, más afortunados, que consiguen mesa libre en los establecimientos, aunque muchas veces la tenga que compartir con desconocidos. Tras muchas dudas, porque realmente no apetece ninguno, nos decidimos por un tailandés, pero no cumple con nuestras expectativas mis fideos con gambas y soja fresca ni el curry de pollo que se toma mi amigo americano. Comida rápida, mala y cara, y además regada con Coca-Cola: la eterna pesadilla de este país.IMG_9671

Seguimos con nuestra visita y salimos de Chelsea para entrar en West Village y, a continuación, Greenwich Village que ya exploré el día anterior, con sus casas de ladrillo rojizo de cuatro plantas, los sótanos a pie de calle a los que se accede alzando una trampilla,  una sucesión de pequeños establecimientos comerciales como restaurantes, sastrerías, zapateros remendones o pastelerías con tartas de mantequilla de colores y formas (la Cencienta, el zapato que perdió en el baile y otros motivos del mundo Disney) imposibles. Los gais abandonaron la zona, o se volvieron más discretos, porque no veo ninguna tienda de sadomaso, al que eran tan aficionados, ni sus banderas con todos los colores, cosa que si vi en mis dos anteriores viajes.  IMG_9642

A medida que nos adentramos en el Soho, la arquitectura tiene más entidad y el cuidado de las fachadas de las casas parece que mejora, no las aceras y los paradigmáticos charcos que se forman en las calzadas, alrededor de las esquinas, y que uno debe de saltar tomando impulso si no quiere caer con los dos pies en ellos. Nueva York no es solo una ciudad para multimillonarios sino también para gente ágil, aunque los multimillonarios, nadie sabe cuántos pero sí muchos si censamos todos los que viven en la Quinta Avenida o en las paralelas más céntricas, no saltan charcos porque se desplazan en limusinas.IMG_9626

Abundan en el Soho edificios con fachadas ocupadas por amplios ventanales separados por delgadas columnas, que alternan colores sobrios como el gris y el crema, pero sigue habiendo parkings en cada escaso solar, con los coches aparcados sobre plataformas elevadas, y enormes anuncios, que cubren las paredes que quedan a la vista, de series televisivas que causan más furor que las películas entre los neoyorquinos. Sigue habiendo edificios de ladrillos, de no más de cuatro alzadas, con sus escaleras de incendios que parecen al alcance de la mano y vía rápida de acceso de delincuentes al interior de las viviendas si son capaces de saltar y coger el primer tramo de ellas, y hay nieve acumulada en las aceras, la que no han despejado los eficaces porteros con sus palas, gris, sucia y pisoteada, que ya parece barro.IMG_9370

En Broome Street, en dirección hacia Chinatown, lo que parece una enorme iglesia católica con su cúpula redondeada que luce un reloj, o, en su defecto, un museo, resulta ser la sede de la NYPD. La policía de la ciudad de los rascacielos detenta uno de sus más hermosos edificios históricos, pero no se ven guardias en sus puertas, ni coches policiales por sus alrededores: un misterio.IMG_9622

En una esquina, pintado con un llamativo color azul, el restaurante Parigot, francés, abre sus puertas, y nos acercamos a él no porque tengamos hambre sino porque nos apetece tomar una buena cerveza para sacarnos el gusto dulzón de la Coca-Cola de la comida tailandesa. A medida que nos acercamos a Chinatown las personas de etnia oriental se multiplican hasta hacerse mayoritarias. El barrio chino de Nueva York es el que más ha crecido, aunque sea a costa de devorar el de Little Italy separado, oficialmente, por  Canal Street. Los chino americanos, bulliciosos, se arremolinan ante sus puestos de verduras que montan sobre las aceras. Naranjas de excelente aspecto junto a los apestosos rambutanes; manzanas mezcladas con lichis. Al colorido de los vistosos pictogramas orientales se suman los tonos rojos encendidos y amarillos con que decoran algunas de las fachadas de sus casas. Hay muchos chinos que apenas salen de su barrio, que no saben una sola palabra de inglés porque no la necesitan para vivir entre los suyos. Llevan años instalados en Estados Unidos, muchos desde generaciones que se remontan a la construcción del ferrocarril en la que fueron mano de obra fundamental y barata, y siguen viviendo en su país de adopción manteniendo su idiosincrasia especial, su idioma y un perfil discreto. En las calles Elizabeth, Mott y The Bowery, además de los restaurantes, encontrará el visitante tiendas de oro, unas al lado de las otras, en clara competencia, porque los orientales sienten devoción por ese metal precioso en el que invierten sus ganancias. También hay peluquerías concurridas, y farmacias chinas con sus productos específicos y sus remedios naturales contra todo tipo de enfermedades. Chinatown es otra ciudad dentro de la enorme ciudad que es Nueva York.IMG_9400

Finalmente la cerveza nos la tomamos en una gruta subterránea, en la frontera de Chinatown, regentada por blancos, en donde el desaliño, objetos de desguace, escasez de luz y música electrónica balsámica componen un ambiente acogedor. La cerveza americana, amarga, tiene un gustillo que no me acaba de convencer, pero es cerveza, demonios, y no Coca-Cola, aunque uno la pague a precio de caviar, y eso que estamos en la hora feliz en la que todas las bebidas alcohólicas están rebajadas de precio. El empleado que atiende la barra lleva un gorro de lana puesto y luce un brazo tatuado. Pronto nos hacen compañía más clientes que bajan a ese sótano mal iluminado y peor ventilado por unas empinadas escaleras metálicas.IMG_9517

Anochece cuando salimos y el frío arrecia. Marc Emmerich consulta las previsiones meteorológicas y me asegura que mañana caerá una gran nevada. Subiendo por la Cuarta se levanta un viento que corta la cara. Urge buscar un lugar en el que refugiarse y cenar. Por unos pocos dólares nos comemos una porción de pizza y una cerveza que vale bastante más que la pizza en un local regentado por mexicanos que nos atienden amablemente. Luego yo cojo la línea F que me lleva a la 47 y mi amigo neoyorquino y guía muy especial vuelve a su Brooklyn. Y empieza a nevar cuando traspaso la puerta del Night Hotel Times Square.

 

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