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«Deadpool». La irreverencia como redención.

Por Emilio Calle , 22 febrero, 2016

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Falta poco menos de un mes para que se estrene «Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia» y todas las alarmas se han disparado. Los primeros pases para conocer las reacciones de los espectadores no han podido ser peores. La película no está gustando tanto como se esperaba, lo cual puede provocar un auténtico debacle a todos los niveles. Los 400 millones de euros que ha costado, obligan a recaudar en taquilla alrededor de 2000 millones para empezar a hablar de éxito (y es una cifra disparatada que incluso la nueva entrega de «Star Wars», que se suponía batiría récord tras récord, ha tardado mucho más de lo esperando en alcanzar para eludir el tremendo fiasco que podía haber supuesto). Y lo que es aún peor para los han invertido en las nuevas tropelías de ese fraudulento visionario llamado Zack Snyder. Si la película fracasa, y siendo como es el origen de una trama de la que arrancarán otros títulos en rodaje, dichas de producciones relacionadas con los súper héroes del sello DC podrían verse bastante afectadas, e incluso tener que cambiar sus argumentos o los personajes protagonistas. Al igual que Marvel, y su refundación de Los Vengadores como parte de una serie de títulos que se podrán aunar en una historia común, lo que se busca aquí no es más que abrir una franquicia que poblará los cines de «spin-off» y secuelas, y «crossovers» y cualquier otra delicia que los productores tengan a bien disponer con tal de agotar el filón abierto tras esta aparente edad dorada del género. Pero si el esperado encuentro entre Batman y Superman no hace florecer los dividendos deseados, puede que sea algo más que una señal de aviso de que el camino que se está tomando se aleja cada vez más de los gustos de los espectadores a los que precisamente van dirigidas estas epopeyas. Que Superman asesinase por primera vez en la anterior película de Snyder, no hace más moderno ni más complejo al personaje, y sí lo ohace trizas sin más razón que la búsqueda de una oscuridad que termina por no dejar ver nada (y salía de la visión mística e insoportablemente pedante con que Brian Synger se acercó al mito en “Superman Returns”, que resultó aún más letal que la kryptonita). Por muchas vueltas en la noria que Nolan le diera a Batman en esa desproporcionada trilogía que le erigió (con una parte que casi rozaba las tres horas de metraje), no aportó ni una pizca de algo que no fuera artificio (excepto en la voz, por lo visto industrias Wayne puede lograrlo todo menos conseguir que Batman tenga que forzar la garganta para parecer ronco) e imágenes muy espectaculares (cómo olvidar la de horas que se tuvo que pasar Bruce Wayne y su viejo Alfred embardunando de gasolina el puente de Gotham para luego prenderle fuego y que se viera el símbolo del murciélago para alegría de la ciudad y disgusto de los bomberos). Dentro siempre de las propuestas de DC y Marvel (hay excelentes películas de súper héroes fuera de ambas casas, las hubo antes y las habrá después del hundimiento), parece que el género se resiente gravemente, y en su desorientación (esa indecisa premisa mediante la cual hay que contentar a todo el mundo) terminan por confundir una tragedia shakesperiana con las aventuras de La Masa. Acabarán siendo más herméticas que una obra de de David Lynch, sólo que cargada de explosiones.
¿Hay alguna esperanza para el género?
Pocas.
Pero alguna hay.
Se acaba de estrenar “Deadpool”, y desde ya pasa por ser el título más extraño de esta época de capas y mallas y traumas y éticas poéticas (pero quede claro, al que no le gusten los cómics de súper héroes, aquí no se le ha perdido nada). Y no porque la historia de este mercenario, convertido a su pesar en súper héroe al ser sometido de forma bastante cruel a un experimento lo que transformara en un mutante, sea especialmente singular. Pero un argumento de divertido fulgor atraviesa todo el metraje, ajeno al argumento principal, y es donde se afilan mejor las aristas de este astuto divertimento. Siendo un mutante, su “talento” pasa a ser objeto de reclamo de los X-Men del profesor Xavier. Sólo hay un problema, y no menor. Ni Deadpool (muy consciente de la máxima marxiana de no pertenecer a grupo alguno que te acepte como miembro) tiene interés en abandonar su independencia para unirse a ellos, ni los obedientes alumnos del profesor están de acuerdo con los métodos que despliega el hombre al que pretenden captar. Es en ese pequeño conflicto donde “Deadpool” aporta sus mejores momentos, especialmente en el tramo final. Dirigida por el debutante Tim Miller (que ya era famoso por un fabuloso corto de animación independiente que narraba la pelea entre los principales personajes de DC), la película no es todo lo buena que podía haber sido, pero tampoco tan desechable como podría parecer a simple vista. Hiere en sus pretensiones desmitificadoras, pero no remata. Lo tiene todo, y no tiene nada. Es muy divertida, y su humor a veces cansa. Los grandes momentos de acción, no son tan grandes como uno espera (y se agradece), pero se filman como si de nuevo hubiera que echar abajo del puente de San Francisco. Es una obra llena de bandazos, para lo bueno y para lo malo, pero en ningún momento tienes la sensación de que es algo que ya ha visto. El incesante monólogo de un Ryan Reynolds que se hace muy bien con el control de su personaje, puede parecer de un segundo al siguiente zafío, brillante, herético, obsceno, amoral, infantil, y su palabra está presente en todo momento, tiroteos incluidos, en mitad de los cuales Deadpool puede volverse hacia cámara (algo inventado por un tal Groucho Marx, ya que con con la familia estamos, por señalar los referentes de Miller) y hacer algún cometario personalizado para el espectador. Y a base de soltar lindezas por su boca, y hacer del asesinato otra forma de entender su retorcido sentido del humor, “Deadpool” termina siendo una ducha de irreverencia (fresca, sin ser la gran maravilla) muy de agradecer ahora que los universos de DC y de Marvel están siendo manufacturados más que filmados (y menos aún por un autor, y puede que este Tim Miller lo sea). No deja de ser revelador el inevitable cameo de Stan Lee, como si él mismo tuviese que admitir los niveles de indecencia con los que se está tratando el trabajo de toda su vida.
¿Deadpool ha venido para quedarse?
Es complicado predecirlo, pero lo más seguro es que terminé como empezó, un secundario más, lo que fue en “X-Men orígenes: Lobezno” (y ahí no le dejaban ni hablar, aunque ahora que tiene película propia, Deadpool ajusta sus cuentas con Wolverine, en un par de momentos realmente divertidos). Con suerte una secuela aprovechando el buen recibimiento por parte de los aficionados, hastiados de que nadie encuentre nada nuevo que contar, a excepción de que (spoiler) Superman fue salvado por su padre de un planeta extraterrestre (por lo que ahora descubrimos que es un alienígena) y de que (un spoiler aun peor) Batman actúa de ese modo porque cuando era niño sus padres fueron asesinados.
Aunque de momento, aquí está.
Desobediente y pendenciero, tan absurdo y desconsiderado que cuesta trabajo no regalarle un poco de aprecio.
Y quizás una más que interesante reflexión (la más que consciente auto parodia se agradece) sobre los posibles caminos que puede emprender un género si no quiere quedarse estancado en la vacua espectacularidad por la que actualmente está transitando.


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