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DE LIÉRGANES A LAS BATUECAS

Por David Acebes , 31 julio, 2015

LIÉRGANES

A mi familia.

Ayer, cuando una de mis tías leyó mi última columna, me escribió para decirme que estaba de vacaciones en Liérganes, Cantabria.

Este municipio cántabro es conocido por la leyenda del hombre-pez. Según parece, a mediados del siglo XVII, un vecino del pueblo se fue a nadar al mar y se lo llevó la corriente, desapareciendo y sin que nunca más se supiera de él. Cinco años después, en Cádiz, los pescadores de la zona vieron un “ser acuático pero con apariencia humana” que desaparecía subrepticiamente ante sus ojos. Lo capturaron y constataron que se trataba de un hombre “con escamas y forma de pez”. Un verdadero tritón. Lo llevaron a un convento y le preguntaron quién era. Con suma dificultad, el hombre-pez tartamudeó una única y enigmática palabra “Li-ér-ga-nes”. Al final, el pueblo concluyó que se trataba del mismo hombre que cinco años antes había sido engullido por el Cantábrico.

Al leer esta historia, pensé que me sonaba, así que, buscando en mi pequeña biblioteca personal, comprobé que en efecto la historia del hombre-pez aparece mencionada por Benito Jerónimo Feijoo en el tomo VI de su majestuoso Teatro crítico universal.

Lo curioso del caso es que en esta obra Feijoo también menciona la fábula de las Batuecas, valle de la Sierra de Francia donde este fin de semana me acercaré a disfrutar del campo y del aire puro, y que por su parte Feijoo incluye como uno de sus “países imaginarios”. Cuenta el tomo IV del Teatro crítico universal que, dado lo escarpado del paraje, vivían antiguamente en las Batuecas unos hombres en estado brutal y salvaje, sin contacto alguno con el resto de España y del mundo. Cierta vez, un paje y una doncella de la casa del Duque de Alba recalaron en la zona, huyendo de su amo y encontrándose con los habitantes del lugar que vivían, según feliz expresión de Feijoo, “ignorantes e ignorados de todo”. Se trataba, pues, de un país imaginario, de una áspera Arcadia, dentro de la propia península ibérica.

No sé si será cosa mía, pero esta casualidad me hace pensar que en mi familia existe un vínculo mágico que nos une a pesar de todo. No importa la distancia que nos separe o el tiempo que llevemos sin vernos. En nuestra familia, no necesitamos echar mano de Internet, redes sociales o incluso de nuestros inseparables móviles. Nos basta con saber que estamos unidos por un lazo invisible que va más allá del mero parentesco. Un lazo que nos une a través de la alta literatura y que pasa, gracias a Fray Feijoo, por lugares tan singulares como Liérganes y las Batuecas.


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