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De bien nacidos

Por Oscar M. Prieto , 27 octubre, 2014

Confieso abiertamente que estoy encantado con el escándalo de las tarjetas y del uso que de ellas han hecho los 86 directivos o consejeros de la Caja. Llámeseles como se quiera pero yo estoy por llamarles próceres de la patria. Se les ha llamado de todo menos guapos: corruptos, sinvergüenzas, chorizos,… y seguramente lo sean, pero esto ahora es lo de menos e insisto, yo los veo más bien como auténticos hombres de estado que, en este trance de fragilidad que atraviesa nuestro país, que amenaza ruina, han sabido cargar sobre sus anchas espaldas –no tan grandes como sus bolsillos, por supuesto- todos los oprobios y  convertirse en el reactivo que, de alguna manera, esta España nuestra necesitaba. Émulos de Hércules quien, después de realizar los “doce trabajos” por bien de la humanidad, fue pagado con el fuego de la pira desagradecida, también a ellos les toca ahora inmolarse por España. Y van desfilando, a través de los extractos de los gastos de sus tarjetas, como ovejas llevadas al matadero.

Y nadie se lo agradecerá lo suficiente, a estos 86, que en realidad  son 82, ya que al parecer, cuatro de ellos no tuvieron las agallas que se presuponen en los héroes y no hicieron uso de la tarjeta que les fue entregada para gastar como, cuanto y donde quisieran. No me quiero poner en el pellejo de ninguno de estos cuatro pusilánimes, pagados de su propia ética. Con qué cara se mirarán cada mañana al espejo. Qué le dirán a sus hijos para explicarse, para justificar lo injustificable, que pudiendo derrochar, no derrocharon. Sólo cuatro.

Nos quedan todavía 82. Propongo un monumento colectivo para todos ellos, como el que se levanta en Lisboa en honor de “Los Descubridores” o como el que hace tiempo debería haberse erigido a “Los Trece de la fama” que acompañaron a Pizarro en la conquista del Imperio Inca. Aquí serían “Los 82 de las tarjetas”, por ejemplo. Nadie más que ellos merece ser recordado por el bien hecho a la sociedad española, “anémica del alma por paludismo intelectual”, que diría Unamuno.

No es fácil en este país que se reconozcan los méritos, pero a estos 82 usuarios de tarjetas de crédito, no se les puede discutir que han logrado el mérito impensable de unir a todo el país en sintonía para criticarles. Ni siquiera la Selección española de fútbol logró estas cotas que ahora rozan la unanimidad.

En la situación actual en la que se encuentra España, ayuna de objetivos comunes y disuelta de lazos que a todos nos unan, la única alternativa que quedaba para pervivir como entidad política era la de encontrar un cabeza de turco capaz de focalizar y atraer sobre sí mismo toda la ira y las maldiciones todas, para sí y para varias generaciones que le sigan. Tan grande es España en los momentos trágicos, que no sólo ha contado con un cabeza de turco, han sido 82 (hubieran sido 86 de no haber sido por esos cuatro desleales).

Así lo veo yo, tal era nuestro estado de postración, que sólo nos podía salvar de la debacle otra debacle, una hecatombe (por cierto, palabra de hermosa etimología, viene del griego y se refiere al sacrificio de cien bueyes para aplacar la cólera de los dioses), el despilfarro, el descaro, la jeta, la ignominia de estos 82 de las tarjetas. Nos han unido en un frente común, han sido como el aldabonazo que nos ha despertado de ese sueño de apatías, más propio de rumiantes, nos han evidenciado la mierda que corre por todas las tuberías y que por fin revienta como un géiser. De acuerdo, olerá mal y pueda salpicar a quien nos duela, pero, de verdad, es la única manera que nos queda.

Dejo para otro día un análisis más técnico de ese asunto, hoy sólo pretendo expresar públicamente mi agradecimiento a estos 82, pues después de ellos, confío en que se ponga muy difícil para los siguientes seguir por esta senda. Probablemente, sea gracias a ellos que todavía nos quede una oportunidad.

Termino con la reflexión que Lord Reay hizo ante la Cámara de los Lores de Gran Bretaña: “Las oligarquías raras veces fueron destruidas y con mayor frecuencia se suicidaron”

Salud

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