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Cuidarse y temer

Por Ema Zelikovitch , 5 septiembre, 2016

Llamando…

– ¡Hola!

– Hola, ¿qué tal?

– Bien, bien.

– ¿Qué tal ayer de noche?, ¿saliste al final?

– Sí pero… me pasó algo.

– ¿…qué?

– Estaba volviendo a casa, y a lo largo del camino hasta seis hombres me acosaron. Mucho.

– ¿Estás bien?

– Sí sí sí, no me ha pasado nada.

– ¿Qué pasó?

– El primero de todos, con el que me topé en la plaza de Tirso de Molina, empezó a decirme cosas. Le miré, de tal forma que pudiera leer en mis ojos un “vete a la mierda”. Se acercó a mí, y me cogió de la mano. Me la apretó muy fuerte, hasta que logré soltarme. Después de él, otros tantos. El siguiente, y también el siguiente, se pusieron delante de mí para hablarme a la cara, así que me pasé el camino esquivando babosos. Estaría bien hacer una peli que se llamara “Esquivando babosos”. Otro me gritó cosas también, guarradas… que si mi pelo, que si mis tetas, que si no voy depilada… Al quinto no pude más. Me giré, y le chillé que me dejara en paz. Me di la vuelta y seguí… Después…

– Ah, que aun hay más. Joder.

– Sí, hay más… Un tío borracho empezó a caminar a mi lado y me preguntó dónde vivía. Era tarde, estaba cansada, solo quería llegar a casa, o matar. Y como la segunda opción está penalizada con cárcel, me limité a seguir caminando. Continuó insistiendo. Cuando vio que no reaccionaba decidió cogerme de las muñecas. Yo me resistí, y justo en ese momento pasó por allí un coche de Policía, y el tío salió corriendo.

– ¿Le dijiste algo a la policía?

– Sí, que ese tío me había estado acosando y forzando.

– ¿Qué te dijeron?

– Que fuera con cuidado y que me tranquilizara, que no iba a pasarme nada.

– ¿En serio te dijeron eso?

– …sí, ya sabes.

– Tienes que tener cuidado.

– No. Tienen que dejarme volver a mi casa por el centro de Madrid de noche tranquila.

– Sí, tienes razón. Pero ten cuidado.

– Tener cuidado es para mí como tener miedo, es caminar temiendo algo. No quiero.

– Ya…

Acabar con el acoso callejero no es acabar con los hombres, acabar con el acoso callejero es nuestro derecho a reivindicar libertad y tranquilidad frente a los otros, que no tienen ningún derecho sobre nosotras a menos que lo consintamos.

Sí. Vamos solas, vestimos minifalda, no nos depilamos y no usamos sujetador, y ninguna de esas cosas legitiman a nadie a decir nada y menos, mucho menos, a tocar. Nada. Tampoco la mano.

Después de recibir esta llamada recordé a Diana Quer y a la chica violada entre cinco hombres en San Fermines. Pero también recordé a mis amigas, a mi hermana, a mi madre, a mis compañeras de clase y a mí, que hemos sufrido todas alguna vez esta situación, que hemos sentido miedo, que nos hemos quedado paralizadas por él, que no nos hemos considerado lo suficientemente fuertes para reaccionar, para responder, y que hemos generado cierto rechazo a todo aquello que se mueve de noche por un callejón. Esto es normal cuando una crece y se educa en la cultura de la violación y del miedo, en la cultura de “¿a dónde vas tan sola?”, en la cultura de “¿dónde vives?” y en la cultura del “no vuelvas sola a casa”.

Entonces lo que hace falta es construir otra cultura que despeje las calles de miedo, que des-tense el cuerpo cuando caminamos de noche solas, que nos des-acompleje. Y, antes que una cultura que nos empodere, es necesaria una cultura que eduque de otra manera, que enseñe a no interpelar, insultar, tocar, agredir o violar a nadie. Sí, eso es lo que hace falta.

Pero hasta entonces no nos queda más remedio que seguir teniendo cuidado…


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