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Cuando un sueño se transforma en una empresa

Por Juliano Oscar Ortiz , 6 enero, 2015

Dice Andy Freire, emprendedor social y empresarial, que si quieres aprender rápidamente, el fracaso es el combustible del aprendizaje. Y justamente esa palabra, fracaso, fue en la última que pensó una abogada de 35 años que, cansada de su profesión, miró y desempolvó una vieja máquina de tejer para empezar a «hacer porque sí». Comenzó a comprar materiales y tejer estuches que sólo mostraba a su familia y a su analista. Con el tiempo, empezó a hacer cursos especializados de costura en cuero y se inscribió en una universidad privada de diseño de indumentaria. Su creatividad lentamente le pidió que pusiera todas sus energías en este proyecto.

Motivada por una compañera, se animó a vender sus accesorios de cuero en una feria de San Telmo. En las sesiones, ya no se hablaba de audiencias, juicios o demandas y cambió su entorno social. Al tiempo, pidió una licencia sin goce de sueldo, abrió su propio local y quedó, sin planificarlo, embarazada. Ante quienes quisieran escucharla ella decía que seguía con el emprendimiento y, riéndose, que su vida era un despelote.

Lázaro Bergman trabajó 47 años en la fábrica que fundó su abuelo. Hoy, se desempeña como asesor: la conducción pasó a manos de su hijo Gerardo. Otro de sus hijos es el diputado nacional Sergio Bergman, del creciente partido liderado por Mauricio Macri.

Con 11 nietos y una rutina estricta de tenis, Bergman padre no se considera a sí mismo retirado, sino con «licencia permanente». Cuando puede, él y su esposa viajan por el mundo con amigos. La historia tiene un final feliz, pero no fue sin tristezas ni desilusiones. Como él mismo asegura, a las pymes se las conoce por sus dueños.

Casa Bergman comienza en 1927 con Arie Bergman y su esposa Esther, llegados de Varsovia (Polonia) con sus hijos y con un oficio bien aprendido: la fabricación de cajas. Instalados en un galpón, los Bergman iniciaron una empresa que va por la tercera generación. «Recuerdo a mi abuelo forrando cajas y a mi padre como patrón. Teníamos una vida cómoda, pero no abundante. Fueron años muy lindos, yo sentía el orgullo típico del hijo del dueño», recuerda Lázaro.

Casos como este llenan las páginas de los diarios y las revistas cuando de ejemplificar a emprendedores y soñadores que dejaron todo por sus proyectos. El emprendedor es un ciego que descree de su bastón blanco y se lanza en la búsqueda de esa oportunidad a la que ya le dio forma y consistencia.

El mismo Andy Freire en un artículo de la semana pasada escribía que el 2015 será un año difícil para comenzar un emprendimiento en Argentina debido a las elecciones presidenciales y a un mercado financiero que está estancado y es habitado por agentes económicos que desconfían de todo. Sabemos que una economía sin confianza es presa de cualquier movimiento externo e interno que podría socavar su estabilidad.

Argentina está entre los 5 países más altos del mundo en porcentaje de la población económicamente activa que se dedica a emprender. Y al mismo tiempo está entre los 10 peores del mundo en cuáles superan el cuarto año de vida. Lo que quiere decir: mucha gente emprendiendo, que le va mal.

Datos de la realidad que pueden ahuyentar a cualquiera pero que en definitiva son solo eso, datos. Para el emprendedor, la zona de riesgo es casi su espacio vital.

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