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Cuando ser moderno es antiguo

Por Jordi Junca , 1 mayo, 2014

Un fenómeno de twitter se convierte, apenas un mes antes de la festividad de Sant Jordi, en un manual escrito por un personaje creado a través de las redes. Modernet de Merda (Modernito de Mierda), en efecto, empezó como una cuenta twitter entre tantas y sin embargo el tiempo arrastró consigo hasta 30.000 seguidores. Su éxito inesperado desembocó en la confección de este libro que ahora puede encontrarse en las librerías más importantes, cuyo autor se supone es el propio personaje ficticio. Su contenido, y siempre ayudándose de un tono más bien satírico, un sinfín de pautas absurdas para ingresar y formar parte del mundo hipster.

Un ávido lector se acerca a una librería sin saber muy bien qué es lo que quiere, de hecho no sabe si realmente comprará algo, pero en cualquier caso le sienta bien eso de rodearse de libros aunque estén encerrados en esas estanterías donde ya no cabe ni un alfiler. García Márquez había muerto antes de ayer, más o menos, y ahora le dedicaban un estante propio en el que ya solo quedaban algunos ejemplares. Los libreros han sacado el polvo a Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba ha vuelto a ser una buena lectura y además breve, por cierto muy recomendable para los impacientes. El ávido lector piensa entonces en lo dichosa que es la muerte, ahora que había llegado parecía haber revivido el interés por el maestro. De todas formas, no va a rendirle ese homenaje, al menos no por ahora. En cambio, se acerca con recelo a la mesa de novedades, tan variopinta como cabría esperar en los días que corren. Sobre ella descansa la última de Allende, a su lado dormita el Gran Wyoming, justo en la esquina unas gafas que (dicen) dan la felicidad, le devuelven la mirada.

Sin embargo, a él le llama la atención una tapa blanca o quizás de un color beige muy suave, difícil decidirse, aunque así de cerca diría que la segunda. En la portada  se revela un título en catalán, Modernet de Merda, El Manual y, al lado de una ilustración del protagonista, un breve reclamo: se trata de, cita textualmente, un auténtico fenómeno en Twitter. Él no es precisamente un miembro activo de las redes sociales, pero lo cierto es que juraría que le suena de algo. Lo hojea por curiosidad. En seguida percibe ese tono de mofa que después confirmará, pues se mantiene a lo largo y ancho de las apenas doscientas páginas. En cualquier caso, todo empieza con un aviso a la población hipster o moderneta, que al fin y al cabo son términos parecidos; más concretamente, el modernet sería un hipster a la catalana. Se trata, en efecto, de un colectivo que sigue esa tendencia extendida a lo largo del mundo y que, no obstante, adquiere su propio carácter entre las calles de Barcelona (con especial predilección por el barrio de Gracia). Ese primer aviso, decíamos, se dirige hacia esos pocos elegidos y, en resumidas cuentas, pretende advertirles del error que significaría hacerse con el presente libro. Su argumento es que, seguramente, a esas alturas ya habrá quedado obsoleto. Así pues, ya desde un principio, se deja entrever una de las máximas que defiende el manual: ser un hipster conlleva la responsabilidad de estar siempre al corriente de las últimas tendencias. Y eso, además, a cualquier precio y hasta las últimas consecuencias.

Acto seguido, y si bien el primer aviso se dirige al individuo moderno, una segunda advertencia adquiere entonces cierto carácter reivindicativo, recordándole al ciudadano común que este libro revela los secretos mejor guardados de los que se saben hipsterianos, y que en ningún caso puede ser compartido con el sector mainstream o, dicho de otra manera, el populacho. El ávido lector ha leído ambas advertencias y todavía mantiene el libro abierto entre sus manos. Había pensado en algo más serio, quizás más intelectual, pero finalmente opta por darle una oportunidad a ese hombre que viste una camisa de cuadros y en cuyo cuello luce una pajarita.

Después de esta presentación poco ortodoxa, y una vez colocadas las cartas sobre la mesa, empieza la partida y por supuesto él está dispuesto a jugarla. Descubre, según avanza, que a decir verdad el libro se sostiene entre los dos ejes que siguen: Por un lado, ser hipster significa estar a la última. Por otro, eso es precisamente lo que distingue a un modernet del resto de los mortales. El grueso del manual explicará más adelante los entresijos de una vida regida por esas dos grandes verdades, que se ramifican y crean ramas cada vez más delgadas y pequeñas, más alejadas del tronco según crecen. Cuando uno cae en la cuenta, piensa, está listo para vivir esta breve experiencia hipsteriana; bien para descubrir que somos uno de ellos o, por el contrario, confirmar nuestra mediocridad.

El ávido lector sigue leyendo, y avanza rápidamente por unas páginas que no entrañan demasiada dificultad, hecho que por cierto contradice uno de los rasgos definitorios principales que nacen de esas dos premisas primordiales. Quizás se trate de una ironía intencionada, o tal vez sea solo una mera coincidencia. En todo caso, nos referíamos a la incomprensión, sentimiento que siente y debe sentir todo candidato a hipster, que en su cruzada hacia la diferencia se ve obligado a prescindir de la aceptación de quienes le rodean. Y es que tarde o temprano, dice el Modernet, le darán la razón.

Mientras lee, al ávido lector le ronda una idea por la cabeza, como si la mente tuviera una lengua y esa reflexión se encontrara justo en su punta. De hecho, es entonces cuando se acuerda de Salvador Dalí y de sus respuestas incomprensibles. Recuerda una entrevista en blanco y negro, donde Soler Serrano le preguntaba por qué Port Lligat y no otro lugar. El entrevistado respondía que por las moscas, más limpias que las moscas corrientes. O como olvidarse de aquella historia que le había contado su padre, aquella que aseguraba que el artista había asistido a un evento con una tortilla en el bolsillo de la americana, donde en principio debería haber colocado un pañuelo. En fin. Lo que quiere decir es que nadie comprendía las excentricidades del artista de Figueres y, a pesar de todo, hoy en día es uno de los pintores más famosos y reconocidos de la historia del arte.

Más adelante, el ávido lector sigue con la lectura hasta terminarla, sin esfuerzo, casi por inercia. Entonces piensa en Kafka, ese escritor que murió arropado por la miseria sin saber por qué quienes leían su Metamorfosis no aceptaban que un hombre pudiera despertarse siendo un insecto de dimensiones humanoides. Piensa en como los rechazaron a ambos, al menos al principio, para después convertirse en piezas clave de la cultura occidental europea. Es cierto que a ellos ya los tildaban de modernos, pero también uno podía hablar de vanguardistas en un sentido más amplio, o de surrealistas, cubistas, futuristas, dadaístas y así sucesivamente. Tal vez lo que les distinga de los hipsters actuales es que éstos últimos no aceptan su pertenencia a un grupo establecido, de hecho eso haría temblar los cimientos de su particular edificio. Quizás eso solo sea una cuestión de tiempo, como siempre. Sea como fuere, el ávido lector llega a la conclusión de que, cuando resulta que ser moderno es antiguo, todo lo referente a lo nuevo y lo viejo parece flotar en el aire en un aparente libre albedrío.


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