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Cuando los relatos de gobierno hacen agua

Por Juliano Oscar Ortiz , 23 abril, 2016
fuente imagen diario Clarín, Buenos Aires, Argentina

fuente imagen diario Clarín, Buenos Aires, Argentina

“…y todos dicen que hay que cuidar
al inundado que se inundó
pero se acuerdan que los parió
para cuando el agua ya los tapó.”

Así comienza una canción del cantautor argentino Piero escrita en 1983 y que muestra cómo en aquellos años las inundaciones asolaban a millones de argentinos, especialmente a los más pobres.

En esta oportunidad, el agua no tiene contemplaciones y pasa su estela de barro y mugre por los barrios más pobres pero también por los barrios más acomodados, sin distinción. En la provincia de Entre Ríos la situación es apremiante y la gente ve como su trabajo de muchos años queda sepultado por el agua, por la incapacidad de tantos años de olvido gubernamental.

Argentina no termina en Buenos Aires.

Pero no es solo agua y contaminación lo que deben sufrir los entrerrianos, entre las tantas consecuencias de políticas públicas desacertadas; una política hecha de inversiones en obras públicas inexistentes; de oídos sordos a los informes presentados por especialistas de la universidad pública; de reformas a los códigos de planeamientos urbanos que acompañaron la especulación inmobiliaria y con ello, el aumento de los alquileres y el metro cuadrado; de asfalto sin redes fluviales; de agua potable sin cloacas; y tantas otras ineptitudes que no tienen nada que envidiarle a la naturaleza alterada.

Para hacer resaltar más la incompetencia de los sucesivos gobernadores del Frente para la Victoria en Entre Ríos, se puede observar como en la ciudad autónoma de Buenos Aires, gobernada por la alianza Cambiemos, (hoy en el poder también a nivel nacional), no se registraron inundaciones gracias a las obras realizadas en varios puntos de la capital argentina. Un ejemplo de que los gobiernos pueden hacer bien su tarea y que muchas veces los trabajos invisibles rinden más frutos que la propaganda y las palabras altisonantes.

España, Panamá, Italia, Noruega y muchos países de todo el mundo no escaparon este año a la furia de la naturaleza, pero causa indignación cuando el motivo principal de las inundaciones es la desidia y la falta de proyectos que minimicen estos terribles eventos. No hace mucho tiempo, en la ciudad de La Plata en Argentina, el agua se llevó alrededor de 70 vidas. Los funcionarios culparon a los anteriores gobernantes, la ayuda humanitaria tardó en ponerse en acción, y la verdadera solidaridad vino de la mano de los habitantes de la ciudad y la provincia que no habían sufrido el temporal y de los bomberos voluntarios, con un corazón tan gigante que no cabe en una columna de diario.

“El agua estaba muy alta y ellos aparecían abandonados sobre un mar infinito…” escribió Haroldo Conti, un mar que despoja a los padecientes de todo, de sus muebles, sus pertenencias, sus recuerdos, de lo poco o mucho que tienen. Duele ver a esa mujer, una más de tantas, declarar ante un periodista, “lo que más me duele son las fotografías de los chicos y de mis padres que perdí”, desconsuelos emocionales que no se secan con el adiós de la última gota marrón.

El agua tarda en irse, quedándose lo suficiente como para desnudar las miserias de gobernantes y de parte de una sociedad que culpa a los mismos inundados por elegir vivir en zonas bajas, cómo si una víctima de abuso sexual callejera fuera la responsable de haber pasado por ese lugar y no por otro. Sinrazones de gente que, en muchos casos, se mueve por interés y que se aferra a la idea de un modelo de gobierno que cada vez hace agua por más lados y que, como lo demostraron las elecciones pasadas se hundió en el mismo lodo de su propio relato.

 

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