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Creer en utopías (Cosas importantes y cosas secundarias)

Por Anabel Sáiz , 15 abril, 2014
La fuente de las utopías. By Facundo A. Fernández

La fuente de las utopías.
By Facundo A. Fernández

Nos perdemos tantas veces y nos enredamos en aspectos externos, en detalles mínimos que no somos capaces de ver qué es lo que importa y qué no. Nuestro alumnado necesita algo más que formalidades o retórica hueca. Las buenas palabras a menudo son solo eso, buenas palabras, declaraciones de intenciones y poco más.

¿Qué ocurre en el aula? ¿Qué necesita un aula de chicos y chicas en pleno crecimiento? Es evidente que  lo que no  necesitan es que  se los encorsete, que se les sesgue el futuro y que  se les ofrezcan fragmentos de lo que podríamos llamar el programa. ¿El programa? ¿Cómo y quién decide el programa? ¿Por qué debemos andar agobiados por esa palabra que nos pesa como una losa? Cabe la posibilidad de que nos estemos equivocando.

Pienso que habría que reflexionar muy profundamente acerca de los elementos accesorios que rodean el mundo educativo y que no son los más importantes, pero sí lo que más se ve. Cifras, estadísticas, pruebas externas, evaluaciones, reuniones, actas y resultados sobre el papel. Y, mientras, los alumnos y alumnas mirando hacia otro lado.

¿Qué aprenden nuestros jóvenes? ¿Cómo lo aprenden? O… mejor dicho ¿qué olvidan nuestros jóvenes? ¿Qué desaprenden? Diariamente estoy rodeada de chicos y chicas, adolescentes, que se muestras ansiosos ante su presente y no digamos su futuro. Algunos de ellos, pese a llevar escolarizados desde su infancia, como es normativo, no han aprendido casi nada. ¿Casi nada? Quizá sí hayan aprendido, pero no los contenidos del programa. Algunos de ellos se han desmotivado progresivamente y han perdido la ilusión por el camino. ¿Por qué? Tal vez porque no le ven sentido a las clases, no entienden qué estudian ni para qué, carecen de herramientas reales y, simplemente, se dejan llevar por el sistema. Un sistema que nos engulle a todos y a todos alcanza.

¿Qué hacer, por ejemplo, con un chico de 17 años que sigue en la ESO sin la menor esperanza? ¿Hay que obligarlo a estar escolarizado? ¿Hay que renunciar a que se forme académicamente? ¿Hay que ignorarlo? No sé muy bien cuál es la pregunta ideal, pero sí sé que este joven tiene derecho a seguir su camino y que alguien debería permitir que así lo hiciera, sin poner cortapisas, sin señalarlo con el dedo. Tal vez, solo tal vez, si desde el principio se orientara bien a nuestros alumnos, se lograría que no se perdieran o que, al menos, fueran protagonistas de su propio destino.

Por otro lado, claro está, aparece el alumno brillante, que se siente limitado en clase porque no puede seguir ampliando conocimientos porque el resto de sus compañeros se mantienen en una medianía. Habrá quien diga que el docente debe saber muy bien cómo tratar la diversidad, debe ser una especie de mago o maga con una varita mágica para tocar a sus alumnos y hacerlos avanzar. En una clase de más de 30 alumnos eso es poco menos que una utopía. Habrá quien crea en utopías. Habrá quien las aliente. Mientras, mejor será, que sigamos en el empeño; pero sin perdernos en lo accesorio.  Nos estamos jugando mucho.


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