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Contra memes

Por Eduardo Zeind Palafox , 8 febrero, 2020

 

 

Asevera Kant que el término “mundo” (“Welt”) es mera idea, y que ayuna de crítica fragua antinomias, que formúlanse mediante las siguientes preguntas: ¿es el mundo limitado espacio-temporalmente?, ¿son simples o compuestas las cosas que percibimos?, ¿vivimos libremente o atados a las leyes de doña Natura?, ¿hay ser primigenio, creador o arquitecto del mundo? Los dogmáticos, dice el prusiano meditador, afirman que el “mundo” es limitado espacio-temporalmente, que hay átomos, simplezas componedoras de cosas, y que andamos libres y que cuanto vemos lo debemos al “Dios de los cielos” (Esdras 1: 2). No le es menester, así, la ciencia. Los escépticos, en parangón, carean antítesis a lo antedicho. Deducir, justificar tales horizontes, tales atomismos, tales albedríos, tales teologías, llámase urdir cosmologías, hilvanar caprichosamente causas y efectos.


La humana razón, naturalmente, dispone dichas urdimbres cosmólogicas, pues especula que los objetos, que acaecen según tales o cuales condiciones, ligados son a otros objetos, a otras condiciones, y que esa raigambre de cosas y condiciones constituye sistemas, totalidades (“die ganze Summe der Bedingungen”, escribe Kant en la Crítica de la razón pura) “cosmos”. El hombre, arrostrando tamaña idea, la de “mundo”, averigua teórica o pragmáticamente los conjeturados límites espacio-temporales, y averigua y dilucida, como hácenlo los filósofos analíticos, las ilusiones dispensadas por el dogmatismo lingüístico (el habla popular, explica Bertrand Russell, acarrea antiquísimas concepciones del mundo), que regala heurísticas, ilusorias palabras, como la de “mundo”, la de “infinito”, la de “historia”, etc. Se clarifica, así, la consciencia.


Escruta, además, la composición de las cosas que capta, y nota que algunos objetos son hechos de otros objetos, pero que parecen ser unidad, simpleza, y por ende cosa incorruptible y eterna. Se agudiza, así, la percepción. Levanta, luego, leyes morales, que afana guardar en cualquier circunstancia para demostrar al prójimo que se vive libremente, esto es, deslindados de las persuasiones sensoriales. Alzándose sobre lo sensible, sobre la realidad material, se moviliza la imaginación, que es la casa de lo posible. Y, preguntante y atolondrado por la multiplicidad, por el caos circundante, afana orden, y desdeña, p. ej., el variopinto animismo, el pintoresco politeísmo, y abraza el ordenado monoteísmo, que oblígalo a establecer taxonomías, lenguajes escolares, o por mejor decir, inteligibles para cualquier persona.


Clarificar conciencias, agudizar percepciones, movilizar imaginarios y clasificar los objetos es, en suma, fomentar el espíritu de profundidad (“Geistes der Gründlichkeit”, dice Kant), el pensamiento científico, el amor por el conocimiento o filosofía. Mas hoy los “memes” son enemigos de la claridad, de la percepción, de la imaginación, del orden. ¿Cuáles son las mentales condiciones necesarias que exige la interpretación de “memes”? Interpretan “memes”, nótese, los harto fruidores de filmografías. Los “memes” son divertimento de rústicos mentales y cínicos, pues son compuestos por locos semánticos.


Los “memes”, escribe Michael Dango (Meme Formalism, Los Angeles Review of Books, 18 de diciembre de 2019), son “burlas”, que en lengua inglesa dícese “jokes”, palabra procedente del latín “jocus”, ligada a “illusion”, que proviene del latín “illudere”, que significa “burlarse”, “prestidigitación”. Son, arguye, “optical illusions” que mejoran vidas míseras, y cuya estructura, hecha de imágenes de filmografías algo añejas y de decires populares que vituperan personajes, ideales, situaciones y lenguajes, surge de los “inconscientes colectivos”. Las imágenes, en los “memes”, son contenidos, y las palabras son formalizaciones. ¿Pues qué gracia causarían, piénsese, los textos de los “memes” careciendo de imágenes?


Los “memes”, siendo hábitat y según lo reflexionado kantianamente, hacen que la gente utilice fraseologías groseras, léxicos ambiguos repetidos hasta la náusea por doquier, lo que oscurece la conciencia, trastabilla el habla, provoca balbuceos. Muchos jóvenes parlantes de lenguas románticas sólo reconocen textos o canciones, verbigracia, redactados en inglés, ha dicho Umberto Eco, fenómeno que tituló “internationalisation du goût” (L’art, à l’ère du village mondial, Le Monde, 28 de noviembre de 2009).


Las filmografías, que son fuentes principales, mas no únicas, de los “memes”,  muestran ficciones arbitrarias que vuelven prescindible la fatigosa agudización de la percepción. El fruidor, el tecnofílico haragán y veedor de filmografías jamás medita la simplicidad o composición de los objetos. Balbucea, luego, entre ilusiones, entre el “kitsch”, que es “dessin sommaire et hâtif”, a decir de Eco, o en llanas palabras, engendro endeble que pauperiza la imaginación, que es el hogar de lo posible y del afán de libertad. Balbuceante, iluso, tecnofílico, vive al modo cínico, cual perro ligado a estímulos baladíes.
¿Cuántos mozos, en leyendo las memescas, rústicas palabras “Thor Tuga”, p. ej., carcajean, pero también ante “memes” tratantes de guerras, masacres, degollados, etcétera? ¡Tamaña desorientación estética y ética! El mucho frecuentar “memes”, en conclusión, es quehacer anticientífico y causa del apocamiento, de la tecnofilia, del balbuceo y de la desorientación moral de los mozos del mundo.-

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