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Cómo volver a ser rojos

Por Carlos Almira , 2 junio, 2017

La izquierda tiene la obligación, la urgencia histórica, de reinventarse. ¿Por qué? Porque si no, la inmensa mayoría de nosotros vamos a sufrir las consecuencias de un orden de cosas, que dejado a su libre curso, deteriorará de un modo drástico e irreversible nuestras condiciones de vida.

Ahora bien. La izquierda (o, si se prefiere, la opción política por la mayoría), no puede volver a las fórmulas del pasado: jacobinismo, marxismo-leninismo, acción directa, etcétera. El mimetismo ideológico es uno de los escollos que deberán, en mi opinión, sortearse cuidadosamente. El otro escollo, no menos nefasto, es el pragmatismo liberal y el «realismo» de una parte importante de la élite de la social-democracia. Ni una cosa ni la otra.

La opción por la mayoría, en un momento de crisis y amenaza sin precedentes como el actual, deberá rehacer sus señas de identidad, evitando tanto los errores del pasado como los del presente. Si la alternativa a la precarización y al empobrecimiento de nuestra vida, a la destrucción de la Naturaleza, a la violencia y al dominio en todas las formas imaginables, de unos pocos sobre el resto, es el Estado de Partido único, o bien el Mercado depredador y especulativo edulcorado con más pensiones y servicios sociales y «educación para la ciudadanía», pero intocable en su esencia, entonces esa alternativa, en mi opinión, no merece la pena.

Para recuperar sus señas de identidad, a esta opción renovada no le bastará, creo, con ganar elecciones y llegar al gobierno. Tendrá que plantearse el problema del poder. El poder real en la sociedad no puede darlo sólo el resultado de unas elecciones al parlamento. Hoy por hoy, la soberanía no está en las Cortes, ni menos aún en el «pueblo», sino en quien detenta ese poder social efectivo. La izquierda que pretenda rehacerse a sí misma, deberá en mi opinión preguntarse ante todo, quién es hoy por hoy el soberano, y cómo ejerce su soberanía. Para reconducir ésta a la democracia.

Una parte irrenunciable de las señas de la izquierda es su carácter y su vocación transformadora. Lo que en otros tiempos se llamaba «Revolución». En la medida en que esta opción se plantee en serio, la izquierda deberá volver a ser revolucionaria. No en el sentido clásico del término (barricadas, guerra civil, huelga general indefinida, etcétera), sino en un sentido nuevo y desacomplejado. Desacomplejar la mirada. Mirar con los propios ojos, y reapropiarse del lenguaje útil para describir la realidad en la que estamos.

Y la realidad es que el poder y la riqueza están cada vez más, en menos manos. La realidad es que la clase política se ha puesto desde hace tiempo, al servicio de la inmensa minoría. Y esto es lo primero que debe cambiar.

El capitalismo no es un orden natural de cosas. El capitalismo global, depredador, especulativo en que vivimos (morimos), no es el único capitalismo posible. Pero si el socialismo es la estatalización de los medios de producción, los planes quinquenales, la exaltación del Estado frente a las personas, entonces no vale la pena el socialismo.

¿Qué hacer?, se preguntaban los revolucionarios rusos. ¿Quién tiene realmente el poder y cómo lo ejerce?, es la primera pregunta que debemos hacernos hoy. El soberano, hoy, es fundamentalmente quien produce y controla el dinero. No el papel moneda público, estatal, sino la masa monetaria bancaria. La opción por la mayoría no debe expropiar a las empresas, sino acabar con este privilegio, con esta estafa a gran escala, que pagamos todos para beneficio de unos pocos, con nuestra vida.

Imagínese el lector que yo tuviera este poder: que, por cada diez euros en papel moneda o bienes convertibles que tuviese en mi bolsillo, yo pudiese anotar en una cuartilla la cifra de 1000 euros, y ponerla en circulación como crédito (con sus correspondientes intereses), a mi favor. Eso es lo que hace la banca comercial privada. Y lo que pagamos todos. Y eso es lo que debe acabar en primer lugar.

La opción por la mayoría debe coger el toro por los cuernos. Reapropiarse de la soberanía de facto para devolvérsela a la democracia. En vez de socializar los medios de producción, democratizar la producción del dinero. Si es posible, dentro de las instituciones europeas. Y si no, fuera.

Debe, a su vez, esperar una resistencia feroz del soberano (como los revolucionarios franceses ante Luis XVI). Nadie le va a regalar nada. Y debe, a mi juicio, ante todo, saber quién es quien.

Es emocionante volver a ver a Pedro Sánchez y a los militantes del PSOE cantando la internacional puño en alto, pero no es suficiente. Tampoco es suficiente la moralización de la vida pública. Hay que ir a la raíz de las cosas. Los tumores no se pueden curar con aspirinas. Pero tampoco matando al enfermo.

En España la opción por la mayoría de la que hablo, es incompatible con la derecha y con los liberales de «centro» (Ciudadanos), pero también con una izquierda rancia, que sustituya el coraje y la imaginación por las simples antiguallas y la nostalgia.

Adelante. Manos a la obra. Por la mayoría puteada.

 

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