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Brasil. El hambre, las favelas y un mundial de fútbol

Por Andrés Expósito , 15 mayo, 2014

En el desorden y la inmundicia y la dejadez, el protagonista y anfitrión, barre y esconde bajo la alfombra las heces, los desperdicios, los inconvenientes que afean el lugar, ante la llegada de los invitados que vagarán, visitarán y fotografiarán todo alrededor, y quedaran las cámaras, atrevidas y alcahuetas, visualizando y advirtiéndolo todo.

En Brasil, a varias semanas de que los fuegos artificiales golpeen ensordecedores en el aire, y las imágenes coloridas y seductoras de elaborados y seductores minutos de publicidad de disimiles marcas deportivas, o bebidas, o líneas de aseo personal, perfumes y otros, apabullen incansables las pantallas de los televisores y las portadas de periódicos y revistas, la pobreza proseguirá indeleble hallándose por encima del 30%, el tráfico de drogas andará como hasta ahora, como un tren de mercancías, estable y multidireccional, que se traslada de un lugar para otro, la prostitución y el trabajo infantil y el desatino de las favelas, como hiedras irreductibles, que se arraigan y establecen en mayor medida y asiduidad.  Brasil, inestimable e inexcusablemente, fuera del baile de colores y paisajes de playas seductoras, calurosas y refrescantes, donde la pasión y el romanticismo parecen emerger y brotar incandescente al atardecer, y los jóvenes golpean un balón, mientras se adornan el juego con equilibrios malabares, increíbles gambetas o pases extraordinarios, al emular a sus ídolos futbolísticos, afronta sin embargo, antes y después del estallido pasional y hechicero de treinta días de fútbol, la realidad de que, es uno de los países de mayor desigualdad y desequilibrio social, donde la corrupción de políticos, bancos y empresas, redunda y es más constante y grave.

En esta carrera fugaz y urgente porque todo quede visionado y parecido en la pretensión requerida a los cientos de millones de ojos, que escrutaran e indagaran insaciables,  en una u otra manera, todo lo que presente o procure fealdad, error o falla, será maquillado, apartado, escondido bajo la ancha y larga alfombra, hasta que esos ojos que curiosean y observan se aparten y ocupen otro lugar, otro fastuoso y ensordecedor paisaje de fuegos artificiales, y luego, quedará, como antes, alrededor y bajo el Cristo del Corcovado, la incandescente pobreza que desangra y ocupa, en una marginalidad de infraviviendas, inaceptables e inmundas, oscuridad y penumbra que asiste y ocupa la misma época y lugar que las melodiosas, refrescantes y apetecibles playas de Copacabana, Ipanema y Leblón.

Las habitaciones de la pobreza y la inmundicia en las favelas y barrios marginados y miserables, establecen habitaciones sin luz, con aire viciado, envenenado por sí mismo, gérmenes y epidemias que emergen y se vigorizan, una y otra vez, en caldos de cultivo perfectos y excelsos, cuerpos que enferman y se demacran, mentes que involucionan, que no hayan conocimiento alguno con el que forjar la posibilidad.  Todo es cotidiano, todo es así, muchos no saben por qué, pero es así, nacieron ahí, es heredado, siempre fue así, nada cambia, nadie lo modificó, nadie lo arregla.

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