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¿Bilingüismo?

Por Javier Moreno , 11 febrero, 2014

La cosa ocurre más o menos como sigue. Una madre con su hija en brazos en un parque infantil ubicado en una céntrica plaza madrileña. En ese momento una familia inglesa disfruta del parque con sus dos hijos. La madre española quiere que su hija (cuatro años, a ojo de buen cubero) se despida de los visitantes y le pide que lo haga en inglés. A la niña no le apetece y la madre insiste. Ante el recalcitrante mutismo de la pequeña, la madre acaba diciendo, irritada, pero bueno, para eso te llevo a un colegio bilingüe. Lo dice sin asomo de humor ni ironía. Vamos, que lo dice en serio. Fuera del parque la madre sigue recriminando a su pequeña que no pronunciara ni una sola palabra en el idioma de Shakespeare. Podrías haber dicho algo, bye, bye, si tú sabes cómo se dice.

La anterior historia, absolutamente verídica, me sirve para mostrar hasta qué punto ha calado entre la ciudadanía el papanatismo del bilingüismo tal y como se viene implantando desde hace años en la comunidad de Madrid. Tengo amigos sensibles e inteligentes que son capaces de afirmar que los contenidos educativos no son tan importantes como el hecho de aprender idiomas, que lo mejor que pueden legar a sus hijos es el dominio de dos –o tres- lenguas. Pues vale.

Quiero hacer constar que yo no tengo nada contra el bilingüismo. España es un ejemplo en cuanto a bilingüismo se refiere, y si no que se lo pregunten a catalanes, gallegos y vascos. De lo que estoy en contra es de este modelo educativo que finge ser bilingüe, donde los alumnos aprenden las asignaturas (nunca Lengua y Matemáticas) de profesores que no son estrictamente bilingües y que, sin remedio, obliga a estos últimos a rebajar los contenidos de su materia para hacerse comprender por unos alumnos que tampoco lo son –bilingües- porque ni su padre ni su madre lo son. El resultado es un despropósito similar al que uno obtiene en el juego del teléfono roto, pero con consecuencias mucho menos lúdicas. El profesor reduce información para verterla a un idioma que no siente como propio y el alumno, que tiene dificultades para entender ese idioma que no es el suyo, entiende poco de lo que dice su profesor. No me baso en conjeturas ni especulaciones. Me remito a las opiniones y las experiencias de profesionales de secundaria y de padres que asisten entre preocupados y estupefactos al hecho de que sus hijos carezcan de la formación suficiente en algunas materias. El bilingüismo así entendido no deja de ser una pose, un maquillaje político que hace bonito de cara a la galería, que celebra encantada los jelous y los gud mornin de sus retoños que, en cuanto sus padres se descuidan, abandonan este bilingüismo gomaespumesco para ver sus películas dobladas al castellano. Esto no llega ni siquiera al nivel de la aculturación (sustitución de una cultura propia, la supuestamente española, por otra ajena, la anglosajona), es simple mojigatería y superstición. Ramón Gómez de la Serna, tan agudo siempre, decía que lo bueno de saber idiomas es que uno puede repetir la misma tontería de maneras diferentes. Me temo que sin un bilingüismo real ni siquiera nuestros jóvenes puedan cumplir con la segunda parte de la afirmación de de la Serna. Corremos el serio riesgo de quedarnos con la ignorancia y la tontería, a secas.


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