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Bajo los focos

Por Silvia Pato , 16 abril, 2014

Hace muchos años, debido a ese confeso afán que todo apasionado lector tiene de recopilar y buscar las frases célebres de los grandes autores, alguien me decía con frecuencia: «Escribe tus propias citas». Sin embargo, me parecía soberbio y pretencioso el atreverse a esbozarlas apenas entrando en la veintena, consciente de que hay cosas que requieren, a lo menos, unas cuántas décadas de vida, y que, a menudo, ni con eso se consiguen.

El recuerdo ha acudido a mi mente en estos días en los que no resulta fácil encontrar una actitud similar en los nativos digitales que nos rodean. Únicamente es necesaria una breve navegación por la Red para averiguar la imagen aparentemente sobredimensionada que muchos de esos jóvenes tienen de sí mismos, en una sociedad donde el narcisismo puede ser perjudicial para el propio desarrollo, y en la que se corre el riesgo de incentivar la comodidad de establecerse en un vanidoso conformismo.

Uno empieza a recoger la inabarcable sabiduría de la experiencia y de los años cuando ha pasado más tiempo siendo adulto que  niño y adolescente; aunque este mundo de «lo quiero ahora» y «lo quiero ya» se esfuerce en olvidarlo. Solo habiendo vivido lo suficiente se percata uno de la importancia de la memoria, y de cómo el placer de recordar antiguas anécdotas y aventuras va a la zaga del placer de seguir construyendo nuevas vivencias. No obstante, ambos placeres requieren la conciencia tranquila, el ánimo sereno, la reconciliación entre lo que fuimos y lo que somos, y el equilibrio entre el ayer y el hoy.

En este largo recorrido de aprendizaje que es la vida, muchos se pierden intentando detener el paso del tiempo, sucumbiendo a la idolatría de las tecnologías para parecer más jóvenes y modernos, mientras anhelan alcanzar un estereotipo imposible. Cada vez más, la industria de entretenimiento juega con la baza que la propia sociedad defiende: la exaltación de la juventud en el reino de la imagen. Así, es frecuente tropezarse con el escritor más joven, los cantantes más pequeños, el músico más temprano, el compositor de menor edad y horas de parrilla televisiva dedicadas a programas donde los niños juegan a ser adultos, y donde los adultos aplauden la infantilización y la frustración de sus propios deseos.

stage-51589_640Niñas de trece años cantando letras de amor romántico desgarradoras; críos de ocho interpretando piezas musicales donde la madurez emocional es imprescindible; y libros editados, en ocasiones, a golpe de cheque bancario de los propios padres, contribuyen a romper la barrera del espíritu crítico y a borrar de un zarpazo la capacidad selectiva de una gran masa de gente que, por lo demás, suele desconocer cómo funciona realmente el negocio.

Internet, el ansia exhibicionista y la vanidad auspician la creencia de que todo el mundo es, en el sentido más profesional de la palabra, artista y crítico; sin importar ni los conocimientos, ni la experiencia, ni la edad.

¿Puede un artista transmitir las emociones más intensas cuando apenas ha padecido ninguna? La cuestión puede ser origen de interesantes debates.

La humildad de la que hablaba al principio de estas líneas, el conocimiento del camino que aún queda por recorrer y la pudorosa osadía de mostrar lo primero que uno crea se han venido abajo en la vanidad del mundo virtual. Cuando antes uno cogía como modelo esos referentes, muchos de ellos clásicos, a los que admiraba, a los que solo con rozar en una creación algún día, se sentiría dichoso; y sabía que estaba recorriendo un camino sin fin, en el que tendría que aprender a lidiar con un componente de insatisfacción permanente, se convertía en el más cruel y exigente de los críticos consigo mismo, y la búsqueda del equilibrio se le antojaba como un eterno campo de batalla.

En determinadas facciones, eso ha cambiado. En el mundo virtual de los nativos digitales es frecuente encontrar una especie de endogamia en la que, siendo adolescente, o apenas habiendo dejado atrás la adolescencia, lanzan sus creaciones artísticas de modo tal que no asumen ningún tipo de crítica, y no se relacionan con aquellos que les superan en experiencia, ignorando muchas veces los referentes, y despreciando otras tantas la historia; creando guetos donde unos y otros se alaban, se enaltecen y retroalimentan en una actitud de profundo interés y mediático ego. De tal modo, es frecuente que acaben infravalorando el potencial de aprendizaje que ofrece la Red en el ámbito artístico, siempre y cuando uno se exponga a él con humildad, sinceridad, respeto y sin prejuicios.

Los propios medios contribuyen a ello, ya que azuzan constantemente a los chavales queriendo alimentarse de su inexperiencia, vendiéndoles la idea de que ya son los mejores, cuando en esos mismos medios los proyectos de madurez creativa son ignorados y arrinconados para que no compitan con sus propios productos culturales, jóvenes y manipulables. Ellos deciden quiénes han de estar bajo los focos, y a ser posible que su aspecto sea lo más fresco y juvenil, para desecharlo por un nuevo proyecto cuando en su rostro los rasgos aniñados y redondeados comiencen a desaparecer.

Si dejamos a un lado los nombres consagrados de nuestra música o nuestra literatura, nos encontramos con jóvenes productos por doquier, mientras que los únicos abanderados por adultos propiciados por la industria pertenecen a personajes televisivos o figuras políticas que, en muchos casos, ni siquiera han escrito el libro que firman. Ello no deja de ser alarmante en una época en la que, más que nunca, debería ser más sencillo difundir y valorar todo tipo de creaciones en su justa medida, pues la tecnología permite que exista sitio para todo, pero donde se alimentan unas actitudes que, en vez de abrir nuestras mentes, a menudo, parece que se empeñan en fagocitarse en círculos cerrados, por más que tengan Internet.

Y es que si los adultos han desaparecido de su condición positiva como tal en la publicidad, en lo que respecta a los grandes medios de comunicación, en las actividades artísticas, ha sucedido lo mismo. Lo más preocupante es que, muchas veces, la sociedad recibe lo que demanda, y a golpe de ratón todavía desconocemos en qué se está convirtiendo. Mientras tanto, muchos artistas adultos de toda índole siguen encontrando ventanas cerradas en un escenario tecnológico en el que ya no se puede poner puertas al campo.

En este reino de la imagen, a veces da la sensación de que, al igual que no se debe juzgar a un libro por su portada, tendremos que terminar diciendo: «No juzgues a un artista por su cara».


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