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Asesinos con placa

Por José Luis Muñoz , 31 mayo, 2020

Aunque cada vez menos noticiable, porque ya casi forma parte de la cotidianidad, y con un sesgo claramente racista (si eres negro, o latino, en EE.UU tus posibilidades de ser encarcelado, ejecutado o asesinado son muy superiores a si eres blanco, y las estadísticas lo confirman), los métodos brutales de los policías norteamericanos encienden, en el sentido literal del término, la ira popular.

Las imágenes de esa filmación snuff de un ciudadano a un policía que, a sangre fría, estaba asesinando a un tipo que, presuntamente, había pasado un billete de 20 dólares falso en un supermercado, han dado la vuelta al mundo y han provocado protestas multitudinarias contra una práctica desgraciadamente no tan inhabitual entre policías que deberían dar ejemplo y no lo dan y se comportan como el peor de los delincuentes.

El psicópata asesino, y sus tres compinches que asistieron impasibles a su crimen, Derek Chauvin, que así se llama ese malnacido (las putas son muy honorables; las perras, muy nobles) uniformado, presionó el cuello del inmovilizado George Floyd, que le suplicaba que le dejara respirar, hasta que lo asesinó a plena luz del día y ante testigos. Los agentes fueron despedidos por esas pruebas gráficas sin que se presentaran cargos contra ellos. Ha tenido que arder Troya, literalmente (unos cuantos edificios, comisarías y coches policiales a lo largo y ancho del país) para que ese malnacido haya sido detenido a la espera de un juicio que apuesto será indulgente.

Los casos de violencia policial en ese país extraño gobernando por un lunático empresario de pésimo gusto, vienen de muy lejos y se producen periódicamente como los tiroteos en las escuelas. A los autores policiales de esas fechorías (hubo otro ahogamiento meses atrás en parecidas circunstancias; las víctimas pueden ser adolescentes; sacar el móvil del bolsillo puede suponerte que te frían a tiros; una simple infracción de tráfico puede llevarte a la morgue) raramente se les aplica un castigo ejemplar más allá de abrírseles un expediente y expulsárseles del cuerpo policial si el escándalo es muy grande.

Estados Unidos es un país familiarizado con la violencia en donde ésta prima en muchos de sus ámbitos. En su cine, que es una muestra de su sociedad, la violencia aparece hasta en las comedias en donde los puñetazos son tan recurrentes como los botellines de Coca-Cola. La heroicidad del americano medio que aparece en las películas de acción (eufemismo de barbarie) se mide por el número de malos que envía al otro barrio por minuto. La violencia se convierte en algo banal cuando hay supermercados de armas, los ciudadanos exhiben orgullosos sus arsenales y se enseña su manejo a niños. La esquizofrenia norteamericana no se entiende desde parámetros europeos, y mira que he visitado veces ese país fascinante y literario que tiene infinidad de sombras. Solo una sociedad inmadura y escasamente autocrítica elige presidentes iletrados y peligrosos como George W. Bush, que dejó como legado un Oriente Medio destruido y un mundo más inseguro, o Donald Trump que recomienda beber lejía durante la crisis sanitaria del Covid 19 y hay ciudadanos que siguen su consejo.

La calma volverá cuando se apague la rabia de los incendios y otro Dereck Chauvin asesinará a otro George Floyd porque eso es América.

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