Portada » Historias Cotidianas » Ángela

Ángela

Por cesarbacale , 12 mayo, 2014
2014-04-15 21.53.22

Flashing lights, by César Bacale

Cada vez que intentaba concentrarse la sensación era la misma: una especie de nudo espeso, una obturación oscura, una masa confusa de pensamientos abortados antes de nacer. A veces pasaban días en los que la enfermedad lo ocupaba todo, días sin que se apartara para dejar algún claro, algún espacio de diferencia. A este espacio, ella  lo llamaba su verdadero ser, y era el verdadero motivo (no por la enfermedad en sí) por el cual sufría. Eran esos momentos de claridad los que revelaban hasta que punto vivía casi siempre a oscuras, hasta que punto su vida podría ser normal si el paisaje de su mente no se aclarase sólo para oscurecerse de nuevo.

Encontraba sumamente difícil describir la angustia que conocer esa posibilidad le producía, el tener unos pocos momentos lúcidos que revelaban, como hace la luz, la esquina sucia y cochambrosa en la que su enfermedad ponía un cerco de alambre a la amplitud de la vida. Odiaba esa esquina, odiaba la sensación de vivir arrinconada, de saber que el mundo entraba a través de su mente como en un cuello de botella. Su cabeza obligaba al mundo a estrecharse y reducirse para entrar, hasta convertirse en una maqueta  a medida en la que ella reimaginaba personas y acontecimientos, en la que ella lo reimaginaba absolutamente todo hasta convertirlo en mierda.

Cuando no podía más de mierda, se ponía a escribir, que era su manera de drenarse a sí misma, y devolver parte de esa mierda al mundo. No porque creyera que el mundo tuviera la culpa, sino porque no encontraba otro sitio donde ponerlo. Esto lo hacía cuando la enfermedad llevaba el rumbo de su vida, que era el 90% del tiempo. Cuando no, en las fisuras que sumaban el otro 10 %,  ya había aprendido a disfrutar de los pocos momentos de paz que la vida le dejaba. Cada vez que se hacía un claro, cuando su mente empezaba a aclararse, la sensación era como si alguien introdujera sus dedos -unos dedos líquidos- dentro de su cabeza y extrajera una masa confusa de pensamientos y negatividad. Se sentía ligera y distinta, y comprendía porque la gente puede y quiere construirse una vida propia.  Y lo más importante, llegar a tenerla. Se sentía como integrada dentro de su cuerpo, de tal forma que no necesitaba perseguir nada fuera de sí misma. Pero estos momentos eran tan breves, estaba tan acostumbrada a su fugacidad, a su fragilidad, que no quería desaprovecharlos planeando que tipo de vida podría tener si se sintiera siempre así, si pudiera mantener esa claridad. Sabía, sí o sí, que su mente volvería oscurecerse, y que su sol tenía una vida corta y programada, que su día apenas duraría unos minutos, unas horas a lo sumo. Así que los dejaba estar, en un estado entre la serenidad y la nostalgia.

En estos de momentos de lucidez, se consolaba -y emocionaba- con la idea de morir. No de matarse, sino de morir. Sabía, con una certeza inquebrantable que nadie podía quitarle, que la muerte la traería ese sol y esa claridad constantemente postergados. Que ese soporte defectuoso en el que vivía, que le había tocado sin que recordarla haberlo pedido, se quedaría allí, mientras que su alma, su verdadera alma, desplegaría sus alas y se elevaría sobre la oscuridad y la confusión para no caer de nuevo.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.