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Algunas reflexiones sobre la inmigración

Por Agustín Ramírez , 21 febrero, 2014

©Paloma·RoderaEn los últimos días es noticia de actualidad la entrada de inmigrantes en España de manera ilegal; el foco de atención se está poniendo sobre el comportamiento que las Fuerzas de Seguridad han tenido ante una de las avalanchas de personas; se está poniendo, también, sobre el modo en que las autoridades políticas están tratando esta cuestión: sus mentiras, sus desmentidos y contradicciones y sus pocas ganas de colaborar con la justicia, en definitiva, se está centralizando el debate en la cantidad y manera de inmigrantes que pueden y deben llegar a España, pero, en mi opinión, el problema de fondo es otro,  está en plantearse por qué vienen los inmigrantes a Europa, y que se debe hacer ante esta situación.

Las personas que intentan llegar a España, como a Italia o a Grecia, por ejemplo, son personas que toman ese camino por una situación de desesperación ante la vida que tienen en sus países de origen. Nadie es tan necio como para arriesgarse a morir en el intento, salvo que sepa que la muerte es el destino inmediato si se queda en el país del que se va. Cuando la gente se marcha es porque el hambre y la guerra son las situaciones en las que están viviendo y escapar de allí es un sueño- duro, caro y arriesgado- con alguna posibilidad de realizarse.

El origen de estos inmigrantes es, básicamente, africano. África es un continente con unas riquezas naturales extraordinarias pero que son disfrutadas solo por una minoría que negocia, trafica y especula con ellas. La riqueza de África está fundamentalmente en manos extranjeras: la compra de productos naturales por las grandes compañías internacionales, la extracción de minerales básicos para la informática de hoy día, la venta de tierras a inversores foráneos. La gran mayoría de gobiernos de este continente está al servicio de los intereses de las grandes compañías internacionales y, dado que su grado de corrupción es muy elevado, las ayudas que se reciben desde fuera terminan en los bolsillos de esos gobernantes, los cuales no tienen el menor rubor en mantener conflictos bélicos –donde los niños soldados son algo cotidiano pese a la aberración que supone- para mantenerse en los gobiernos y seguir gozando de las prebendas que les otorga tan privilegiada situación. De lo cual se derivan una serie de preguntas inmediatas: ¿Quien compra el armamento de esos conflictos locales?, ¿con qué dinero se paga ese material bélico?, ¿quién vende esas armas de guerra? y ¿a quien se venden las citadas armas?.  Las respuestas a estas preguntas son fundamentales para entender una parte de lo que está pasando. Los informes de ONGS como Amnistía Internacional e Intermon Oxfam, así como de otra serie de ellas, más pequeñas y que operan en territorios muy localizados, dan respuestas a las preguntas anteriores.

Los países desarrollados, incluso los afectados por la crisis económica y por los recortes sociales impuestos, no deben olvidar que son, en mayor o menor medida, corresponsables de las situaciones de hambruna, injusticia y violencia que se está dando en África y que son el motor que impulsa el éxodo hacia Europa.

Amparándonos en los ajustes económicos que se deben aplicar para superar la crisis económica y financiera actual –siempre según el dictado del poder financiero mundial al que estamos sometidos, porque otras alternativas sí que las hay-, las ayudas para Cooperación y Desarrollo se han reducido hasta alcanzar cifras simbólicas que no eficaces, si bien no se debiera olvidar que estas cifras eran y son ridículas en comparación con otras que se han utilizado para rescatar a la banca y cajas de ahorro mal gestionadas;  son ridículas en comparación con el coste del mantenimiento del gasto militar; son ridículas en comparación con el fraude fiscal que no hay la menor intención de combatir;  y  son ridículas en comparación con los ingresos que se dejan de percibir por mantener los privilegios de una Iglesia Católica en un Estado que se define como no confesional.

Amparándonos en las avalanchas de inmigrantes elevamos vallas para dificultar, vigilar y controlar la entrada de inmigrantes ilegales; una vez instaladas las vallas –de hasta 6 metros de altura-, las coronamos con cuchillas para que tengan un efecto más disuasorio y luego, en un ejerció de hipocresía superlativa, nos ponemos a discutir sobre si las cuchillas cortan, desangran, matan o no, o solo un poquito. Desde hace demasiados años he oído hablar solo del Muro de Berlín, felizmente desaparecido, pero hay todavía demasiados muros y vallas por el mundo que sí aceptamos con naturalidad: Israel (contra los palestinos) y Estados Unidos (contra los mejicanos). Pero es que estos países son poderosos y nuestra única opinión es “Amen”.

Otra observación: la inmigración no es un chicle que se estira a voluntad; la inmigración es un fenómeno social que está formado por personas, por seres humanos. Cuando en este país –y en otros- se demandaba mano de obra la inmigración era aceptada e, incluso, estimulada pero cuando las condiciones económicas así lo exigen, esa mano de obra debe desaparecer como por arte de magia, estimulada y reclamada esta desaparición por el auge de un nacionalismo casposo y excluyente que reivindica el trabajo para los nacionales, lo primero, y si algo sobra para los de fuera. Y es en este punto cuando olvidamos, de forma amnésica, como nos interesaba esta inmigración para ponerla a trabajar bajo los plásticos de los cultivos del sur de España, olvidamos, también, como estos inmigrantes -con sus precarias condiciones de trabajo y sus bajos salarios-   nos resultaban imprescindibles para el desarrollo económico. Si hoy ya no nos son necesarios hay que arrojarlos por la borda y solo nos debemos quedar con aquellos poquísimos que nos permita nuestra precaria economía y con aquellos otros, también ilegales, pero que son los grandes jefes de las mafias instalados en las costas españolas: ilegales pero ricos y a los que poco se les ve porque poco salen de sus grandes mansiones, aunque su trabajo consista en controlar y organizar el tráfico de armas, de droga o de prostitución.

En definitiva, la inmigración, que es un problema que afecta a seres humanos –pobres, eso sí- se ve dominado por otros seres humanos –ricos, eso sí- que son quienes establecen las condiciones y reglas del juego.

Todos deberíamos reflexionar sobre estas cuestiones, más allá de si las cuchillas de las vallas cortan o no, de sí las pelotas de goma disparadas al que intenta sobrevivir en el mar es algo lícito o no. Hipocresías las justas, que ya tenemos a los gobiernos y a buena parte de la clase política de este país para dar buen ejemplo de ello y a los que debiéramos parecernos lo menos posible.

Finalmente, una última pregunta: ¿por qué si el artículo 13.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se proclama : “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país” esta libertad de circulación solo se aplica al movimiento de capitales?; ¿será por qué el dinero es más importante que las personas?. Sí, será por eso.


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