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Accesión, conformación de la cultura*

Por Eduardo Zeind Palafox , 25 junio, 2014

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Seguimos en el terreno del «Prólogo» de la «Crítica de la razón pura», de Kant. Kant afirma que la misión de la filosofía consiste en eliminar las ilusiones para ganar verdades. El ser humano prefiere, se ve por doquier, la belleza (rostro bello) a la bondad (hombre bueno) y la bondad a la verdad (hombre bueno por conveniencia). Se busca la forma y luego el fondo, como en la opereta. Se pretende aparentar, lo dijo Maquiavelo, poder, y poco importa tenerlo. Epicteto, lo mentamos en clase, pensaba que al ser humano antes le importan las opiniones sobre las cosas que las cosas mismas. 
 
¿Hay cosas en sí mismas? Ya los filósofos empiristas se han encargado de demostrar que sí, que sí las hay, pero que para conocerlas es necesario ser filósofos. El pueblo no es filósofo, y está bien que no lo sea. Si lo fuera nosotros no tendríamos qué hacer. Los investigadores sociales, en cambio, sí deben ser filósofos y saber vivir sin mitos, sin cuentos, sin magia. La única magia que satisfará al etnólogo, al lingüista, será la que hay en la verdad. Todo pueblo está cubierto por una pátina de formas, y debajo de ésta pátina siempre hay sentimientos, y debajo de los tales hay verdades. Los filósofos saben que más maravillosa es la creencia en el «alma» y en el «comienzo del mundo» que la creencia en duendes, hadas y silfos; y sin embargo, lo verán después, es más difícil enristrar mentís contra lo que es harto maravilloso. 
 
Mientras más maravilla hallemos, mientras menos explicaciones sustenten un mito, más difícil de refutar será éste. ¿Por qué? Porque se ha convertido en una creencia, o puesto en claro, porque se ha hecho parte del lenguaje, que es substancia de nuestro pensamiento, citando a Unamuno. Usaremos un término del Derecho Romano para facilitar la intelección, el de «accesión», que significa unión «natural» de una cosa con otra. La Luna (uso la mayúscula para hacer de la luna, algo, un alguien), roca fría, funge como ente mágico en las proposiciones que usa la gente. «La luna de las noches», dice Borges, «no es la luna que vio el primer Adán». ¿Qué luna vio el primer Adán? Una luna pura, tal vez, una cosa sólida que no robaba divinidad a Dios. Leerán los curiosos el «Lost Paradise», de Milton, que bien explica el «Génesis» y gran parte de la Biblia. 
 
Es sabido que el lenguaje es el hecho social por excelencia, y también que el filósofo interesado en las ciencias sociales lo usará para acceder a las creencias de los pueblos. ¿Qué objetos hay en las proposiciones que oímos? ¿Qué héroes? ¿Qué escenas se pintan constantemente con ellas? ¿Qué tecnicismos o barbarismos pronuncian? El conjunto de tales cosas, causado por la «accesión», agrupamiento de ideas, lugares y herramientas (el «yo soy» nos da identidad; el «yo estoy» nos orienta; el «yo hago» nos proyecta), nos dará material de estudio. Recuérdese que en la sociología no hay objetos de estudio hechos, que hay que construirlos. 
 
Conocer cómo se unieron naturalmente dos palabras para signar un objeto o conducta o situación, como la «zalá cristianesca» del «Quijote», es conocer el proceso que construyó, a decir de los semiólogos, un «código» (el que musulmanes, cristianos y judíos hicieron para comunicarse, por ejemplo). Los «códigos», aunque no son conocimiento, sí son vías para llegar a él. Copleston, en su precisa «Historia de la Filosofía», capítulo XIX, que trata el pensamiento de Platón, escribe: «Teeto, joven matemático, entra en conversación con Sócrates, y éste le pregunta qué es lo que piensa él sobre la naturaleza del conocimiento. Teeto responde mencionando la geometría, las ciencias y las artes; pero Sócrates le hace comprender que eso no es contestar a su pregunta, pues ésta inquiría no el objeto del conocimiento, sino el «quid», la naturaleza del mismo». Aprendemos así que el arte, que la ciencia y que la filosofía de un pueblo no son conocimientos substanciales, materias, sino las formas que se le han dado a las materias para poder tratarlas. Y en tales formas, seamos aguzados, está la lógica de nuestro objeto de estudio. 
 
¿Qué es la lógica? Es la forma general del pensamiento, dice Kant. Los que ignoran la lógica pretenden explicar las formas de expresión de una sociedad echando mano de argumentos psicológicos, metafísicos y antropológicos. Cuando no sabemos cómo se define a sí mismo el hombre que observamos, ¿qué hacemos? Lo explicamos por sus objetos (su antropología), decimos que sus «aperos» lo hacen «labrador»; o razonamos sus mitos (su metafísica) y luego afirmamos que es guerrero, hijo del Patrón Santiago, como aseguraban los compostelanos; o simplemente nos tragamos el cuento de que el hombre es un ser social «por naturaleza» (psicología aristotélica). 
 
La razón diestra en desmentir o en desleír formas enumerará los movimientos de la razón ajena, pero antes enumerará los suyos. La filosofía sirve para dicha acción, para analizar la «accesión». La filosofía no es complicada, es fácil, pero siempre y cuando tengamos paciencia para pensar, para atisbar cómo hemos amontonado imágenes, palabras, sonidos y demás en un mismo lugar. Usemos la poesía para pensar. Langston Hughes, poeta norteamericano de pellejo hecho de noche, parafraseando a un cubano, cantó los sueños de su pueblo muchas veces, e hizo lo contrario a lo que la mitología bíblica dice que hizo Dios, que trocó el verbo en carne, pues hizo de la carne verbo. Oigámosle («Dreams»): 
 
«Hold fast to dreams, 
for when dreams go 
life is a barren field 
frozen with snow». 
 
La poesía es virtuosa porque es una epistemología o un campo epistemológico en el que podemos experimentar sin riesgo. ¿Qué lógica hay en el poema? Enumeremos los movimientos del poema, de su lógica, que siempre es intrínseca. Uno: los sueños son palpables (materia), es decir, son proyectos, no quimeras; dos: los sueños, que son proyectos, se mueven (vida), pueden irse; tres: la vida sin sueños en un campo yermo, vacío (alma); cuatro: los sueños son calor, y sin éste la nieve congela nuestra existencia (cuerpo). Ya sé que toda interpretación es arbitraria, y también que es relativa; mas la inducción, a decir de Gadamer, de Andrés Bello o de Lévi-Strauss, es la única ruta para llegar a conocer un hecho social. ¿Por qué? No me desviaré mucho, y sólo diré que las plantas tienen una química igual aquí y en África, en Nueva York y en Tokio, en tanto que los hechos sociales son distintos todos, varían metro a metro, paso a paso. 
 
¿Qué es un proyecto? Es una imagen, una representación, algo hecho con materiales de diversas índoles. ¿Quiso decir Hughes que su gente debía, para sobrevivir, agarrarse de la «tierra», de un país que no la quería y que la esclavizaba? Carpentier, que se ocupó del arte de los africanos, en su artículo «Pablo el Grande» («Obras Completas», tomo IX) dijo que los poetas siempre «fueron virtuosos en el arte de mentar la soga en casa del ahorcado». El arte sirve para materializar los sueños, para darle forma a lo informe, para que la lógica sea bella y además buena, y no sólo útil, esto es, yerma, «barren field frozen with snow». La poesía nos obliga a pensar en las capacidades de nuestra razón. 
 
Importa, señala Kant, antes saber cuánto y cómo conoce nuestra razón, y luego cómo funciona. ¿Por qué? Porque las funciones de la razón dependen o se crean en lo exterior. Todo saber empieza, dice Kant, en la experiencia, que en nuestra esfera etnológica se llama «cultura», fenómeno social forjado por la «accesión». La «accesión» bien explicada es ciencia, y mal explicada es arte. Y el arte, recordemos, es ancha vía para conocer el sentir ajeno, del otro. El arte es juego, y el juego transmuta las leyes de cualquier orden. Un sueño, un proyecto, cuando es arte ya es otra cosa a la que se concibió primeramente. Borges, en su bello libro «Evaristo Carriego», dice al respecto: «Un yo distinto, un yo casi antepasado y vernáculo, enreda los proyectos del juego. El idioma es otro de golpe. Prohibiciones tiránicas, posibilidades e imposibilidades astutas, gravitan sobre todo decir. Mencionar «flor» sin tener tres cartas de un palo, es hecho delictuoso y punible, pero si uno ya dijo «envido», no importa». El arte es barajamiento de la realidad, asunto interesante para el lingüista, que quiere enterarse de las leyes físicas y mentales que influyeron el barajar. 
 
¿Qué hay en el arte de una tribu? Lógicas vernáculas, racionalidades primitivas (es vernacular la costumbre de hacer de los sueños entes reales, oráculos, suertes, por ejemplo). ¿Qué más? Es un lenguaje transformado, embellecido, apto para mover a la acción. Y son los actos los que en último término constituyen una cultura. Spinoza, en su «Ética», explica que las ideas difícilmente andan concatenadas lógicamente, pues están más cerca de las emociones que de los conceptos. Saltamos del amor al odio ilógicamente, sí, pero siento coherentes con lo que sentimos. Es necesario, así las cosas, que como etnólogos comprendamos cómo se hacen los códigos con los que se comunican los pueblos. 
 
Profesor Eduardo Zeind Palafox 
http://donpalafox.blogspot.mx/
Correo: mepagasporpensar@gmail.com
 
 
*Lección 2 del curso «Arte, semiología, lingüística y filosofía», impartido por el profesor Edvard Zeind en la Universidad Madero. 


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