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El peor enemigo del feminismo

Por Ema Zelikovitch , 13 noviembre, 2017

Tienen miedo a la mujer sin miedo. Qué razón tenía Eduardo Galeano cuando escribió aquellos versos, y qué difícil se nos está haciendo a las mujeres salir de esta condena que ha definido nuestra realidad: la de los sueldos más bajos, la de «qué haces tan tarde y tan sola», la de nuestra ausencia en los medios, en el arte, en la filosofía y en la política, la del «no» que nunca parece ser suficientemente «no», la de la dificultad de conciliar, la de la maternidad en soledad, la de la niñez estereotipada, la de las cremas anti-edad y la de las medias anti-celulitis. Con todo ello, en el siglo XXI, a pesar de todos los avances y de todas las conquistas, a veces aún sentimos miedo. Creo que con todo lo anterior mencionado, al fin y al cabo, no es tan raro.

Resulta que desde que me levanto hasta que me acuesto, cuando me visto, cuando cocino, cuando paseo y cuando follo, pienso en eso de ser feminista, de ponerlo en práctica, de romper con lo establecido: pienso qué ponerme para según quién y qué, pienso en delegar las tareas del hogar y desinteriorizar esa responsabilidad que me ha asignado la sociedad en la que he crecido, pienso qué calles transitar según qué hora y pienso en un sexo que me tenga más por protagonista. Y luego, cuando llega la noche, entre cervezas y papas fritas, aparecen ellos que me hablan de exageración, que me hablan de feminazis, que me hablan de violencia hacia los hombres y que, además, quieren pagar toda la cuenta porque son muy caballeros. Me reúno en estas noches con ‘los mitos’ que, en realidad, son los más difíciles de combatir a la hora de defender el feminismo.

Los mitos son creencias estereotipadas y falsas cuya finalidad es negar, minimizar y justificar la violencia machista, que bloquean totalmente la posibilidad de conformar un marco dentro del cual pueda iniciarse una conversación para cambiar de forma radical la idea de que el machismo se da en casos aislados y que el feminismo tiene por objetivo exterminar a todos los hombres. El marco influye en la opinión colectiva, pues establece significados y construye argumentos acerca de los problemas que existen, legitimando visiones que favorecen a un grupo dominante y que estructuran la comprensión de la realidad en su beneficio. El problema de estos mitos es que, efectivamente, justifican la violencia machista, convirtiéndose en uno de los peores enemigos del feminismo.

No es necesario haber sido violada, haber recibido una paliza o haber sido insultada en público para haber sido víctima de violencia machista, y eso será imposible si no logramos, primero, ampliar y cambiar los límites del marco interpretativo y, segundo, introducir en él concepciones distintas que establezcan otro imaginario y que permitan ampliar la visión. Mientras la violencia machista sea negada, sea considerada una violencia aislada, sea atribuida solamente a hombres enfermos y traumatizados, sea considerada responsabilidad de las mujeres y sea pensada como un problema menor jamás podremos hacer entender a esta sociedad que ser feminista no es una elección arbitraria sino una responsabilidad vital, y que reclamar nuestros derechos laborales y unos salarios igualitarios, unas calles para nosotras, más presencia de las mujeres en las instituciones y poder vestir como queramos y amar a quien queramos nos posiciona en contra de esos mitos que hacen aun más difícil la tarea que nos ocupa: acabar con el machismo en todas sus formas para poder, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, vivir sin miedo.

 

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