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12 de mayo. Un nuevo paso hacia la estupidez absoluta.

Por Víctor F Correas , 12 mayo, 2015

Algo más serio que un petardo, un ‘vamos a pasar porque sí’ y un alivio. Soso este 12 de mayo de no ser por esos tres acontecimientos que, de una manera u otra, pasaron a la historia. Y por desgracia.

Nada de noticias alegres, hechos para que la humanidad esboce una sonrisa. Nada. La estupidez humana, en su escalada hacia la perfección absoluta. Porque para exterminarnos como especie somos unos expertos.

Hace 64 años, Harry S Truman, presidente de los Estados Unidos, dio luz verde para experimentar con un nuevo tipo de arma. La Guerra Fría en pleno apogeo, la URSS y EE.UU. en plena batalla ideológica, pisándose los talones en un desarrollo armamentístico sin límite. Sobre su mesa, los planos de una bomba con un poder atroz. Little Boy, una nana de cuna a su lado. Lo de Hiroshima, fuegos artificiales de verbena en comparación con lo que le presentaron. La bomba de hidrógeno. Dos bombas en una: la primera, atómica, al estallar provoca una reacción de fisión dentro de una segunda, una mezcla de hidrógeno, deuterio, tritio y litio. Cosa seria. La explosión de prueba se perpetró en un atolón desolado de la Micronesia, en las Islas Marshall. Y ahí sigue, guardada para una ocasión que lo merezca, como los buenos vinos. Envejeciendo.

El ‘vamos a pasar porque sí’ lo llevaron consigo las divisiones Panzer alemanas que cruzaron el bosque de las Ardenas como si nada hoy hace 75 años. Y el ejército francés, impertérrito, viendo cómo a su espalda se colaba lo más granado del ejército nazi. Y la Línea Maginot, esa defensa inexpugnable levantada para frenar al enemigo alemán, del que los franceses se fiaban menos que un canario de un gato juguetón, sin poder demostrar si realmente servía para algo. La llanura francesa convertida en una autopista por la que los potentes tanques alemanes se desplazaban con alegría, casi de turismo. Con París en el horizonte. Esos Campos Elíseos, esa Torre Eiffel, ese Sena de aguas doradas al atardecer. Un mes después, el 14 de junio, los alemanes desfilarían por aquellos primeros. Victoriosos.

Y el alivio, el de los berlineses. Hace 66 años. Soviéticos y estadounidenses a la greña tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. Un ensayo de lo que vendría después. Espías, miradas esquinadas, silencios. Guerra Fría, en definitiva. Otro tipo de guerra, otro tipo de tácticas, de víctimas. Todo empezó un año antes, en 1948, cuando las potencias occidentales aliadas decidieron crear una nueva moneda para su zona de ocupación: el marco. Stalin, con la mosca detrás de la oreja, decreta Berlín como parte de su zona. Ni monedas nuevas ni zarandajas. Y la conclusión, el bloqueo de la ciudad y cortadas las comunicaciones terrestres entre las zonas de ocupación occidentales y Berlín Occidental. Durante once meces un puente aéreo y más de 275.000 vuelos abastecieron a los berlineses sitiados. Hasta este 12 de mayo, que se levantó el bloqueo. Los berlineses, jubilosos. Sin intuir que, años después, vendría lo peor. Habían experimentado el aperitivo de lo que sería una de las divisiones más vergonzosas de la historia.

Buen martes para todos.

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